Por Omar López
Puente Alto, jueves 19 de enero 2023
Tengo la sana costumbre de escuchar música orquestada casi todos los días: desde las obras selectas hasta los boleros más contaminados de pasiones heridas. Y ahora mismo una bella melodía me insta a escribir estas líneas con la idea de hacer un inventario de… “la primera vez”. Veamos:
Permanece un vago recuerdo de la primera vez que vi el mar, y eso fue más menos a los ocho años y creo que fue una impresión mágica y también temerosa. Y esta ambivalencia aún persiste cada vez que meto las patitas en sus orillas. La primera vez que anduve en bicicleta… a los 14 años, en la Quinta Normal con un par de costalazos y la risa de mis compañeros de curso. La primera vez que lloré por un amor no correspondido, (aunque la carta previa impregnada de una ternura insondable era para conmover a una estatua), esa noche una fina lluvia de agosto abrazaba mi desconsuelo y borraba mis huellas. La primera vez que recibí la patada de un paco, pintando como invitado en la Brigada Ramona Parra de Puente Alto, también en horas de nocturna revolución de consignas y sueños firmados por la camarada esperanza. La primera vez que besé a una mujer en medio de una película de Sandro, el gitano, en esas típicas funciones de seis de la tarde domingueras. Ese primer beso todavía lo ensayo en versiones corregidas y aumentadas porque nunca, en estas materias, se termina de aprender.
La primera vez que encontré pega por meritos propios y superé a otros competidores en las famosas ternas que los gerentes de finanzas o de personal, gozaban con lentitud de emperador romano. La primera (y espero, única vez) que los milicos allanaron nuestra casa en noviembre de 1973 y se llevaron todos mis libros que había dejado como opción de lectura. La gran mayoría de libros “peligrosos” estaban bajo tierra, ocultos y abrigados en otra casa. En el momento de “este operativo” como llamaban al atropello y robo de muchos hogares chilenos, yo estaba asistiendo a clases de Estadística en la Universidad de Chile y al final, nunca esa carrera se concretó, porque se convirtió en antro de los agentes represores.
La primera vez que me zambullí en una piscina, luego de aprobar el curso de natación yo creo que con nota 4, pero que me hizo consciente de ser dueño de un esqueleto algo tembloroso y musculatura de porfiado zancudo. Además, de sentir una libertad de vida renacida que solo se percibe fugazmente, mientras se contiene la respiración submarina.
En fin, se puede construir un inventario personal de la primeras veces y también de las últimas veces… desde los hechos más íntimos o prosaicos hasta aquellos actos que fueron o son determinantes en nuestras actuales circunstancias tanto materiales como emotivas: la idea es ejercitar nuestra memoria y recuperar el encanto de estar vivos, lúcidos, atentos a cada centímetro de aire nuevo porque solo así, el día es un amigo y la noche nuestra piel dormida en el fondo de un mañana.
Todos podemos ser compositores de nuestra interior melodía y mientras los oídos funcionen sin alteración de tinnitus o la infame contaminación acústica, nacen otros diálogos, otros inventarios de actualización con el tiempo y sus señales irrevocables y pragmáticas.
Y para terminar… la última vez que estuve hospitalizado, en condiciones algo apremiantes: al salir de ahí, luego de ocho jornadas de tratamiento y encontrarme con un día de sol inspirado y amable, fue como el primer día de colegio allá en la niñez olorosa y tranquila; una emoción de respirar un mundo nuevo de libro abierto y misterioso. Entonces, en ese día jueves 13 de octubre 2022 apenas puse un pie en casa, decidí firmar, por vez primera y última un Pacto de No Agresión y de Respeto Mutuo con la multitud de mis fantasmas.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…