Aristoteles EspantildeaPor Jorge Montealegre

Aristóteles España, poeta de la Generación NN, nació en Castro el 5 de octubre de 1955 y falleció en Valparaíso el año 2011. Socialista, a los 17 años fue llevado a la isla Dawson como preso político. Ese adolescente hoy cumpliría 60 años. En uno de sus últimos poemas (“En el hospital Psiquiátrico de Valparaíso, / aislado del mundo por ventanales y agujeros”) el poeta recuerda la prisión que había sufrido casi cuarenta años atrás, cuando tenía apenas diecisiete: “Por supuesto, lloraba en silencio, sin música, / como suelen los guerreros caídos llorar en las cuevas, / como lloran los presos en los Campos de Concentración”.

Tal vez el poeta nunca salió de Isla Dawson, donde fue un prisionero adolescente. Sin embargo, en ella –una prisión que nunca (lo) dejó– la poesía le ayudó a sobrevivir. Una tabla de salvación en el naufragio. La escritura contribuyó a que pudiera enfrentar y reconocer sus miedos: “Descubro que el temor es un niño desesperado, / que la vida es una gran habitación / o un muelle vacío en medio del océano.” El haber escrito en una situación extrema y sentir el reconocimiento de su creación en el entorno le dio sentido a su oficio, que le permitió testimoniar con su escritura: le dio sentido a la sobrevivencia y una misión al testigo, aunque nunca el poeta –cumpliendo su deber de memoria– se haya podido recuperar totalmente del aplastamiento. Sobrevivió. A pesar de todo, incluida su propia desaparición material, porque revive cuando su poesía lo recuerda. Nadie está muerto si vive en la memoria de otra persona. Significativamente, el conjunto de poemas escritos en Dawson, su autor lo tituló “Equilibrios e incomunicaciones”, buscando en su propia creación el contrapeso al horror vivido en el campo de prisioneros y la recompensa que lo hizo crecer: “He aprendido a amar entre barrotes…” Ya no en versos, en Punto Final declaró: “La poesía me enseñó a ser libre y a creer en la diversidad. Escribir poesía en un campo de concentración como Dawson fue escribir un canto de amor en medio de la muerte”.

Como el escritor adolescente de Dawson muchas personas aprendieron a combinar el llanto –“en silencio, sin música”- con la integración optimista al grupo de camaradas de infortunio que literalmente -valga explicitarlo- eran también compañeros y compañeras de viaje. “Soy un extraño pasajero en viaje a lo desconocido”, escribe España. Viajantes de un recorrido concreto, por distintos lugares de prisión: estadios, barcos, islas, casas de tortura, desierto, penales varios; y de viajes interiores, imaginarios, hacia la libertad: fugas incontenibles, individuales. También colectivas, en acciones mediante las cuales se jugaba mancomunadamente a ser libres. Algunos se asilaron momentáneamente en la memoria (“…la celda es fría, / recuerdo mi infancia en Chiloé / jugando al trompo cerca de la escuela / o comiendo manzanas en el camino a Lau Llao”). Otros viajan desde la escritura, la lectura; otros y otras desde la música, el dibujo, la artesanía; y no faltaron quienes se convirtieron en comediantes para compartir una fantasía humorística con sus pares enalteciendo la propia ridiculez. La fuga, como evasión sicológica en lugar del escape material, fue un recurso que se hizo presente incluso en los peores momentos, cuando el cuerpo resignado -en la tortura o la incomunicación- era desplazado para estar imaginariamente “en otra parte”. Luego, en la comunidad formada en cautiverio, hay movilización de las personas -paradójicamente “detenidas” o “fuera de circulación”- en función de mitigar la presión y ojalá evadirse de las condiciones impuestas por los militares y sus colaboradores. Entre estas acciones estuvo la creación y el reparto de la poesía. Aristóteles España resistió con ella en Isla Dawson y sus compañeros lo recuerdan. Nunca será tarde para leer su poesía y revalorarla.