El juez y la literatura. Un diálogo virtuoso

Discurso pronunciado por Roberto Contreras, juez y poeta, en la ceremonia de entrega de la Distinción Letras de Chile al escritor Juan Mihovilovich, el martes 27 de marzo en el Café Literario Parque Balmaceda.

Por Roberto Contreras Olivares

Invitación de Diego Muñoz, Director de Letras de Chile

Agradezco la invitación de Diego Muñoz a este homenaje para nuestro amigo común Juan Mihovilovich por su obra, trayectoria y aporte desde lo literario y judicial.

La extensa obra de Juan ya fue o será analizada desde la perspectiva estrictamente literaria. De allí que se me pidió hacer una mención desde una vertiente diversa y acerca de la siempre inquietante relación entre la literatura y la función judicial: “si es que esa relación existe” y de ser así indagar en “cómo existe”.

Es uno de los temas que, desde hace ya tiempo, recurrentemente me ronda y sobre el cual debemos reflexionar y ahondar quienes nos dedicamos o pretendemos dedicarnos a estos dos oficios.

Por de pronto decir que Justicia, a grandes rasgos, es “aquella virtud de dar a cada cual lo que corresponde, lo suyo, sobre la base de ciertas normas o reglas predefinidas normalmente por el legislador”.

Literatura, también genéricamente, es el “Arte de la expresión escrita o hablada.”

Destellos para una comprensión: cuatro aproximaciones

Hay cuatro lecturas posibles para explicitar esa relación entre la función del juez y la literatura.

La primera, es afirmar que no existe esa conexión, y cualquiera que fuera su vinculación, es únicamente accidental.

La segunda, tiene a la literatura o función judicial como instrumental, según la perspectiva de que se mire. Es un objeto al que el escritor o el juez acude en los momentos en que requiere potenciar esa relación, en una dimensión que es absolutamente de subordinación a una idea, tema o situación particular.

La tercera, apunta a que esa relación resulta vital y trascendental, necesaria. Y vienen, cada una, a integrarse profundamente.

La cuarta, me la reservo para el final, y queda en suspenso. La perspectiva de la que hablaré es desde la función judicial.

Primera aproximación: La literatura carece de significado en el oficio del juez

Un texto que es clave para visualizar la comprensión de lo que estoy diciendo, es el libro de la filósofa norteamericana Martha Nussbaum, “Justicia Poética”.

En sus primeras páginas de esa obra Martha precisamente alude a aquella visión negativa, y la toma paradójicamente de una obra literaria de Charles Dickens, “Tiempos Díficiles”, y su personaje el señor Gradgrind. Nussbaum, nos afirma, refiriéndose a lo que piensa el personaje lo siguiente: “La literatura expresa, en sus estructuras y formas de decir, un sentido de vida que es incompatible con la visión del mundo encarnada en los textos de economía política (o del derecho), y modela la imaginación y los deseos de una manera que subvierte las normas racionales de dicha ciencia”.

Aclara Nussbaum que en esa mirada se observa a la literatura como algo magnífico, valioso, ameno, pero esencialmente optativo, que existe al margen del pensamiento o la reflexión jurisdiccional.

Porque la novela o la literatura tiene su propia impronta normativa, su forma y estilo, en sus modalidades de interacción con los lectores, para crear un especial y único sentido de reglas y valores, distinto al sentido de reglas y valores con que trabaja el juez.

La literatura pide a sus lectores o personajes que observen esto y no aquello, que actúen de una manera y no de otra, pero en un universo que existe paralelamente y escapa a la racionalidad pública en la que se inserta la judicatura.

Segunda lectura posible: La literatura es un subterfugio del Juez. Recuerdo algunas alusiones del Ministro Juan Guzmán Tapia cuando substanciaba las causas de Derechos Humanos, en especial la investigación de lo que se denominó la “caravana de la muerte”. En aquellos tiempos yo era relator de la Corte Suprema y advertí con emoción y sorpresa la incorporación al proceso judicial y a la resolución de cargos por los crímenes de la zona norte de nuestro país, de una copia completa del libro “Los Zarpazos del Puma” de Patricia Verdugo. La idea del juez fue reforzar con aquella narración las declaraciones y antecedentes que ya tenía en la causa.

Dice la autora de ese libro: “El ministro en visita Juan Guzmán Tapia me citó al tribunal y lo encontré con “Los zarpazos del Puma” en la mano, con párrafos marcados en cada página. “La felicito, hizo una muy buena investigación”, me dijo. Un año después dictaba las encargatorias de reo contra el general Arellano Stark y otros cuatro oficiales que tripulaban el helicóptero Puma. Este libro fue, por así decirlo, la “base ordenada de datos” que ayudó al juez Guzmán en la investigación

La literatura, en esta visión está subordinada a la argumentación jurídica, actúa entonces como referencia. Es una contribución más. Un elemento de retórica para la justificación de una premisa mayor o idea fuerza en la decisión jurisdiccional.

Tercera aproximación: La función judicial está íntimamente ligada a la literatura, la necesita, y es su apoyo

Leeré un párrafo de “Crimen y Castigo” de Dostoyeski.

“Respecto a estas resoluciones, hemos de observar un hecho sorprendente: a medida que se afirmaban, le parecían más absurdas y monstruosas. A pesar de la lucha espantosa que se estaba librando en su alma, Raskolnikof no podía admitir en modo alguno que sus proyectos llegaran a realizarse. Es más, si todo hubiese quedado de pronto resuelto, si todas las dudas se hubiesen desvanecido y todas las dificultades se hubiesen allanado, él, seguramente, habría renunciado en el acto a su proyecto, por considerarlo disparatado, monstruoso. Pero quedaban aún infinidad de puntos por dilucidar, numerosos problemas por resolver”

El asesino de Crimen y Castigo, Raskolnikof, ciertamente es una persona especial, cada homicida lo es, y sus razones particulares se entrecruzan con las razones sociales o morales, pero él –al fin- construye su propia verdad ilusoria o distorsionada, tanto así que consumado el hecho termina por desvanecerse inevitablemente, como un espejismo ante la cruda realidad y el orden social imperante.

Las razones del criminal, su ánimo o motivo, deben ser indagadas y reflejadas en la sentencia. Aquí, en este caso, la novela proporciona un modelo de la interacción psíquica en esos recovecos del espíritu que diseñan la estrategia del crimen y su materialización.

Y esta es la opción que acoge favorablemente Martha Nussbaum para admitir la intrínseca función que cumplen justicia y literatura.

La literatura, según Nussbaum modela las percepciones, y las constituye como imaginación pública que es, pero a la vez se erige en una guía para los jueces en sus juicios cuando miden la calidad de vida de personas lejanas, por, sobre todo, y también cercanas.

Dice Nusbaum “La novela construye un paradigma de un estilo de razonamiento ético que es específico al contexto sin ser relativista, en el que obtenemos recetas concretas y potencialmente universales al presenciar la idea general de la realización humana en una situación concreta, a la que se nos invita a entrar mediante la investigación. Es una forma valiosa de razonamiento público, tanto desde una perspectiva intracultural como desde una intercultural”.

El móvil de un asesino y sus circunstancias puede así ser comprendido a cabalidad, utilizándose el paradigma raskolnikiano para explicitarlo o entenderlo.

Cuarta lectura, que va más allá: La literatura, como la función judicial, arrancan su razón de ser de un mismo origen y se funden en un mismo objetivo

Cito de “El Asombro” de Juan Mihovilovich: “¿Estaría vivo ese oficial presuntuoso, arrogante y suficiente que siempre lo había medido en silencio tras cada frase obsecuente y sumisa? ¿Estaría vivo, o apenas sería un alma muerta vagando entremedio de sus sometidos como si continuara vigilando en vano una figura imposible ¿Y él? ¿Él también sería un individuo vivo y consciente de sí mismo, o era un fantasma, también un fantasma acosado por una pesadilla que crecía en su interior arrastrando una condena?

¿Que nos quiere decir el homenajeado Juan Mihovilovich en este texto? Muchas cosas, como el tránsito desde la cordura (realidad) a la irrealidad, y viceversa.

Pero me recuerda este pasaje aquella afirmación de Humberto Maturana, nuestro biólogo filósofo que asevera: “como el convivir humano tiene lugar en el lenguaje, ocurre que el aprender a ser humanos lo aprendemos al mismo tiempo en un continuo entrelazamiento de nuestro lenguaje y emociones según nuestro vivir. (…). Por esto el vivir humano se da, de hecho, en el conversar”.

Lo que ocurre es que los seres vivos tenemos, afirma Maturana, dos dimensiones de existencia: “Una es su fisiología, su anatomía, su estructura. La otra, sus relaciones con otros, su existencia como totalidad. Lo que nos constituye como seres humanos es nuestro modo particular de ser en este dominio relacional donde se configura nuestro ser en el conversar, en el entrelazamiento del “lenguajear” y emocionar” (“El sentido de lo humano”. Ediciones Hachette. 1992, página 22)

Es como la alusión de Borges al sabio chino Te Chuan Su, cuando describe esa imagen profunda acerca de lo que construye la ilusión, y el límite difuso que hay entre ella y la realidad: “Un hombre soñó que era mariposa, y al despertar no sabía si era un hombre que había soñado ser mariposa o una mariposa que había soñado ser hombre”.

Teillier, por su parte, recuerda que “El poeta (como el juez, de lo valórico social y humano) es el guardián del mito y de la imagen, hasta que vengan tiempos mejores” (Prólogo de “Muertes y Maravillas, Editorial Universitaria, año 1968)

Se unen, entonces, poeta, escritor y juez, en que unos y otro retratan una imagen del mundo, de ese mundo que persisten en construir o destruir. Reivindican, cada uno desde su trinchera, la existencia de que aquello que aceptan, y desnudan aquello que reprueban.

Nos entregan imágenes que vienen a instalarse en la realidad social y comunicacional, vinculándose los oficios en una dimensión mucho más profunda y vital que construye la categoría humana.

Esta allí, en ese lenguajear intrínsico de la sentencia judicial y la literatura, la posibilidad de potenciar mundos reales o crear universos inexistentes pero sustentables en una lógica formal argumentativa (hay inocentes condenados), y adicionar una valórica positiva a la función humana o negativa para ella, desde su poder transformador y mítico.

En verdad, el mundo en que vivimos, nuestra aparente realidad, se construye a través de la imaginación, y a ella, a la imaginación, contribuyen el poeta, el escritor, el juez, entrecruzándose sus propuestas de una manera virtuosa, constructiva y deconstructiva, a la vez.

Todo eso es lo que está en la obra de Juan Mihovilovich, como juez y escritor, en su mirada desde lo profundo, donde se gesta esa íntima relación entre justicia y literatura para una lectura, -enfatizo lectura- que da soporte a lo que somos y a nuestro entorno.

Es la imaginación en el fallo judicial, en el cuento, en la novela o en la poesía, la que construye realidades, aquello que da razón de ser a nuestra existencia relacional, en la comunicación y en el lenguaje de la escritura, como nos asevera nuestro recién partido poeta Nicanor Parra cuando afirma categóricamente que existen mundos imaginarios que son más reales que aquellos que nos circundan aparentemente:

El hombre imaginario

vive en una mansión imaginaria rodeada de árboles imaginarios a la orilla de un río imaginario

De los muros que son imaginarios penden antiguos cuadros imaginarios irreparables grietas imaginarias

que representan hechos imaginarios ocurridos en mundos imaginarios en lugares y tiempos imaginarios

Todas las tardes tardes imaginarias sube las escaleras imaginarias

y se asoma al balcón imaginario a mirar el paisaje imaginario

que consiste en un valle imaginario circundado de cerros imaginarios

(…)

Y Juan Mihoviloch, nuestro querido homenajeado, nos podría declamar entonces como en el “Contagio de la Locura”, configurando o potenciando ese mundo imaginario:

“Fue un cinco de mayo. El juez alzó el mallete para golpear el trozo de madera, y al levantar la vista, vio que el condenado era un colibrí. Sacudió dos o tres veces la cabeza. No era posible. Cerró los ojos como si ahuyentara un pensamiento indeseable. Luego fue abriendo los párpados con lentitud (…) -¡Dios mío! –exclamó- ¡Aún está allí!-“ Muchas gracias.

 

Santiago, 27 de marzo de 2018