por Jaime Vieyra-Poseck
Julio 2022

En su opera prima, el autor muestra una forma de escribir sencilla y directa, quizá por lo mismo, tremendamente eficaz. Da la impresión que te lleva a gran velocidad por un camino lleno de peligrosas curvas y, sin embargo, te sientes seguro de que llegarás vivo.

Las primeras cincuenta páginas me dejaron un poco sin aire, y debí dejarlo para tomar aliento. Con cierto temor de retomarlo porque las emociones que produjeron en tan corto tiempo de lectura abarcaron toda una vida y muchas vidas; en rigor, las vidas de millones de personas inmersas en una tragedia colectiva: el golpe de Estado de 1973 y sus dramáticas consecuencias entre victimarios y víctimas.

Es insólito que este libro sea quizá «incómodo» tanto para víctimas como para victimarios por partes iguales. Los primeros por razones más que obvias: revivir momentos, quizá los más traumáticos de sus vidas, es un ejercicio tan doloroso como tristísimo; para los segundos, por la presunción de lograr que todo un país pase de puntillas un período en el que practicaron el terrorismo de Estado, sin ningún complejo, intentando alimentar la amnesia histórica y justificar lo injustificable.

El libro asombra y te saca de los esquemas aprendidos desde siempre, y la forma de escribir dentro de géneros precisos y muy delimitados. No sé exactamente si esto aporta o no. Pero sí sorprende, para bien y para mal, ese cruce de géneros tan sin ningún «permiso» del lector. Y hasta a veces, todo dentro de un mismo relato, como llevándote de una pieza a la otra.

Me topé con una narración que me toca. Y preciso que Marta Ugarte era comunista, no mirista. Nos enteramos de su asesinato por la página de Sucesos, donde lo presentaban como un femicidio (término que no existía en la época), era un “crimen pasional”. Sabíamos que no había llegado al contacto para una reunión del CC. Nadie llegó a esa reunión. Fue el mayor «éxito» de la represión contra el PC: descabezaron el Comité Central en la clandestinidad. Yo estaba escondido, recién saliendo de la niñez, en la casa clandestina de una persona que debía reunirse con ella. Nunca olvidaré aquel desayuno, cuando leímos en el periódico sobre su asesinato. No hubo tiempo de llorar. Las medidas de seguridad estaban fracturadas. Viaje a Antofagasta. Pero esa madrugada quedó grabada en mí para siempre y, después de más de 40 años escribí el poema que me prometí y le prometí a Marta en tan fatídico como atormentado desayuno (y muy pobre, en una población de San Miguel en Santiago).

Chirría un poco el casi explicitar la ideología del autor en los relatos. Sería mejor limitarse a poner los datos y que el lector saque sus propias conclusiones. Pero también es cierto que los eufemismos ideológicos y no nombrar las cosas por su nombre y con propia ideología, de hechos tan dramáticos como fueron los 17 años de terrorismo de Estado, resulta absurdo y hasta cínico. Pero aquí hay que salvar el relato y su integridad, más que la opinión de uno mismo. Insisto, es mejor acudir sólo a los hechos sin tomar parte de un lado de esos y dejarle al lector el trabajo de sacar conclusiones propias. Quizás ese sea la fórmula de hacer universal y transversal la literatura. Pero no lo sé con certeza; quién podría…

Destaco el «caos» de géneros. Es como el que se vivió en dictadura con relación al caótico superávit emocional que nos vimos obligados a soportar. Por eso este libro habría que ubicarlo fuera de los parámetros del análisis “puritano” o convencional o académico. Tal como fue esa época siniestra en la historia del país: se desbordaron todos los límites y se cruzaron por lejos todas las líneas rojas de mínima convivencia que pudieran considerarse civilizadas. Aquí existe un caos en la mezcla, en una misma narración, y también de una a otra, de géneros diversos. ¿Un caos apropiado como técnica por el tema caótico que nos narra? Pienso que sí. En ese sentido sería un aporte como recurso narrativo. El relato final (¿autobiográfico?) cierra el libro con ese aliento que lo recorre todo: el asombro de encontrarse a la página siguiente con sorpresas inesperadas.

Quizá una crítica general, en un sentido de oposición de una tesis, sería un, de seguro, no intencionado voluntarismo ¿ideológico, de querer dejar constancia del lugar político del escritor? No sé si es lo «correcto» intentar no plasmar su posición o ideología política frente a un hecho concreto, en este caso, la tragedia política chilena de los 17 años de dictadura. Esta observación es una perogrullada. Sí. Pero resta sumar si se quiere tener la intención de hacerlo para la democracia o las justicias de toda índole: la propuesta literaria queda sólo para incondicionales. Sin embargo, todo queda silenciado por el formidable esfuerzo de un ejercicio de honestidad, de dignidad, de principios humanistas ¡la Ilustración y su poder, aún! Que se palpa, se huele, se siente en todo el relato. Ya solo este esfuerzo salva cualquier «desliz» técnico-literario.

Me quedo sin aliento. Es una lectura exorcista. Un ejercicio, para las víctimas, de la mejor terapia inesperada. Y eso, por cierto, se agradece y es un logro literario.

Jaime Vieyra-Poseck es Antropólogo Social, Máster en Antropología del Género y tiene una especialización para másteres en Periodismo Científico, por la Universidad de Estocolmo. Ha publicado dos trabajos de literatura científica, (antropología del género), Mujeres chilenas en Suecia, ¿Emancipación o sumisión? (ALAM, 1995, Suecia) y El ADN del patriarcado. Una nueva teoría (Cuarto Propio, 2021, Chile). También, autor de tres libros de poesía: Clamor de Chile (Editorial Latina, 1980, Suecia); Exilio en la prehistoria (Nordan, 1988, Suecia) y Geografía herida (Ril Editores, 2003, Chile). Ha realizado varias investigaciones en la temática de género para instituciones especializadas en esta problemática, como también para la Unión Europea. Está radicado en Suecia.