Por Gabriela Aguilera Valdivia
En el último Festival Santiago Negro realizado en Chile en 2014 y organizado y producido por el Centro Cultural de España, el escritor sueco Arne Dahl era la estrella mayor. En este festival, (que ya tiene tres versiones y cuya concreción hoy día tiene mucho que ver con la gestión de Ramón Díaz Eterovic), siempre se ha contemplado la participación de escritores de narrativa negra de otros países, favoreciendo así el intercambio y nuevas instancias de conocimiento.
En la inauguración estaba programado un recital de la Lira Popular en la voz del actor Luis Dubó. La Lira Popular fue una serie de panfletos, (flyers, se diría hoy), que se imprimieron en Chile a fines del siglo XIX y principios del XX. En esas hojas, muchas veces ilustradas, los poetas populares publicaban sus textos que podían ser poesía o una especie de noticiero en verso. Temáticamente eran muy diversos, incluían la farándula política de la época, los acontecimientos de la crónica roja, y cualquier otro suceso de conmocionara al país. De alguna manera, podríamos decir que la Lira Popular cumplía la función de los juglares y de los flashes periodísticos. El lenguaje usado echaba mano a ciertas técnicas literarias y también al imaginario colectivo que se basaba principalmente en la oralidad, en una época en que la mayoría de la gente no sabía leer ni escribir o lo hacía de manera muy rudimentaria.
En la inauguración del festival y luego de las palabras oficiales, había un cóctel en el que íbamos a presenciar el recital de La Lira. Arne Dahl estaba junto a una comitiva de suecos, al parecer, parte del personal de la embajada. Y todo iba bien, estábamos ahí, con nuestras copas de buen vino mientras se desarrollaba el recital como si fuera un telón de fondo. Luis Dubó iba relatando una historia en verso sacada de una de las Liras, que era lenta narrativamente, salpicada de metáforas y que además, usaba muchos chilenismos. La mayoría del público estaba distraído y los suecos conversaban entre ellos, degustando el vino y emitiendo exclamaciones de placer. Pero de repente, Luis Dubó llegó al clímax de la historia y el panificador que estaba personificando y que contaba cómo había entrado a la pieza del conventillo en que vivía, saltó cuchillo en mano aullando que había agarrado de los pelos a la infiel y le había enterrado el cuchillo «acáaaa y acáaaaa y aquí, en el cuello y acaaaaá en el pecho» hasta que la mujer había expirado entre los brazos ensangrentados de su asesino A l primer grito de Dubó, los suecos se sobresaltaron sin entender qué estaba ocurriendo, aunque, por los movimientos del cuchillo imaginario del actor, podían intuirlo. Quedaron paralogizados. Rápidamente, la traductora intentó ponerlos al día en la narración pero allá venía la continuación de la historia, en la que Dubó/panificador tenía que hacer desparecer el cuerpo y entonces…empezaba a descuartizar a la muerta. Cortaba «acáaa y aquíii» y todo era sangre, tripas sobre la mesa del comedor, trozos, la limpieza del piso de maderas carcomidas… La traductora intentaba ponerse a la altura de lo narrado pero no podía. Los suecos estaban impactados y, por supuesto, habían dejado de comer y de tomar. Tuve la suerte de ser espectadora de primera fila, tanto de la historia de la Lira actuada por Dubó como de la reacción de los suecos.
En un cóctel posterior, uno de los suecos comentó (vía traductora), que después de varios días de festival, le parecía entender que los chilenos teníamos una predilección por los crímenes sangrientos y salvajes. La directora del Centro Cultural le informó de algo en lo que yo no había reparado: que no sólo nos gusta ese tipo de crímenes, sino que, según ella, nos encanta el descuartizamiento. Me llamó la atención el comentario pero me pareció muy posible porque obviamente, un extranjero puede ver puntos de nuestra cultura que a nosotros nos resulta difícil distinguir porque estamos dentro del sistema.
Me dediqué a la pesquisa recorriendo la historia de los crímenes más famosos en Chile, algunos de los cuales conocí siendo muy niña porque eran tema de conversación en las sobremesas y encuentros sociales, además de famosos radioteatros que escuchaba a escondidas de mis padres. Recuerdo haber leído un libro policial de crímenes chilenos (todos con descuartizamiento), que me dejó tan aterrorizada que durante un tiempo entraba a la biblioteca de mi casa sin mirar hacia la estantería donde estaba el libro amarillo con letras rojas que imitaban la sangre cayendo por una pared.
Tengo que reconocer que algo de verdad hay en la afirmación oída en ese cóctel. Los registros muestran una galería de asesinatos salvajes, brutales en los que los asesinos rápidamente toman la decisión de descuartizar el cuerpo y luego reparten los restos por donde se puede o intentan quemarlos. Si alguien desaparece, inmediatamente se empieza a buscar «los restos». Todas las historias hablan de la conmoción social que ocasionan los primeros descubrimientos de pedazos humanos hallados en alcantarillas, bordes de ríos, basurales, bajo los puentes. Los investigadores empiezan la búsqueda de lo que falta, hacen el registro, (hay fotos espeluznantes de tal cosa), y el hecho se inscribe en el imaginario colectivo a tal punto, que esas animitas se hacen milagrosas y los artistas, (escritores, poetas, músicos, actores, etc), crean obras a partir de lo ocurrido.
Particularmente escabroso es un asesinato ocurrido en la década de los 30′ en el barrio Matadero. En el registro hay detalles nauseabundos y fotografías impresionantes. Aparte de eso, se consigna que mientras la policía buscaba afanosamente la cabeza del descuartizado para poder identificarlo, cualquier persona que cargara un bulto en la calle, podía ser detenido.
El policial chileno ha sido influido por muchos elementos, tanto literarios como extraliterarios y en este ámbito, sin duda, nuestra manera de matar es uno aquellos, invaluables en su horror y que nos dota de una identidad propia.
GABRIELA AGUILERA V. Escritora y tallerista. Estudió Antropología en la Universidad de Chile e hizo un Diplomado en Estudios Mexicanos en la UNAM, México. Fue panelista estable del programa literario de radio USACH, De Tomo y Lomo, en 2005 y 2006. Desde 2007 es miembro del Comité Editorial de Asterión Ediciones. Ha participado como ponente y tallerista en distintos eventos nacionales e internacionales, en proyectos relacionados con el fomento del libro y la lectura financiados por el Consejo del Libro y en lecturas públicas y conversatorios tanto en Chile como en el extranjero. En 2009 obtuvo la Beca a la Creación Literaria del CNCA. Desde 2007 formó parte del directorio de la Corporación Letras de Chile, organización que presidió en 2011 y 2012. Ha publicado: Doce Guijarros, (cuentos, 1976), Asuntos Privados, (cuentos, Asterión Ediciones, 2006), Con Pulseras en los tobillos, (microcuentos, Asterión Ediciones, 2007), En la Garganta, (cuentos, Asterión Ediciones, 2008), Fragmentos de Espejos, (microcuentos, Asterión Ediciones, 2011), Saint Michel, (micronovela, Asterión Ediciones, 2012), Astillas de Hueso, (microcuentos, ed Scherezade, 2013). Sus cuentos han aparecido en diversas antologías de Ergo Sum desde 1992 y en antologías en España, Chile, Argentina, Estados Unidos, Francia, Venezuela y México. Su nuevo libro está en etapa de edición.
En Revista Tardes Amarillas
www.tardesamarillas.com
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