Crónica literaria de Eddie Morales Piña
La lectura de un texto antológico titulado A medio de camino, publicado en 2019, del poeta Sergio Pizarro Roberts (Santiago, 1964) nos hizo augurar que estábamos frente a un escritor cuya poética va decantando en este libro que reúne su producción escrituraria entre los años 1993 y 2016. La introducción y el cierre que engloban los textos poéticos de a medio camino permiten contextualizar y ubicar a Sergio Pizarro en la poesía chilena de las últimas décadas. Sin duda, que nos encontramos ante un poeta que ha ido consolidando su escritura en el transcurso de los años, lo que permite afirmar con certeza que el proyecto escriturario puesto en acto se ha constituido como una voz poética particular. Para quienes quieran adentrarse en ella esta antología es una obra indispensable.
Recientemente, en 2020, Sergio Pizarro nos entrega un texto poético de nombre Homenajes póstumos, cuyas repercusiones dentro del ámbito de la lírica son indudables. Se trata de un pequeño libro de menos de una cincuentena de páginas en un formato atrayente -como una plaquette-. La portada tiene un dibujo de Luis Martínez Salas -al igual que los interiores- que muestra una imagen de un ser humano en posición decúbito, casi en situación fetal. La palabra mencionada -decúbito- nos lleva a su étimo que remite al verbo latino decumbere, una de cuyas acepciones es la posición yacente. Esta última, a su vez, tiene una conexión con lo mortuorio. En consecuencia, el título de este poemario de Sergio Pizarro se enlaza con una temática que transitará por estos senderos: el motivo de la muerte. Por lo demás, en la denominación de la plaquette, el sustantivo póstumo nos remite indisolublemente al campo semántico en que poéticamente la obra se encasillará. Póstumo es el homenaje que se le hace a una persona después de muerta.
El motivo de la muerte es de vieja raigambre en la literatura universal. Aunque parezca contradictorio, la muerte forma parte de la vida. San Francisco de Asís en la Oración simple dice que muriendo se va a la vida eterna. En otras palabras, la muerte corporal sólo como el preámbulo para la vida verdadera como lo cree un cristiano. El motivo de la muerte o la tematización de dicha realidad en la literatura ha alcanzado diversas modulaciones estéticas. En realidad, el arte o la literatura nunca ha sido indiferente ante esta condición de la existencia humana. Desde los medievales -por ejemplo- hasta la famosa expresión moderna de que el hombre es un ser para la muerte, el motivo ha alcanzado cimas señeras. “Recuerde al alma dormida/ avive el seso y despierte/ contemplando/ cómo se pasa la vida/ cómo se viene la muerte/ tan callando”, escribía el poeta Jorge Manrique en la Edad Media en su famoso poema Coplas por la muerte de su padre, una verdadera elegía funeral donde se encuentran la mayoría de los tópicos de la época en relación con la temática. Mientras que nuestra Gabriela Mistral en uno de sus primeros poemas -Los sonetos de la muerte- decía la hablante lírica: “Del nicho helado en que los hombres te pusieron/ te bajaré a la tierra humilde y soleada”, reactualizando el motivo de la muerte en estos sonetos, casi una endecha o planto medieval. El ars moriendi gira en torno a la cosmovisión de la muerte a lo largo del tiempo en la literatura y en el arte. Ars moriendi es el arte de morir y Philippe Ariés lo ha demostrado en un interesante ensayo acerca de morir en Occidente.
Homenajes póstumos de Sergio Pizarro, por tanto -según nuestra lectura- se inscribe en esta larga prosapia estética que ha tematizado tal motivo. Sólo que aquí nos encontramos con una perspectiva posmoderna donde el sujeto hablante o hablante lírico se enfrenta a la muerte en la persona de quienes son homenajeados póstumamente. La voz poética asume temples de ánimo -Pfeiffer, dixit- donde predominan lo carnavalesco al más puro estilo bajtiniano, lo que en sí es un acierto. La ironía y lo festivo tampoco se encuentran ausentes a medida que se va rindiendo homenajes a los convocados en una suerte de danza de la muerte, que es un producto medieval, por cierto. Pero todo lo anterior, sobre la base de esta mirada posmoderna donde la muerte corporal pareciera ser anulada por la poesía. Hay en esta plaquette, por lo demás, una forma lúdica de fijar el foco poético. El lenguaje directo, llano, transparente, cotidiano nos recordará lo parriano, que es uno de los convocados a la danza: “soy tan quemao/ que la ceniza se me devuelve”. Los versos son sentenciosos -y la sentencia retóricamente, es una forma escrituraria que encierra una verdad-. Además, estos versos nos evocan los aforismos y toda suerte de epitafio, pero siempre en este sentido lúdico de convocar y enfrentar a la muerte entrelazando imágenes de las obras o formas de ser de quienes son homenajeados: “¡el lobo fedós!/ grita azuloso el niño y despierta…” (Gabriela reducida)// “en las copas del almuerzo/navega una siesta” (Jorge Teillier)// “Pizarro/ ¿podés prender las velas y apagar lo que sobra?” (Pizarnik). El sujeto hablante que nos transmite estos variados homenajes póstumos -algunos de los llamados, creo que están vivos, y si es así, lo carnavalesco sería el núcleo esencial del corpus poético-, sí que sabe de la retórica del ars moriendi: “entre epicedios, trenos y epitafios/ esa muerte me elegía” (Elegía). En estos homenajes póstumos donde la muerte -al final- es el personaje central como en El séptimo sello de Ingmar Bergman -la muerte como la única seguridad de lo finito en este mundo- se reúnen no sólo escritores y poetas, sino también de otras artes -y esto nos corrobora que el texto de Sergio Pizarro es una danza de la muerte posmoderna-: “fuera del círculo dorado de su amor/ a un canario se le perdió la jaula” (Gustavo Cerati)// “los amigos del barrio pueden desaparecer/ homenajes como este pueden desaparecer” (Charly). En definitiva, estamos en presencia de un hablante lírico -que no es más que la voz poética de Sergio Pizarro transmutada en otro- que puede convocarse a sí mismo en la danza, tal como queda demostrado en el poema Epitafios en el cementerio tertuliano de Cochoa donde confluyen su propio nombre y el de otros y otras, como la poeta Rosa Alcayaga -supongo que será ella a quien conozco: “Aquí ríe Rosa Alcayaga/ con su acostumbrado y sonoro sentimiento/ Aquí retoza Sergio Pizarro / olvidado en el silencio con sumo cuidado”. En este texto los cronotopos están perfectamente determinados en el título donde se concentran los motivos tematizados: epitafios, cementerio, tertuliano, Cochoa (que es donde habita el poeta). Finalmente, queda dejar testimoniado que el poeta Pizarro también escribe en prosa poética como en el excelente texto que hace un guiño a Pablo de Rokha, uno de los convocados en la danza de la muerte: “Aunque ya no me escuches Pablo y todo te sea finalmente inútil, culmino este asunto conforme a tu obra, con un aluvión incontenible de puntos suspensivos rojos, los poetas que hubiésemos sido de rokha al leerte” (Los mugidos, reescritura de Los gemidos, 1922).
(Sergio Pizarro Roberts: Homenajes póstumos. Valparaíso: Editorial Bogavantes. 2020. Dibujos Luis Martínez Salas. 47 páginas).
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…