Por Miguel de Loyola

Juan Miguel Cancino es un poeta silencioso, oculto como muchos otros por la profesión y necesidades del diario vivir. Sin embargo, sus versos lo delatan como poeta inconfundible, toda vez que intenta atrapar lo inasible, como el tiempo y sus avatares,  las injusticias y también justicias que arrastra:

«Donde era la era,/ hay ausencia de trigo/ y aunque el recuerdo/ de vuelta trajera, guitarras sonoras,/ jinetes y parva;/ hicieran remolinos/ ¿Cómo trillaríamos / esquivando los pinos?…  Es uno de los poemas de su libro Regresos, donde vuelve y revuelve la nostalgia del pasado.

Desde luego, hay que rebobinar la historia para reconstruir el sentido más profundo del poema. O bien, deconstruir, como proponen los filósofos de la deconstrucción. Quien no haya conocido alguna vez una era, esa explanada abierta sobre los campos para aventar el trigo, ahora tapiada por la frondosidad suculenta y lucrativa de los pinos, mal podrá entender o interpretar el poema.

Sucede que en los campos de nuestro Chile, asola la codicia del llamado oro verde, que ha exterminado la agricultura en  muchos lugares, particularmente en los territorios aledaños a la cordillera de Nahuelbuta, reemplazándola por frondosos bosques de pinos. Estos árboles de origen foráneo,  han sido en los últimos cincuenta años en Chile, maldición y bendición para mucha gente.  En muchos lugares, han arruinado  la agricultura, pero han enriquecido a las plantas de celulosa que exportan materia prima hacia todos los hemisferios del mundo. Y, por cierto, estrangularon las eras, esa explanada donde el viento limpiaba libremente los granos, junto a la alegría natural del campesino, siempre asombrado de la sabiduría de la naturaleza en su estado primigenio.

La poesía de Juan Miguel Cancino, se torna  así visceral, lárica, toda vez que recuerda y apela costumbres y usos abandonados por la modernidad, y por aquel deseo insaciable de riqueza que no termina, ni terminará, arrasando costumbres milenarias, y con el deseo siempre humano de vivir en paz, porque el devenir del tiempo todo lo destruye: «La casa del abuelo/ donde nacimos,/ ya no tiene techo,/ dintel, umbral ni puerta,/ herida, perdura,/ a todos los vientos, / de par en par, abierta.//

En su poemario permanece viva la nostalgia del existente, quien ve y siente el paso del tiempo, como un hecho definitivamente inexhorable.

Miguel de Loyola – Santiago de Chile – Diciembre del 2015