Por Aníbal Ricci
Escrita en cinco actos, la estructura teatral es evidente, sobre todo para caracterizar los diferentes escenarios y la introducción de personajes nuevos, ya sean ficticios o reales, conceptos muy difusos (a propósito) en el entramado de la novela
En el 2070 ha surgido una nueva pandemia de infectados, pero esta vez acompañada por el enrarecimiento de la corteza terrestre producto del calentamiento global.
Hay un exterminio por parte de los militares y los sobrevivientes hallan comida entre la basura. Escasea la carne, debido a que han desaparecido los animales. Los dos personajes principales (Claudia y Carlos) eran actores en la época previa a la hecatombe y se encuentran con dos ancianos bien vestidos en un lugar llamado El Paraíso Perdido, que nos recuerda al poema narrativo de John Milton.
Carlos y Claudia visten como dos pordioseros, sin bañarse y huyendo de las autoridades y los saqueadores. El encuentro con Didi y Gogo produce perplejidad y desconfianza, en realidad toda la novela es avanzar por un mundo destruido, donde la incertidumbre es el pan de cada día.
Los viejos los invitan a las cercanías del barrio cívico, lugar fuertemente custodiado, ellos conocen el camino para hallar refugio seguro dentro del perímetro. Acceden al lugar por túneles oscuros y llegan a un edificio perfectamente mantenido a pesar de las explosiones. Lugar donde hay abundancia de provisiones y donde las autoridades no tienen control, surge la idea de unos privilegiados (los ricos Didi y Gogo) que pueden operar como cómplices pasivos de un régimen dictatorial.
Gogo es dramaturgo. La propuesta para los pordioseros es montar su obra a cambio de comida, whisky y agua caliente.
Es evidente que ha llegado la hora del apocalipsis. El mundo se cae a pedazos y la propuesta parecerá nihilista, ajena a la violencia de las calles donde se oyen frecuentemente disparos.
En la obra, los personajes mantienen sus nombres reales, pero Claudia será una enfermera y Carlos un consejero regional que ha malversado fondos.
Uno recuerda a la película Matrix, donde la realidad es un infierno, donde el calor arrasa con la vida sobre la faz de la tierra. Los pordioseros son como Adán y Eva, siguiendo la lógica de John Milton. Didi será un funcionario ministerial y Gogo un auditor fiscal. Las habitaciones del edificio representan el mundo ficticio e higiénico, no es un mundo aparente (como en Matrix) sino el escape ante la realidad, no una forma de engaño, sino la moneda de cambio para representar la obra.
Curiosamente, la obra es realista, no un escape nihilista, sino la representación de la corrupción que ha quedado atrás. Carlos es perseguido por robar recursos para campañas políticas (caso convenios) en un mundo que suponía estabilidad, pero que escondía la podredumbre de las instituciones. La crítica es feroz, el lector entiende que la actualidad ya se internó en la decadencia y que la civilización vive sus últimos días, en el fondo la violencia (la violencia de las horas) ya se instaló y estamos inmersos en un presente apocalíptico.
La novela juega en todo momento con las apariencias, vivimos de las apariencias, pero la humanidad ya está podrida y no hay escapatoria. En el mundo nihilista del edificio se habla de la existencia de un sótano, el lugar donde se esconde la muerte, el lugar de los cadáveres que se acumularán en la futura pandemia. Como lector me trasladó a China y al encubrimiento de muertes durante la crisis sanitaria de 2020.
Adán y Eva ya probaron el fruto prohibido (edificio nihilista) y serán arrojados de ese supuesto paraíso, pero serán asesinados, este futuro no perdona. En el fin de los tiempos (de las horas) el ser humano se transformará en bestia y comerá carne humana, la carne de los actores (el pueblo) que será sacrificada por los ricos que conviven con las autoridades represoras.
Tanto los militares como esas élites se alimentarán de la esperanza del pueblo. Existe un personaje, Víctor, buscando nuevas víctimas, nuevos actores que los entretengan y satisfagan sus bajos instintos.
La gente común y corriente puede embrutecerse, alienarse con esas representaciones, las obras y discursos de los poderosos. El libro es una distopía, un futuro despiadado que lamentablemente ya ocurrió en el pasado, en alusión a la pandemia de 2020 y también a la dictadura de Pinochet, donde los cuerpos no desaparecían en los sótanos, sino enterrados en fosas comunes, en los ríos o arrojados al mar.
La violencia nunca desapareció, siempre estuvo presente a pesar de los esfuerzos de la transición democrática. Se enriquecieron las élites durante la dictadura y luego de la Concertación, surgió una nueva élite de otro color político que también se enriqueció a costa de la población.
La violencia no sólo está en la represión futura. La serpiente podría estar representada por el mundo neoliberal de una violencia despiadada contra los pobladores (consumidores). La historia se repite y vuelven a surgir élites que se benefician de la desgracia. Hay varios tipos de saqueos: el de los militares, de los saqueadores y también esas élites que imponen su discurso, los dramaturgos que surgen con su propia narrativa para justificar los cadáveres.

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