Por Eddie Morales Piña

Estamos en presencia de un texto poético de Carlos Cociña (Concepción, 1950) con un título que se presta para una connotación especial, como toda denominación de una obra que se sitúe en los márgenes de la creación poética. En un antigua manual donde ingresamos al estudio de la literatura –El mundo de las letras de F. Vodicka y O. Belic-, los autores distinguían tres maneras con que podemos aproximarnos al universo; estas eran la apropiación práctica, la teórica y la estética. Sin duda que esa división conserva su sentido habiendo pasado varias décadas de la emergencia de aquel libro. La apropiación estética del mundo tiene que ver con el modo cómo un sujeto recrea -o crea como decía Huidobro- lo observado mediante una perspectiva donde prevalece una especial manera de utilizar un instrumento eficaz que va más allá de sus funciones prácticas. El lenguaje es descentrado de estas y se posiciona como una nueva realidad puesta en acto en el proceso de creación. Sistema, norma y habla -como lo señalaba E. Coseriu- encuentran en el quehacer poético una forma diferente de expresión retórica. La poiesis es, por tanto, creación poética. En consecuencia, toda forma de modulación estética es poiesis. En lo literario, generalmente, se ha adscrito la palabra poética al quehacer versal. En el caso del libro de Cociña el lector se enfrentará a una retórica poética donde se privilegia el texto en prosa. Sin embargo, nos encontramos en los ámbitos de lo lírico: “Hemos perdido la trituración y fragmentación que produce el índigo. Este se desvanece en las hojas secas por falta de agua, cuando desaparecen los vientos del sur. Hemos olvidado que olvidar se olvida”.

El título del libro de Carlos Cociña, Estado de materia, desde nuestro acto de lectura hermenéutica tiene dos sentidos. El más inmediato remite al hecho de que el lector se enfrentará a un conjunto de textos poético-líricos que abarcan el lapso entre 2017 y 2023; por tanto, podríamos decir que es una antología, en este sentido, es el estado de la creación -la poiesis- de Cociña encapsulada en el texto como lenguaje connotativo. El complemento del nombre -estado-, esto es, de materia, remite a la labor poética, pero hay una significación más profunda –“quitemos la corteza al meollo entremos”, Gonzalo de Berceo, dixit-. Se trata de una inmersión o un descenso por la palabra -el lenguaje, por tanto- cruzando sus diversos estratos de significancia o potencialidad. El lenguaje puesto in extremis, lejos de cualquier remitente a la realidad inmediata, aunque en el proceso de lectura un lector avisado podrá acceder a algún referente que se modula en la escritura: “Helicópteros en danza lenta, agresiva. No vuelan, se obstruyen en la premura de las aspas. Su ruido no es de acá, sino de un lugar en miedo, pero está en los ojos y resuena en las vísceras que se contraen al ritmo de un motor remoto, opaco, vacilante y duro. Un matapiojos en fuga sobrevuela el agua”. Por otra parte, el núcleo del complemento asume la materia, la materialidad, es decir, lo que posee masa y ocupa espacio: “Nubes y piedras, bajo la isoterma cero, agua concentrada, sobre la línea, nieve. Ahí el cielo se estrelló, un disparo en la cabeza. Una isla puede ser el horizonte”. Es en una exégesis, el libro de Cociña, una entrada en la materia revelada mediante el lenguaje poético. El texto aglutina la materia en segmentos -nueve- que van focalizando diversas instancias que el locutor -el sujeto lírico como figura también de lenguaje dentro de la poiesis-las presenta anteponiendo la preposición hasta, una de cuyas acepciones es el límite final de una trayectoria espaciotemporal. En consecuencia, esta división material es una forma de señalar los cronotopos del enunciado poético, entre ellos el lenguaje: “Quebrar el código es necesario para abrir un enigma. Es una constante, un problema abierto, un accidente, un lenguaje que antes ya sonaba en los elementos”. Precisamente, la poética de Cociña está asentada o fundamentada en este quebrar el código. Todo acto poético-lírico lo es, pero en el poeta Cociña la sustentabilidad o sustantividad de la creación hace entrar al lector en la propia esencialidad del lenguaje: “Los andamios de madera que contienen el edificio en construcción superan con creces, en estructura y belleza, su objetivo. // Palabras entrecortadas y mutismos cubren y exponen sentidos difusamente exactos e indescifrables”.

El andamiaje de los poemas de Carlos Cociña poseen una propia lógica que van más allá de una lógica de lo razonable. La poesía como una forma o manera de pensar, una creación. A propósito de la creación poética, el también poeta José Miguel Ibáñez Langlois, escribía hace tiempo que “lo que llamo ‘objetividad’ y ‘substantividad’ del poema me parece sensiblemente análogo a lo que Heidegger ha llamado ‘el puro estar en sí de la obra’, el ‘descansar exclusivamente en sí misma’, del cual dice: ‘a esto se endereza ya la más genuina intención del artista; la obra nace para que exista puramente en sí misma’. Sin duda que tal afirmación puede ser adscrita a esta obra del poeta Cociña donde el lector entrará en la materia, aunque esta le parezca densa y transite de imágenes a imágenes poéticas que revelan un oficio consolidado en el espectro de la lírica chilena contemporánea de las últimas décadas: “De improviso parece que el país desapareció. Las llamas saben cuándo deben apagarse. Se reabren en senderos de incendios pasados. Estallidos en su origen disperso y coherente, cuya visión se ciega”. Un libro imprescindible de leer.

(Carlos Cociña. Estado de materia. Lumen. 2024. 208 pág.).

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