Comentario de Aníbal Ricci

Una novela de esta envergadura no se puede analizar desde la estructura. La personalidad de las víctimas y de su apacible vida republicana y respeto hacia la iglesia, esa sensación de comunidad donde se aprecia la preocupación de los vecinos a pesar de sus diferencias sociales. El autor bucea en la psiquis de los miembros de la familia Clutter, situándolos a finales de los años 50, para en paralelo describir a dos individuos que acaban de salir de la cárcel y que han planeado un robo sin testigos, que supone asesinar a otros.

Para llevar a cabo sus planes deberán viajar cientos de kilómetros y miles de kilómetros huyendo hacia México, sin un plan demasiado elaborado, trabajar en otro país a partir del dinero de unos cheques sin fondos.

El retrato de estos delincuentes, Dick Hickcock y Perry Smith es exhaustivo, sus conversaciones en reclusión, su amistad entre comillas, alimentada por rasgos poco probables que creen ver en el otro. Dos sujetos que serían capaces de borrar del mapa al compañero de fechorías, no sienten remordimientos ni les interesa demasiado el futuro.

El crimen ocurrirá en Holcomb, un poblado de casi 300 personas, que viven en su mayoría de la tierra y el ganado.

Perry proviene de una familia descompuesta, de un padre ausente y ermitaño y de una madre alcohólica. De rasgos indígenas y físico deforme, además de haber sufrido un invalidante accidente. Con la escasa educación que recibió no es capaz de controlar sus impulsos, recela del prójimo, ha aprendido a reconocer el desprecio hacia su persona, sujeto de personalidad inestable que responde a un comportamiento esquizofrénico con rasgos paranoides.

Pero ese mismo sujeto es capaz de pintar un cuadro y forjar alguna amistad en el ejército, controlar el impulso sexual de Dick hacia la hija del hacendado Clutter, esa moral en medio del atraco que hace estallar su faceta homicida, expresión de tantos abusos durante la niñez y también el resultado de la pobreza.

El crimen es horrendo y despiadado y a pesar de que Dick lo traiciona en su declaración, Perry no duda en asumir la culpa de los cuatro asesinatos y la razón es que no desea que los padres de Dick sientan vergüenza por los crímenes. Dicotómico y difícil de clasificar, un tipo de pocos amigos.

Truman Capote pormenoriza el crimen, la huida, la captura y el juicio, pero lo hace metiéndose en la psiquis del lector… porque estos asesinos brutales han procedido de manera incomprensible y desmedida para hacerse de unos pocos dólares. Los asesinatos carecen de motivos racionales y responden a lo que a veces llamamos banalidad del mal.

El autor, al mostrarnos los pensamientos y acciones de estos delincuentes, realmente nos desnuda como seres humanos. ¿Somos nosotros tan distintos a estos asesinos? ¿Disfrutamos acaso de los mismos anhelos y tenemos carencias similares a estos seres abyectos?

Capote plantea la pertinencia de la pena de muerte, ¿acaso como sociedad no vamos arrinconando a estos sujetos que viven al margen hasta hacerlos explotar?

Cualquier habitante dentro de una ciudad o poblado puede crecer con privaciones materiales o afectivas que lo definan desde la niñez. Toda esta disección está tan bien descrita por el autor, la traducción y la edición de Lumen es magnífica.

Mi madre era una asidua lectora, pero ahora debo leerle en voz alta y la elección de las palabras, escasos adjetivos, descripciones de lugar fruto del clima y la meticulosidad policial, es tan fácil avanzar cincuenta páginas antes del almuerzo y veo a mi madre concentrada, no sé con precisión cuánto entiende, pero la vertiginosidad de las escenas, esa cadencia natural, hace brotar las palabras desde el inconsciente colectivo.

Muchas tardes de lectura y mi madre observa el libro a mi lado. Supongo que no se da mucha cuenta de los horrorosos crímenes, aunque requiero de este océano de palabras para concentrarme y encantar a mi madre con distintas inflexiones de voz.

No puedo dejar de pensar en mis carencias, hubiera deseado más afecto en mi infancia, aunque otra parte lúdica disfrutó de travesías en bicicleta. Uno no cultiva las fobias, estas vienen contigo y no las puedes erradicar de tu vida, aunque sean poco funcionales en términos sociales. No todos pueden hallar explicación a esos comportamientos y pronto agradezco que esas faltas no definan de forma brutal la vida de otros. Las conductas erráticas producen daño y soy afortunado de ser el principal perjudicado. A veces lo compulsivo puede atentar contra la vida o la sexualidad o la psiquis de otro ser humano. Muchas veces una persona no elige sus defectos de personalidad e incluso lo mental puede alterar la percepción de realidad.

Pienso que es una bendición que tus extravíos (todos los tenemos) puedan mantenerse en lo posible dentro de los límites de la ley. Podremos dañar a la familia o la familia a nosotros, pero supongo que creamos mecanismos para descomprimir esa energía negativa.

No es el caso de Hickcock y Smith que no miden los límites de sus actos y no sienten remordimientos luego de asesinar. Sus elecciones los llevan a la cárcel y en cualquier momento pueden cometer crímenes deleznables.

Eso es lo que hace Truman Capote, nos muestra simples seres humanos que no tienen herramientas para subsistir. Ni siquiera los inhibe la pena de muerte.

Esos asesinos confiesan lo inconfesable y aunque los psiquiatras saben que son sujetos rotos, la ley los castiga de forma implacable, porque son sujetos impulsivos, que al confesar quitan energía a sus atroces crímenes, se exculpan ante unos investigadores que sólo se dedican a escuchar. Y a pesar de todo generan empatía en algunas personas, por rudimentarios que sean esos vínculos, en el calabozo uno de ellos congenia con una mujer que le cocina buenos platos de comida.

Voy a dejar a mi madre al hogar y esa noche termino de leer la novela. Son las páginas más oscuras, aquéllas donde esos hombres condenados intercambian palabras al interior de la Hilera de la Muerte.

Truman Capote
Truman Capote

Truman Capote devela esos egos desequilibrados, esos asesinos a sangre fría a veces apocados, a veces vanagloriados, en permanente pugna son capaces de actos despreciables. El autor valora los avances de la psiquiatría, pero estos sujetos no respetan las conductas percibidas como aceptables, incluso la ley tiene categorizada sus acciones. Parece impropio que el Estado les quite la vida, un castigo demasiado salvaje, como también resulta impropio que un reverendo enderece a sus feligreses con las herramientas de un juez.

En otras ocasiones leemos libros más constructivos o más luminosos, pero mi madre esta vez escuchó demasiado interesada. Las palabras crean realidad, creo que evitarle estos pasajes más oscuros fue lo adecuado.

“A sangre fría” ha sido un aguijón de consciencia. Una novela que no se olvida, tanto por su calidad como por esa sensación incómoda que remueve las tripas.

Uno queda pensando en el bien y el mal, de verdad es posible enquistar un pozo negro en una psiquis, no importa que el sujeto sea de clase acomodada o muy culto, de pobreza extrema, joven o anciano. Hay un momento de la vida en que ciertas carencias, quizás provenientes de la cuna, provocan un estallido irracional y violento, anidado en lo más profundo del inconsciente.

A sangre fría