Cristóbal Hasbun es un escritor y abogado chileno nacido en Santiago el 18 de agosto de 1986. Su primera obra literaria publicada se titula Árboles Plásticos (2022), un conjunto de siete cuentos con rasgos propios del realismo y la literatura fantástica. Vive actualmente en Alemania, en la ciudad de Frankfurt am Main.
Invitamos a nuestros lectores a leer este interesante texto sobre Pepe Mujica, gran figura del siglo XX y XXI.
MUJICA, EL ESTOICO
Por Cristóbal Hasbun
Pero hagas lo que hagas, vuelve del cuerpo a la mente lo antes posible. Haz este ejercicio día y noche. Es una forma de ejercicio frente a la cual el frío y el calor, incluso la edad no son un obstáculo. Cultiva un bien que el propio paso del tiempo mejore (Séneca, Cartas de un Estoico, XV).
Pepe Mujica anunció pocos meses atrás que padece cáncer de esófago. La noticia pesa, porque poco a poco se extingue el discurso y la práctica, rigurosa y sencilla, de un hombre que le ha hablado al mundo con tanta verdad que es difícil olvidar lo que dice. Ha sido un político sin la grandilocuencia del político. Enseñó, al menos en los últimos años de su carrera, que existe un lugar más allá de la política, donde se puede conversar —escuchar atentamente y hablar— y que en el mundo de hoy ese es el primer acto de revolución y refugio. Es posible escuchar horas sus discursos o entretenerse con los trabajos de sus biógrafos. El viejo de 89 años que hoy está enfermo en su modesta casita de campo comunicó muchísimas cosas como lo hacen los maestros que acarrean una luz de bondad rápidamente distinguible.
Hay algo en los discursos que dio en la ONU, las cumbres internacionales o en los parlamentos de diversos países que no quisiera que pase por alto. Se trata de las referencias a los estoicos que el expresidente acostumbraba a hacer en sus intervenciones o entrevistas. Me refiero a la idea nuclear detrás de su oratoria, desde la cual penden diversos hilos de su pensamiento, discurso y prácticas de vida. Este punto es el siguiente: es urgente volver a la filosofía en su sentido clásico y revisar nuestra forma de vivir. Un contenido radicalmente austero, cargado de sentido. No es un mensaje sinuoso o intrincado, lleno de segundas intenciones o ambigüedades agresivas como lo suelen ser algunas de las prédicas de sus colegas. Es sencillamente el aprendizaje de alguien que pasó trece años tras las rejas y que cuando llegó al poder se valió de este para comunicar internacionalmente sus enseñanzas como forma de desasirse del mismo poder, el que como él bien sabe, es un espejismo. El poder resulta un obstáculo más para la serenidad.
Cuando Mujica sugiere que hoy en día es necesario volver a la filosofía citando, entre otros, a Séneca —referencia utilizada con conciencia de lector, no como mecanismo para darse importancia— plantea una verdad que merece ser divulgada. Esta verdad es que resulta necesario filosofar en el sentido clásico del término, es decir, pensar sobre cómo es deseable y bueno vivir antes de que la vida se nos escape. Estar contentos con nosotros mismos para sacar a relucir lo mejor de los otros. Ello es valioso porque es acaso uno de los últimos legados revolucionarios del expresidente: la filosofía, a diferencia de lo que piensan muchos de los pensadores del siglo pasado y el actual, sí tiene por finalidad que hombres y mujeres podamos ser mejores personas. Que podamos evolucionar. Y se vuelve imprescindible volver a reflexionar sobre quiénes somos, qué entendemos por civilización y cómo queremos vivir en sociedad.
Mujica es el campesino que nos recuerda que la alegría está en la tierra, la que queda entre los dedos de nuestras manos y nos brinda los minerales, donde permanece y se refugia el contacto verdaderamente humano. Sus palabras nos devuelven al sencillo sendero de la filosofía entendida como búsqueda de sabiduría, donde la verdadera tarea radica en conocerse a uno mismo y aprender a vivir. No quiso ni pretendió presentarse como un conocedor de las diatribas propias de la filosofía o sociología contemporáneas. Mujica dijo: Séneca. Armó una escaramuza de palabras frente a la sociedad de consumo y aislamiento emocional. Porque, como él dice, no hemos entendido el sentido profundo de lo que significa una civilización.
Con su inalterable acento de campesino enarbola aún hoy una defensa identitaria de lo que la globalización rampante no ha podido borrar: la identidad de los pueblos que resisten en sus tradiciones, aquel lenguaje creativo y arraigado de la gente común, esa manera modesta de ser al aproximarse a otros. Enaltece a las personas que, sin aspavientos, comunican: “no somos más ni menos que esto, pero qué importa, estoy dispuesto a conocerte”. Su ritmo de vida cansino, capaz de resonar en la frecuencia del contenido y la belleza de su entorno, desafía de por sí los cimientos de nuestra sociedad acelerada, donde experimentamos cada instante con segundos de retraso.
El expresidente está enfermo y desde su casita en el campo aún nos habla mientras acaricia un animal dormido y cultiva la tierra. Bregó durante toda su vida por alcanzar el poder político, pero cuando lo tuvo prefirió dejarlo en segundo plano privilegiando enseñar y conversar. Participó de la guerrilla, fue herido, estuvo en la cárcel, se reformó… Su manera de sorber el mate resuena en sus seguidores. Mujica, el campesino, amigo de sus amigos, perdura como una esfinge de granito y piedra que encarna la necesidad de detenerse, volver a la mente y pensar cómo vivimos.
Es muy interesante el análisis que realiza la profesora sobre la fusión de planos en la novela, definitivamente es un…