NUEVO LIBRO DE ANÍBAL RICCI ANDUAGA

Por Leonor Lovera

Me gustaría partir agradeciendo la invitación de Aníbal para comentar su libro. Mientras lo leía, me pregunté: ¿por qué acepté una invitación para hablar de cine? Lo que inmediatamente me llevó a pensar en el porqué del cine. Múltiples pueden ser las razones de ese por qué o para qué, pero el libro de Aníbal es una invitación a un viaje cinematográfico que nos aproxima a varias de ellas.

La importancia del viaje de parte del autor se deja entrever en las primeras líneas de su libro cuando dice que el cine le permite viajar a distintos lugares en diferentes momentos. Es un viaje que por instantes se hace en una bicicleta, como en el caso de uno de los niños de «Machuca» (2004) que atraviesa distintas clases sociales en ella; otras en un automóvil como en «París, Texas» (1984), y otras simplemente a pie, como en la película «Lucky» (2017).

Pero el viaje es también a través del tiempo.

Y es que hablar de cine y, por ende, ver cine, es un juego temporal: permite demorar el tiempo para darle un espacio a un otro, a otra historia, a otra versión de las cosas. En esta época de individualismo exacerbado, se vuelve un acto contracultura el sentarse a darle tiempo a otra cosa más allá del ensimismamiento del yo. Hoy en día, dar tiempo cuesta más que dar dinero, dice una amiga.

Siguiendo con la idea, el filósofo chileno Sergio Rojas plantea la idea de vivir en el tiempo del fin, pensando el fin no como un acontecimiento que va a suceder, sino como un proceso que ya comenzó. Existir en el fin. El tiempo en el que el sentido de las cosas se va cayendo junto al doméstico soporte de lo cotidiano. De esta manera, para Rojas, no es posible una representación del fin. Sin ir más lejos, en la película «Lucky», incluida en el libro de Aníbal, podemos darle rostro a ese fin a través del personaje protagónico, Lucky, que está existiendo en el fin de sus días.

El juego con el tiempo continúa en el viaje que nos presenta Aníbal, al llevarnos por distintos géneros, como la ciencia ficción que permite una deconstrucción del tiempo. Lo que se puede apreciar en filmes como «El muelle», por ejemplo. De esta manera, con este libro de cine vamos demorando el tiempo para pensar lo humano, con sus luces y sombras, para mirar con distancia nuestras contradicciones y también poder detenernos en aquellos que quedan relegados de lo humano, en esos no–humanos con los que inicia el libro: un compilado de películas cuyos protagónicos habitan el desborde de «un sistema que oculta su enfermedad tras el brillo de los rascacielos», como lo plantea la cinta «Joker» (2019) que le da «voz a los oprimidos». Pero también se detiene en lo subhumano, incluso, que puede acontecer ante la crueldad humana plasmada, por ejemplo, en la película «Dogman» (2018), del director Matteo Garrone, en que el tiempo se detiene en un drama infernal.

Otro de los elementos importantes que atraviesa el libro es la memoria, principalmente en el compilado de cintas chilenas. Así, en el recorrido presentado a través de «Machuca», vemos cómo la memoria queda relegada a la indiferencia al final de la película, expresada en la remodelación de la casa que hace la madre de la familia facha, barriendo con el pasado y haciendo como si nada hubiese ocurrido.

¿Y qué es lo que sigue a la indiferencia? Para el autor, es el olvido. Por eso destaco el tránsito bien pensado que hace de una película a otra y que permite el diálogo entre ellas. Y es que la cinta que sigue a «Machuca» es «Los versos del olvido» (2017), que hace alusión a los versos no pronunciados por cuerpos nunca encontrados, pero que al final el personaje del cuidador del cementerio, donde transcurre la historia, tiene un gesto que permite que un alma y su familia descansen en paz. Y el cine tiene eso también, esa capacidad de entregarnos guiños y gestos que cuentan con el potencial de consolar o sostener, en cierto punto, los dolores que no descansan en la realidad, contribuyendo además en la construcción de esa memoria que se levanta como un soporte vital de lo humano.

Es así como el cine nos conecta con lo vital. En este punto es inevitable no pensar en el personaje de Alexia, de la película «Titane» (2021), que la muestra embarazada de un automóvil, para plasmar un viaje psicológico de un ser humano diferente a la mayoría que no intenta nada más que ser aceptado por sus cercanos. Esa necesidad tan humana de pertenecer y que en esta ocasión el cine plasma con tanta magia, belleza e inteligencia. Necesidad de la que habla Clarice Lispector en su texto «La soledad de no pertenecer», en donde plantea la necesidad de pertenecer a algo o a alguien.

Y pienso que el cine es una forma de pertenecer, al conectarnos con otros y, de esta manera, permitirnos vivir. Porque pertenecer es vivir, así lo plantea Lispector, quien además dice que, cuando entendió esto, lo sintió como la sed de quien está en el desierto y bebe con ansia los últimos tragos de agua de una cantimplora, para que luego vuelva la sed y continúe caminando por el desierto, como en el travelling de «Lucky». Con esta figura me gustaría terminar, en la que entiendo al cine como un pozo de agua en medio del desierto.

Título: Hablemos de cine (ensayo)
Autor: Aníbal Ricci Anduaga
Ediciones Liz, primera reimpresión mayo 2024, 210 páginas

Leonor Lovera, socióloga y escritora. Ha publicado sobre temas como la permanencia de factores socioculturales que transmiten modelos de género y la concepción del amor romántico. Columnista en Revista Barbarie, The Clinic y en el diario digital El Desconcierto.