Rafael Torres Sánchez (México, Sinaloa, (1953). Maestro en economía, doctor en historia, poeta, ensayista y autor. Entre sus obras de poesía, “Fragmentario”, “Teclear”, “Cuatro fechas y un son para niños”, “Juego de espejos”, “El arquero y la liebre”, “Arribita del río”, “Ejercicios en el Cementerio”; también, la Antología de poesía jalisciense (1810-1990)”. Entre sus ensayos, “La estructura económica de Jalisco: del Porfiriato a la Revolución”, “Revolución y vida cotidiana: Guadalajara, 1914-1934”, “Historia regional de la infamia: el asesinato de Ramón Corona”, “El negativo de la Revolución: vida cotidiana (ensayo y fotografía)”, “La guerra sucia en México”. Ha ejercido la docencia y la investigación académicas en varias universidades de México y de otros países como enviado especial del Taller de Alineación y Balanceo Literario “Leonardo”. Ha recibido diversos premios y reconocimientos por su labor académica y por su creación artística.

ALGUNOS POEMAS

Luis Enrique y Poli Délano, Lola Falcón y el Poroto Pérez: hoy los visito en la memoria, como lo hacía de 1979 a 1981 en su casa de Cuernavaca, México, donde veía pintar a Luis Enrique algunas mañanas dominicales, escuchando las historias que me contaba, pipa en la boca y un lorito en el hombro, al que no le daba punto de reposo el viejo sabio, de maneras reposadas e inquieto al mismo tiempo. Un día pintaba un cuadro así titulado, como su novela póstuma y, muchos años después, como esta reminiscencia versada.

LA LUZ QUE FALTA

Bajo el cielo embozado, suavemente
se mecen las barcas que han salido
a pescar de madrugada en la tela que
pinta la destreza longeva y juguetona
de una mano que, a ratos, le permite
al pincel descansar un momento para
ir de la paleta al hombro, espantando
el bostezo del lorito que cabecea –este
loro bosteza repitiendo palabras non
sanctas
–, y suelta un improperio al sentir
en la panza el asalto de la uña traviesa.
Inseparables, el pájaro y el viejo que al
paso de las horas ha encendido las
lámparas, insinuando en el lienzo un
reposado vals de proas y de popas
en el borde del drama y de la paradoja:
que el domingo se sacuda la modorra
al oír el cencerro llamando a la basura
y que adentro del cuadro se demore
la aurora en la cuenta incompleta que
ha de sacar la flota al regresar a casa.

(Guadalajara, Jalisco, México, diciembre, 2024).

LA AUTOPISTA DEL REGISTRO CIVIL

Incomprendidos, el Círculo Vicioso
y el Caballo de Troya cambian sus
experiencias a la luz indecisa de la
aurora que tiñe poco a poco las
ventanas del restorán donde se
acodan sobre un mantel florido,
el hambre retrasada y una sed
de camello extraviado en el uadi
pedregoso, habitualmente húmedo.
La camarera advierte el desconcierto
y la inconformidad, dividida entre
el transportador y la escuadra
circulares, los belfos del equino
reacios a la fama del día infausto
para los asaltados, glorioso para
él, y el plomo de los vidrios que ya
funde el veloz amanecer en las
nubes añil rayadas por el diésel
de un trailer cuyo último suspiro
precede al trotamundos del collar,
la esclava, el prominente anillo.
Argivo dice ser el invasor del apodo
invertido, geómetra de la forma
primordial el alarife sobrio a quien
la abulia y el descuido sumen en
un cliché confuso como la luz que
al fin, guardando el carboncillo,
solicita la cuenta a la mesera,
escribana del fantasmal camino.

REFUGIO ANTIAÉREO

Soy un pájaro enjaulado que canta el perdido
esplendor de la rama doblada; la nube que al
desplegar las alas codiciaba; el arte que solfean
la risa y el quebranto viendo morir los ríos; el Fénix
que se pega las plumas calcinadas por las llamas
de inextinguible hoguera; el tiempo que desgasta
las montañas y deshoja una flor entre los dedos
de núbil quinceañera embebida en la trenza.
Podría ser la estrella oculta en los vendajes
de una momia que yace indiferente a la agonía
del agua envenenada si no fuera la estrella luminosa
en el vidrio empolvado que limpia una franela.
El mutismo de mi genealogía evoca los caballos
que corrieron sin alzar polvareda rumbo a la raya
incierta al final del carril que las crines parejas
solventaban costado en el costado, jeta en la jeta,
cruzando las apuestas con la frente perlada.
Los alambres delgados que me cercan apartan
el estrépito y la ira, los gruesos me resguardan,
el verso justifica de sobra las monedas pagadas
a fin de mantener la breve y prodigiosa cerradura
a prudente distancia de las ganzúas aviesas
y los broches taimados de aquella cabellera.

EL SACO DE ARPILLERA

Antes del basurero había un claro en el cerro
bajo el follaje espeso que expurgaba el Sol
trizando cabos secos y compulsando hojas en
su viaje hacia el suelo, donde marca el reloj
el récord imbatible del trayecto, ocho minutos
o poco más o menos, independientemente
de la fila de insectos que alargara el verano
o la dureza fría del invierno con su escasez
de hierbas, abundante en rodeos de escarabajo.
El campo era un espejo que consultaba el cielo
por el avión rayado de la circunspección, atenta
al soliloquio de buen asentamiento: los batracios
del charco que el claro protegía de intrusos
y de perros como los que seguían al viejo del
bordón, benefactor del saco de arpillera,
manirroto con pescuezos de pollo y cáscaras
de tortilla, pródigo en dobles fondos: nunca
les hizo falta desayuno a los perros ni a las aves
que bajaban de las ramas más altas a levantar
los granos de maíz que el pontífice madrugador
desparramaba en aquel tiempo ajeno a las
latas dentadas, el vidrio traicionero y las plagas.
Curioso: emplear distintos términos para dar
a entender las mismas cosas, como el reverso
de aquel saco sin fondo cuajado de mollejas.

LETRILLA

El desamor, prenda mía,
el amor des
compuesto por las horas
que arrastran la cobija
al irse más veloces
que las palabras dichas
y desdichas; el dizque amor,
mi vida, extraviado
en una barahúnda
inextricable de plaza
pueblerina atosigada
por el polvo que ignoran
las grandes ciudades;
efímero escozor que echa
de menos la mitad de la
cama; escoria, alma mía,
del día que al marcharse
nos empuja, lazarillo mendaz,
hasta la esquina del semáforo
tuerto, ese humor negro del
verbo continuar que divide
peatones entre vivos y muertos
volviendo bala el vuelo, acierto
el desatino, malsano fogonazo
el mínimo cerillo que al cielo
alza el cabello intempestivamente
despeinado por índice y pulgar
mientras deriva el hielo
pensamientos de cómo
y para qué los publicar,
siendo como es el canto
primera prioridad y último
estamento del latido que alienta
otro poco al filo del abismo,
dispuesto a equilibrar el desacuerdo
que mantienen, airados, el rescoldo
y la queja en la boca del horno
fundiendo en un perfume la más
amarga miel, el más dulce tormento
con la fidelidad de la ceniza al fuego.

MOEVIUS

Es un cuento largo corto:
relata cómo un ranchero
que se recuesta en la arena
oye decir a un pescado
requiebros a una sirena:
“mi vida” dice el pescado,
y lo que sigue no atina
el ranchero a elucidarlo;
se trata de un cuento corto,
es decir de un cuento largo.