Myriam García Carromero, nació en Madrid, ingeniera, comenzó a escribir literatura de divulgación bajo el amparo de la Comunidad Europea. Ha creado un heterónimo, Duquesa de Éboli, que le permite transmitir con más libertad sus pensamientos, preocupaciones y sentimientos: historia, crítica social y humor.
Su opera prima es Lautaro se viste de chef, novela histórica; continúa con La casa de las golillas de cóndor, novela contemporánea, y en 2024 publicó Historia de un follicidio bajo el sello Fénix Literario, crítica social con humor.
LA POBREZA QUE ENGORDA, LA INFLACIÓN
DEFENSA DE UN TÍTULO QUE QUIZÁS NO LO MERECE
Myriam García Carromero, diciembre 2024
Hace unos meses me pidieron que hiciera una conferencia sobre los motivos que me llevaron a escribir La casa de las golillas de cóndor, mi primera novela de narrativa contemporánea sobre un mal actual, la inflación. Me pidieron un título y una pequeña biografía. Cuando envié el título, lo consideraron demasiado grosero: La inflación, la pobreza que engorda no era digno de salones decimonónicos y cabelleras blanquecinas.
Sin embargo, persistí en mi apuesta porque el título no podía representar mejor lo que significa esa hinchazón enfermiza que provoca la peor anomalía económica. Y esa anomalía consiste en que el dinero infectado por ese mal se hace ceniza en los bolsillos cada minuto que tardas en utilizarlo.
A pesar del rechazo, o quizás, gracias al mismo, me esforcé más en dar a conocer esta historia envuelta en el ofensivo título, historia que en realidad es un epigrama que concluye en éxito tras mucho dolor, y busqué decidida las raíces de la palabra inflación para conectarla con mi subjetiva pobreza oronda.
Y es que inflación procede de la palabra latina «inflatio». A esta belleza de vocablo latino la dividí en prefijos y raíces para conocer más sobre ella, la diseccioné, y me encontré con el prefijo «in» que significa para dentro. Continuaba la raíz «flare», soplar para dentro, para terminar con el sufijo «tio» de acción. Por lo tanto, la famosa palabrita significaba la acción de soplar hacia dentro.
Era y es la acción inútil de soplar hacia dentro creando una tumefacción que crece y crece hasta hacerse insoportable. Es la parte mala de la energía que se convierte en entropía, y con suerte en calor.
Seguí buscando significados a la palabra en cuestión y me encontré con varias acepciones que me dejaron entre sorprendida y alarmada:
- Acción y efecto de inflar.
- Engreimiento y vanidad.
- Abundancia excesiva.
La primera acepción era pura etimología a la que había llegado por mis propios medios así que avancé a la segunda posición.
Este segundo significado me golpeó en la cabeza y empecé a entender muchas cosas, cosas dormidas que ahora emergían desde mi inconsciente de forma apelotonada. Lecturas que habían llenado mis vacíos juveniles. El nombre de Pierre Vilar se hizo cuerpo, el magnífico hispanista y gran historiador. ¿Y, si los causantes de uno de los males más terribles de la historia no eran otra cosa que unos engreídos vanidosos que sometieron a sus pueblos a la desgastada idea de acumular riqueza para caer en la pobreza?
Y me acordé de Alejandro Magno, de la acumulación de oro producto de sus conquistas y rapiñas en toda Asia menor. Aunque esta riqueza benefició y mucho a Alejandro y a sus nobles, también provocó una insoportable devaluación económica y un aumento de la inflación en las ciudades.
Efectivamente, en las ciudades, porque en el campo no se usaban las monedas. El trueque les salvó.
Hoy creemos que todo el mundo usa monedas físicas o en transacciones electrónicas, sin embargo, a principios del siglo XX solo un 20-25% de los ciudadanos compraban con monedas. En la Edad Media tocar un maravedí o un real de a ocho era una experiencia restringida a unos pocos.
Así que sin haber terminado de digerir que los actos que nos llevan a entrar en periodos de inflamación perversa son ocasionados por los pecados capitales de ser humano, me fui directa a la tercera aceptación: abundancia excesiva.
Increíble pero cierto, la inflación es un efecto devastador de la riqueza excesiva, de la acumulación de bienes sin uso, del rentismo, de las hipotecas sobre futuras utilidades, de la extracción de metales y fósiles protegidos por la corteza terrestre para evitar la avaricia. Me acordé del salitre, fuente de riqueza chileno con su cruz de pobreza, explotación, guerras y control del gobierno por grupos económicos, algunos de allende los mares.
Y en ese momento lo tuve claro, efectivamente la inflación era y es la condena de la avaricia, del que acumula, del que usa en su beneficio la pobreza porque él, a su vez, ha acumulado la riqueza, por lo tanto, es una pobreza inducida por el engorde hormonal de una parte de la sociedad. Es el momento en el que los ricos son más ricos, pero los pobres son miserablemente pobres.
Es una riqueza obscena que engorda a las clases bajas de forma deficiente y tóxica, a las clases altas, de forma sicalíptica y mezquina.
Y luego vino a mi mente la imagen de la revista Topaze donde unos flacos maestros intentan enclaustrar a una enorme mujer vestida de rojo con el título de inflación marcado en la tela de su pantalón. El objetivo de esos hércules vestidos de rotos chilenos es estabular a esa enorme obesa en un enorme congelador con la esperanza vana de enfriar los precios.
Congelar, esa palabra también me llamó la atención. ¿Se puede combatir una inflamación con frío?
Volví rauda al diccionario, aunque esta vez de carácter médico y efectivamente, si la lesión que ha provocado la inflamación es a causa de un traumatismo, hielo y descanso van divinamente. Me pregunté si los países que caen en la inflación lo hacen a causa de un golpazo o porque se lo vienen buscando desde hace tiempo. Dejé esa explicación en el refrigerador mientras me esforzaba en analizar las otras variables.
El segundo consejo que encontré trataba sobre la toma de antinflamatorios bajo prescripción médica. Me acordé de las medidas económicas sobre congelar los salarios, reducir el circulante, subir los tipos de interés e incluso fijar el cambio de la moneda local con el patrón oro o dólar. Sin dejarme en el tintero las famosas devaluaciones. Tal vez fueron antiinflamatorios eficaces pero el médico estaba en el ajo y de vez en cuando cambiaba la receta para beneficiarse de aquellas transacciones que para unos eran más penuria y para unos pocos, más fortuna. Había que leer la letra pequeña antes de meterse en aquel quirófano.
El tercer consejo me pareció muy sensato: comer sano, justo lo que nunca se hace en estos periodos de hinchazón desmedida. Fuera el azúcar, el alcohol, los carbohidratos, el gluten, la levadura… En los periodos de alta inflación la población compra lo más barato, lo que más engorda, para estar saciado, para no pensar en la próxima comida. El sistema financiero de igual manera prefiere estar colmado y no para de imprimir moneda para evitar el estrés de una población que pide más metálico para poder comprar. El consejo me pareció sabio a pesar de saber la respuesta de los pobres; no me quites lo único que me permite estar vivo, estar atiborrado.
El cuarto consejo fue un paso adelante: practicar ejercicio regularmente. No dejar que las cosas se pudran sin tomar decisiones. Mover el sistema económico, no estabularlo. Esa medida me gustó más que la congelación indicada en el primer consejo, aunque también sabía la respuesta; los primeros que se congelan cuando hay que tomar decisiones son los que están a cargo de ellas.
Y finalmente, la quinta recomendación: evitar el estrés. ¿Cómo se evita el estrés cuando sabes que si no compras hoy mañana tus bolsillos estarán chamuscados? ¿Cómo evitar el estrés cuando sabes que si no tomas una decisión ahora en cinco segundos valdrás pura callampa? ¿Cómo correr contra un reloj que sus minutos son múltiplos de la velocidad de la luz?
Ahora lo tenía claro, la inflación o inflamación del sistema económico no era una dolencia fácil de tratar. Si te movías poco, te enquistabas, si te movías demasiado, acelerabas la dolencia.
Y recordé la sintomatología de aquellos años malditos. En aquellos periodos de alta inflación se había llegado a comprar dos veces al día, los salarios también se pagaban hasta dos veces por día, por la mañana y por la tarde. Estrés, aceleración.
Una vez cobrados los salarios, mujeres y hombres corrían despavoridos para sacarse esos dineros de los bolsillos y convertirlos en algo que tuviera realmente valor: comida, bienes, transporte e incluso ir al cine a estar calentito. Incremento del estrés, taquicardia.
Los alimentos se habían acaparado o terminado en los estómagos ansiosos, estos sin saber si mañana podrían comer, o si la comida se pudriría en los estantes. Una población famélica que engordaba para que no se corrompiera lo que tanto trabajo costó lograr. Arteriosclerosis.
Todo se hacía de prisa, sin pensar, convertidos todos los seres humanos en verdaderas máquinas de gastar, aumentando de esta forma la inflamación, la tumefacción del sistema económico que imprimía e imprimía moneda con la misma celeridad que sus ciudadanos la intentaban convertir en algo útil. Colapso.
Un gigantismo inundó todos los rincones del sistema económico que se nutría del trabajo de sus ciudadanos, que los esquilmaba, los enflaquecía a unos y a otros los engordaba.
Mientras todo esto pasó, el dinero cada vez fue más y más voluminoso.
Los bolsillos se convirtieron en bolsas y luego hasta en carretillas para poder llevar esos billetes debilitados a la enfermería de la transacción. El que recibía el castigo de esas toneladas de billetes intoxicados por el mal del fingido gigantismo, corría a su vez a comprar algo que subiría de valor en lugar en esa carrera suicida hasta desaparecer en el intento. Circuito viciado.
A pesar de que el valor del dinero se pulverizaba por segundo, las manos estaban cada vez más llenas de un material inservible que las cubría, sepultaba, hundía y destruía. Una enorme obesa los aplastaba sin ninguna consideración.
Y entonces llegaron los tecnócratas, y se les ocurrieron ideas grandiosas que solo al ponerlas en ejecución se convirtieron en un dolor insoportable, un fracaso sin medida o en un túnel lleno de trampas hasta llegar a ver la luz.
Sí, la pobreza que engorda ha destruido a millones de ciudadanos de montones de países y de tiempos. Es una infección terrible, resistente a cualquier antibiótico, incluso al coma inducido. Una vez contaminados los países, las dudas sobre el tratamiento llevan aparejado un mayor dolor para el paciente, nuevas crisis que lo ponen al borde de un daño sistémico sin retorno, y cuando se encuentra la solución, el camino para la recuperación no es nunca sencillo… ni indoloro.
Y por eso elegí Chile para contar esta historia, porque a pesar de ser un país que sufrió durante un siglo entero fenómenos de inflación realmente indecentes, supo ver la luz al final de túnel. No fue fácil y el sufrimiento que generó este proceso significó incluso el sacrificio de varias generaciones. A pesar de todo el dolor que generó, al final fue implacable y lo logró. Las dudas del pasado, las teorías económicas demasiado teóricas, los idealismos y los intereses creados se tuvieron que poner de lado: el Banco Central de Chile, creado el 22 de agosto de 1925 bajo la presidencia de Arturo Alessandri Palma, no recuperó su inaugural independencia hasta los años noventa.
La iniciativa para crear esta figura estratégica surgió a partir de uno de los proyectos presentados aquel año por la misión Kemmerer, contratada por el gobierno para reestructurar el sistema monetario y financiero chileno.
Kemmerer fue un economista de la primera mitad del siglo XX obstinado en solucionar los problemas de los países en desarrollo. Un orero que arribó a Chile, bueno, en realidad abordaron Chile un conjunto de reconocidos economistas: Howard Jefferson, Harley Lutz, Joseph Byrne, William Renvick, Henry West y Frank Fetter.
Sus principales propuestas fueron la necesidad de establecer el patrón oro, la creación de una Superintendencia de Bancos y del Banco Central, la elaboración de una ley basada en el modelo norteamericano de la Reserva Federal, y el establecimiento de un monopolio en la emisión de billetes convertibles en metal a cargo de la nueva entidad bancaria.
Kemmerer propuso la autonomía del Banco Central para evitar que este fuese controlado por el Gobierno y por los bancos comerciales. A partir de lo anterior decidió componer un directorio de diez miembros: tres nombrados por el Presidente de la República, dos representantes de los bancos nacionales, uno de los bancos extranjeros, uno de los accionistas generales, uno de la Sociedad Nacional de Agricultura y la SOFOFA, uno de la Cámara Central de Comercio y la Asociación de Productores de Salitre y, finalmente, uno de las Asociaciones Obreras.
Y este fue el inicio del Banco Central de Chile y el final o intermedio del debate entre papeleros y oreros, conveniencia o inconveniencia del patrón oro y del control de la emisión del papel moneda.
Para terminar con esta defensa de un título obeso, voy a recordar un magnífico libro en clave cómica de un patán millonario, Las novelerías económicas de un Patán millonario de don Fortunato Torcuato Quiñones de Vergara publicadas en Santiago de Chile en el año 1913, y prologadas por su abogado don Gil Cazurro.
Hay autoridades muy respetables por el talento, la ciencia y la práctica que sostienen ser nuestra crisis de capital y no de numerario. Empero, sus razones no me convencen. Y es lógico: no hay inteligencia capaz de convencer a los tontos y yo, dicho sea sin modestia, lo soy de capirote.
Y así termino esta presentación sucumbiendo a la presión de la desafección y cambio el título que tanto he defendido por otro no menos indigno, pero tal vez más aceptado:
«La inflación, la pobreza obesa»
Para otra oportunidad dejaré la presentación de la historia enrevesada del éxito de mi pequeño David contra su Goliat inmenso dado que ya siento la inflamación del sedentarismo en mis dedos y piernas y temo que, de seguir en este estado reflexivo, me será imposible abordar la ingente tarea de explicar la historia inacabable contra el mal que nos enferma y al mismo tiempo nos infla.
A todos los que han llegado al final de esta disquisición entre enfermiza y cabezota, les doy las gracias de corazón. Gorda, obesa, desmedida o inacabable, la pobreza es la forma de existencia que nos envilece a todos.
El viernes va a estar en la Biblioteca de Paillaco, junto a su esposa.