Por Juan Mihovilovich
/Desde donde la pupila sueña/ y vuelve atormentada/ como un escombro vivo/.
Stella Díaz Varín
La primera impresión es casi inevitable: asociar el título y contenido de esta bellísima novela, con su homónima, El Lazarillo de Tormes. Pero, a poco andar en la lectura, se constata que son historias contrapuestas: la clásica, avala a un personaje nihilista, prejuiciado y contestatario con las vicisitudes de su tiempo. En cambio, en la novela de Sergio Infante, subyacen ideas y afectos ligados por un inmenso sentido de humanidad, de trasponer la delgada línea que separa al bien del mal, quedándose, más allá de los escollos que la existencia reclama, con un afán de trascendencia que supera la mera contingencia, no obstante partir y terminar, aparentemente, en ella.
Claudia es la nieta que, de la noche a la mañana, ve tronchado sus sueños de ser un día astrónoma. Cursa cuarto año en la carrera de Astronomía y cuando suceden los hechos que desencadenaron el llamado “estallido social” junto a su joven pareja, el Feña, se ven envueltos en la represión policial cerca de la “vieja nueva plaza” llamada Dignidad. Allí termina siendo alcanzada por perdigones policiales que le quitarán la vista y, por un buen tiempo, las ganas de sobrevivir.
En dicho suceso se erige gran parte del contenido de la narración. Sin embargo, es apenas el punto de partida, o de llegada, según la perspectiva de la lectura. Es a contar de esa agresión represiva y azarosa que la vida de la “Niñaclau”, como la llama el abuelo Mariano, cambiará para siempre.
En la trama se van desarrollando temas que van entrelazando acontecimientos que ligan y superan los avatares generacionales. Por un lado, Mariano, el “Tata lazarillo” va, progresivamente, dando rienda suelta a sus recuerdos sobre la fatalidad política del golpe militar del setenta y tres, en la medida que se surte de ellos para elaborar una historia que reconstruye el origen de su propia vida, desde su relación filial, la matrimonial con Elba, su esposa ya fallecida pocos años antes del reciente estallido social, su condición de joven altruista, detenido y apresado por la dictadura militar, la pérdida de su hermano mayor como un detenido desaparecido, la necesaria reconstrucción de su existencia luego de obtener una beca para doctorarse en Europa, regresar y ejercer como académico de una universidad de Santiago.
Este enfoque, sintetizado al máximo, hace del abuelo Mariano un ser de carne y hueso, sensible por el devenir de su país, un individuo que en el racconto de su vida personal deambula por la historia oculta y visible de una nación que intenta comprender y que a veces lo supera en sus divagaciones y disquisiciones filosóficas, en ese recuento que va compartiendo a diario con Claudia y que ahora es víctima del extravío de una visión luminosa, aquella que aspiraba a conocer el firmamento cósmico a través de la abortada carrera de astronomía.
Este punto de encuentro será el leit motiv de la novela: convertido en el lazarillo de su nieta ejercerá su rol de apoyo irrestricto para que aquella vaya readecuándose a una realidad tan distinta y que no la supere por la fatalidad de que fuera objeto, de un modo tan intempestivo y violento.
El transcurso de las historias entrelazadas es entregado al lector de una manera virtuosa, si cabe el término, ya que se conjugan aspectos ineludibles de la sociedad chilena que se deslizan con una cadencia lúdica o dramática, conforme las circunstancias de la narración lo exigen. Así, y sólo a guisa de ejemplo, se tocan temas como el vínculo de Cristina, -hija del abuelo y su esposa Elba- y la llamada Ada Marín, el amor de su vida y desde donde surge el nacimiento de la nieta Claudia, casi como un milagro del nuevo mundo al que accederá, querida y criada por dos mujeres que naturalmente se aman, en una sociedad que pugna por el difícil reconocimiento de sus derechos.
Desde la ciudad de La Serena la niña Claudia se irá a vivir con su abuelo para cursar la carrera de Astronomía, hasta que el luctuoso acontecimiento la transforme en una invidente, con las consecuencias inevitables -se reitera- que ello conlleva, y que está invariablemente unido, no sólo a un hecho represivo, sino además, a estar destinado a ser superado con las limitaciones concomitantes: la pandemia, extendida con su orla fúnebre luego del estallido social, que hace que la resiliencia de Claudia sea doblemente ardua y a menudo angustiante.
Así y todo, la relación entre abuelo y nieta logrará sobrellevar la pérdida de la visión con un sentido de protección lúdico, a la vez que amparado en una ternura incontrarrestable: el abuelo Mariano verá por ella, a través de ella y la guiará con una entrega amorosa a toda prueba para que el destino de Claudia no sea de una adversidad insuperable. Al contrario: el desarrollo de la novela nos lleva, con una tenaz persistencia, a creer, por sobre la decadencia global, en la bondad íntima de quienes sienten que amarse es una condición natural del ser humano, que más allá de la brutalidad con que ella se desvía, hay siempre un momento de redención posible.
Esta novela es un llamado de atención a la indiferencia, al egoísmo con que destruimos nuestras propias relaciones. Es, además y sobre todo, un grito silencioso por recuperar esa compasión extraviada, esa solidaridad y reencuentro entre quienes “ven” más allá de la oscuridad reinante.
Si Claudia leyó su truncado futuro en los astros que deseaba conocer, de todas formas, su aspiración sufrió un traspié cruel y doloroso, pero el amor incondicional de su “lazarillo” le permitirá renacer entre las sombras luminosas de una interioridad común, a pesar de todo, o precisamente por ello.
Una pulcrísima novela, imprescindible, amena y profunda en su sencillez esencial.
TÍTULO: CLAUDIA Y EL ABUELO LAZARILLO
AUTOR: SERGIO INFANTE
EDITORIAL CATALONIA, 124 PÁGS., 2024.
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