Cuentos de Rubén González Lefno
Por Roberto Rivera Vicencio, escritor
La basta obra de un autor como Rubén González Lefno, que ha recorrido los caminos del realismo al borde mismo del “Testimonio”, articulando desde la Provincia un relato mayor que engarza con el devenir narrativo de nuestro país -el lado trunco de las piezas faltantes en el rompecabezas de la debacle nacional- ese deslizarse desde las amargas horas del hambre y de la más feroz de las represiones, al cotidiano aséptico e inmaculado del mall. “La banalidad del mall” como diría Marcelo Montecinos, precisa ya de otros ojos, otra sensibilidad para sumergirse en esta vertiginosa fuga al vacío, cuya metáfora se sintetiza en el “reality” como ficción sin ficción, y para ello cabe que en este “árbol de la sabiduría” aminore el fluir del tiempo en el relato, ubicar en perspectiva al narrador para que desde la distancia pueda incorporar la historia sumergida del país en forma de alegoría o parábola.
Desde allí entonces podemos enfrentar este árbol, esta vuelta de tuerca en la obra de González Lefno, cuando la anécdota se desarrolla en otro tiempo, es decir, este mismo aquí y ahora, pero en otra dimensión, la dimensión del cuento folclórico o la parábola, un “Érase una vez”, lo profundo que quedó a la vera de los revolcones del devenir. Así, la vendedora de naranjas cruza la dictadura, la prohibición familiar, para encontrar en ese recuerdo, en ese acto generoso con su pequeño amigo, tal vez el sentido que le permite estar aquí, ser narrada, para lo cual basta una mirada al pasar; lo heroico fue sobrevivir, sin palabras, sólo murmullos, un juego, la nostalgia.
Dividido en tres partes: “Vidas trizadas”, “ Trances académicos” y “Conflicto, deporte y árbol”, la estrategia narrativa no se aparta de ese carácter alegórico, el dependiente de “Almacén de barrio”, así como “El Diome” que pasa de tercera a primera persona narrativa, encuentran su justo castigo, por mano propia o de terceros, sin buscarlo, sino porque el relato los lleva hasta allí, en su propia construcción estaba el desenlace, en la fotografía del desaparecido que no envejece congelada sobre la mesa, y el hijo que cumple la sentencia, la ejecución, para que el tiempo vuelva a transcurrir.
Mención aparte merece “Su forma de irse”, gran cuento, de leve anécdota cuya sensación de profundo amor y amistad avanza sin grandes sobresaltos, una forma de vivir y convivir con naturalidad, y tras ello, la búsqueda, el peso del tiempo, aquello que queda, la bella sensación del querer y sin embargo, sin embargo, más preguntas que respuestas…
“Laberinto” y “Camino al cielo” como en los cuentos anteriores, un algo de “Érase una vez” enraizado en los personajes, el parque juegos, lo que quedó pendiente ya sea para unir o desunir, los pequeños gestos, el palparse, la sensibilidad a flor de piel, lo que aflora como pulsión desde el interior, el juego de niños que no nos abandona jamás.
En “Trances académicos” quisiéramos creer que nos encontramos con otro narrador, de reflexiones maduras, de aquellas adónde van a morir los elefantes, pero no, al contrario, bajo la capa doctoral aflora el chiquillo envidioso, las mañas que quisieran pasar por sabiduría, bajo la pompa la necedad, los golpes bajos y patadas en las canillas. La academia bajo sospecha de desatada inmadurez.
Cuando entramos a “Conflictos, deporte y árbol”, así como en el cuento “El árbol de la sabiduría”, las noticias hechas por la comunidad y colgadas al árbol entregan respuestas, en “Esa lluvia” el primer relato de esta sección, son las noticias las que caen filosas sobre el descuidado lector abriendo sangrantes y profundas heridas, creando desconcierto y generando muchedumbres de lesionados que poco a poco, pese a las heridas inician la respuesta colectiva, ante la ceguera, avanzan cargados de luz. Así, igualmente en “La gran final de los barrios”, la mítica cancha popular del barrio, lugar de reunión dominical y de fervor deportivo va poco a poco develando en sordina la historia sumergida de nuestro país, la represión, las detenciones arbitrarias, ese otro relato que se cuela en una suerte de parábola ante la indiferencia del relato oficial que fluye indiferente por la superficie. Un choque de capas tectónicas narrativas tensa la anécdota, la otra historia, la ignorada, aflorando desde un ese mítico pasado popular, como enfrentado a su propia sombra, es decir, imposible de esquivar. De cuerpo presente el cuerpo ausente.
Y llegamos al árbol de la sabiduría, aquel en cuyas ramas pudiéramos encontrar la verdad, aquí es el hombre anónimo el que comienza a descubrir las respuestas después de un perseverante escudriñar, largas sesiones bajo un sol abrasador para que, poco a poco, las acertadas respuestas comiencen a fluir, cuando más allá otro árbol, un abedul entrega también respuestas, en tanto el hombre, ese vecino, comienza a integrarse a la morfología natural, a ser parte de su botánica, cuando ya son procesiones las que acuden a interrogar al milagro, que de todo da cuenta como la mismísima inteligencia artificial, hasta que una anciana tímidamente pega una cartulina con la consulta: ¿Dónde está mi hijo? Y más abajo, Vivo lo llevaron y… la magia se diluye, la autoridad se toma el lugar, el árbol de la sabiduría se esfuma en la inmensidad… No sea cosa que comience a dar respuesta sobre aquello también.
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