Boris Quercia (1966), destacado actor, director y escritor chileno, conocido por sus trabajos en “La negra Ester” (teatro) “Sexo con Amor” y “El rey de los huevones” (Cine) y la serie  “Los 80” (Televisión) ha incursionado también con éxito en el mundo de la literatura.  Su trilogía protagonizada por Santiago Quiñones —compuesta por «Santiago Quiñones, tira», «Perro muerto» y «La sangre no es agua»— ha capturado la atención de lectores y críticos por igual, gracias a su autenticidad y su habilidad para tejer tramas complejas y personajes memorables. La serie sigue las andanzas de un policía en las calles de Santiago, enfrentándose a casos que lo llevan a los límites de la moral y la justicia. Además, Quercia ha explorado nuevos horizontes con sus últimas dos novelas «Electrocante» y “Cama 32” que combinan elementos de anticipación y ciencia ficción policial, ampliando así su repertorio narrativo.

Capítulo cero de la novela “Electrocante” de Boris Quercia.

 

 

0

 

 

Mi electrocante se desangra.

El líquido refrigerante forma una gran mancha alrededor de su cuerpo y va haciendo minúsculos ríos humeantes que se meten entre las rendijas de las baldosas hasta llegar al borde de la tapa metálica sobre la que estoy parado. Es como si ese líquido viscoso y caliente, que sale borboteando de su cabeza destrozada, tuviera voluntad propia y quisiera meterse al subterráneo para caer encima de los disidentes y vengarse de lo que acaban de hacerle.

Fue todo muy rápido.

A penas mi trocante abrió la escotilla, los disidentes le lanzaron una bomba imán casera que se le pegó a la cabeza. No hay nada que hacer en estos casos, de eso los dos nos dimos cuenta enseguida. Él ni siquiera intento sacársela, me quedó mirando y antes que estallara alcanzó a abrir la boca para decirme algo, no sé si era una despedida o una advertencia para que me alejara. Yo me lancé al suelo instintivamente para protegerme de las esquirlas que le volaron la cabeza y dejaron a la vista sus circuitos chamuscados y sacando chispas. Es una pena, un desperdicio, aunque siempre es mejor que le revienten la cabeza a tu electro que a ti.

Segundos después de la explosión, antes que los disidentes alcanzaran a salir, lancé una granada de gas al subterráneo y me paré sobre la tapa.

Ya hace unos minutos que dejé de escuchar los gritos ahogados y los dedos rasguñando el metal por debajo. Ahora hay silencio. Pero no me muevo. Parezco una escultura en un mínimo pedestal, hasta me siento algo importante ¿pero quién haría una estatua de un miserable clase 5?

Podría ser peor, yo podría ser uno de los disidentes. Esta tapa bajo mis pies es la frontera. O se está aquí arriba, o se está ahí abajo intoxicado. Estoy en la primera línea de lucha, y aún no hay nada ganado. Este silencio también puede ser una trampa. A veces los disidentes guardan máscaras de gases en estos escondites. Más de algún colega fue atravesado por una lanza hechiza cuando abrió la tapa creyendo que los de abajo estaban liquidados. Ni siquiera tengo mi Aleka para protegerme. En el ministerio me la retuvieron a cambio de las granadas de gas. No quieren reconocerlo, lo niegan y no figura en ningún protocolo, pero saben que las granadas son la forma más rápida de terminar con los disidentes que han puesto en jaque a la City.

Las muertes por inhalación de monóxido de carbono en estas covachas subterráneas son comunes, quemar basura es la única manera que tienen de calentarse.

Si hubiera entrado disparando, esto se transformaría en un caso policial y a nadie le interesa judicializar estas persecuciones.

Solo necesitan quitárselos de encima, ya no hay tiempo, ni recursos, ni un orden administrativo. Solo caos y una necesidad urgente de frenar la ola de atentados que asfixia a la City y ponen en peligro las aduanas fronterizas, que ya hace tiempo no dan abasto para frenar la ola migratoria desde la ciudad vieja.

El líquido refrigerante de mi electro termina de juntarse alrededor de la tapa dejándome aislado en mi pequeña isla metálica.

Qué pena mi trocante desangrado, andaba bien, me había acostumbrado y no creo que me alcance los créditos para comprar el mismo modelo. Voy a tener que ir a “Electros Y Pensantes” para ver que queda en la sección de usados. Lo único que me faltaría es pasearme solo por la calle sin un electro a mi lado, no puedo caer tan bajo, hasta un clase 5 merece andar con su electro, no somos aún el último eslabón en la cadena alimenticia de la City.

Ya es hora de terminar el turno y llamar a los judiciales. Al mal trago darle apuro. Una vez que se disipen los gases tengo que bajar a buscar los casquetes de la granada, ordenar los cuerpos en sus literas, dejar encendido un anafre, limpiar los rastros, que parezca un accidente. No es necesario ser muy minucioso, no te lo exigen, pero el inspector judicial de turno agradece que se le facilite el trabajo, no dan abasto y es fácil que se equivoque en el procedimiento. Un casquete que aparezca en la foto y la revisión automática de casos da la alarma. Los procedimientos que siguen son engorrosos y como siempre el hilo se corta por lo más delgado. Se expulsa al clase 5 culpable y se lo ofrece como cordero degollado a los diputados sindicalistas que denuncian estás matanzas ilegales. Ya varios colegas debieron irse a la ciudad vieja y malvivir anónimos entre las sobras por no limpiar bien un subterráneo.

Me ajusto las correas de la máscara. Abro la tapa, una nube incolora pero caliente me golpea la frente. Prendo la linterna. Hay una ruma de cuerpos amontonados abajo, serán cinco, no me da para contarlos, uno de ellos no debe tener ni 18 años. Que mierda de trabajo.

Bajo.