En la “Serie de los dos siglos” de la Editorial EUDEBA

Por Bartolomé Leal

La Editorial Universitaria de Buenos Aires (EUDEBA) ha sido desde su fundación en 1958 una fuente importante y a ratos imprescindible de información científica, técnica y cultural para el medio educativo chileno, así como para el público lector. No sólo para la difusión de la producción intelectual argentina a todos los sectores sociales y a precios módicos, sino también con textos claves del pensamiento mundial. Sufrió ataques arteros por parte de las dictaduras militares de los años 60 y 70. No obstante, fuimos muchos los que estudiamos con los manuales, las antologías, los ensayos y las colecciones de EUDEBA; sobre todo cuando las universidades chilenas tradicionales comenzaban recién, en un loable proceso de emulación, a crear sus propias instancias editoriales.

En el dominio de la literatura, destaca sin duda la preocupación de ese sello universitario y público por proteger y difundir el acervo en novela, cuento, poesía, ensayo y todos los géneros que desde la creación de la nación argentina, han entregado al mundo obras y autores que han pasado a ser patrimonio de la humanidad. En esa aproximación a buscar lo mejor de esta “Argentina, la fértil”, como la calificó el crítico Emir Rodríguez Monegal, es que textos relativamente recientes han sido reconocidos en su carácter de clásicos; aun cuando sus autores están en plena producción, como es el caso de Néstor Ponce.

La “Serie de los dos siglos” incluyó El intérprete como el N° 39, de abril 2024, en una continuación del proyecto que EUDEBA implementó en los años 60 con el título de “Serie del siglo y medio”. La nueva serie parte con Facundo de Sarmiento y Radiografía de la pampa de Martínez Estrada e incluye autores tan significativos como David Viñas Juan Gelman, Güiraldes, Noé Jitrik, Lugones, Armando Discépolo, Roberto Arlt, Borges y Beatriz Guido, entre muchos otros.

La inclusión de su novela inicial, El intérprete, es explicada en el interesante y erudito prólogo de Fabio Espósito, que señala: “Como Zama (1956) de Antonio Di Benedetto, Río de las congojas (1981) de Libertad Demitrópulos, El entenado (1983) de Juan José Saer, La revolución es un sueño eterno (1987) de Andrés Rivera, El intérprete forma parte de una serie de textos argentinos muy disímiles que buscan en zonas de la historia nacional momentos que resulten significativos para la lectura de la realidad presente. Relatos que visitan el pasado para establecer una nueva genealogía del presente”.

No es pecado glosar in extenso otros contenidos del prólogo, que nos dan elementos biográficos de este autor que es tan querido en nuestro país, como que ha editado dos novelas con sellos nacionales, y ha hecho amistades literarias que no son solo intercambio de lecturas, sino también mutua colaboración en la difusión y comprensión de nuestras letras; en particular entre autores y autoras del género negro y policial.

Se cuenta que mientras Ponce militaba en la Juventud Universitaria Peronista, cursó los primeros años de la carrera de Letras en la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de La Plata hasta que le tocó hacer el servicio militar. Desertó en agosto de 1976 cuando su novia fue secuestrada, lo que marcó a fuego un antes y un después en su vida. Se sabe que al comienzo, Ponce vagó por la costa atlántica; después se ocultó en Buenos Aires. Cambió de nombre, de amigos, de trabajo. Unos meses más tarde logró salir clandestinamente del país, en bote hasta Paraguay, en ómnibus hasta la frontera con Brasil. En Río de Janeiro fue acogido cono exiliado político. Al poco tiempo, voló a Francia, donde hizo labores diversas y completó sus estudios. En la actualidad ejerce como catedrático en la Universidad de Rennes 2. El año 2013 fue nombrado Caballero de las Artes y las Letras, galardón otorgado por el ministerio de Educación y Cultura de Francia. Un argentino afincado y laureado en tierras galas.

(No puedo sino dejar de mencionar a uno de mis autores preferidos de la diáspora literaria argentina del siglo pasado, el cordobés Héctor Bianciotti, también honrado por la cultura francesa, y que dejara una magistral obra en su estro narrativo y memorialista. Una diáspora “francesa” que sabemos puede levantar nombres tan insignes en otros dominios, compartidos por nuestro autor, como el rugby: Agustín Creevy y Julián Montoya, por ejemplo, miembros de los prodigiosos “Pumas”, la selección nacional; como lo sabe bien Ponce, también rugbista en sus tiempos mozos).

Para la taxonomía, Néstor Ponce (nacido en La Plata en 1955) es autor de cuatro libros de poesía: Sur (1982); Desapariencia no engaña (2010); La palabra sin límites (2013); Vos es (2018); y de ficción narrativa, entre los que se cuentan El intérprete (1998); La bestia de las diagonales (1999); Hijos nuestros (2004); Perdidos por ahí (2004); Una vaca ya pronto serás (2006); Azote (2008); Toda la ceguera del mundo (2013, publicado en Chile); Funámbulos, vampiros y estadistas (2015); Hay amores que matan (2020, publicado en Chile); Muertes trece siete vidas (2020).

El intérprete es una novela terrible y prodigiosa. Se ambienta en la Buenos Aires de 1871 asolada por la peste amarilla, fenómeno mundial que castigó con virulencia a la ciudad portuaria entre 1867 y 1875. La ciudad venía saliendo de una epidemia de cólera. Un extraño triángulo amoroso surge entre un juez y terrateniente veterano, su joven y tractiva novia francesa, y un también joven intérprete encargado de traducir del francés los escarceos del vejete con su novia. Un amor apasionado emerge entre los jóvenes durante el encierro obligado por la epidemia, que se ha apoderado de la calle, de barrios completos, de cualquier aglomeración de gente, castigando con mayor fuerza al populacho aunque sin perdonar a los pudientes. Los criados de la mansión observan, mudos pero nada indiferentes como progresa el drama.

Por la novela circulan personajes humildes e insignificantes y también próceres, mayores y menores, incluyendo al presidente de la república de entonces, todos tratando de huir de la muerte de cualquier manera. La autoridad se diluye, desaparece. La ciudad queda entonces a merced de delincuentes, saqueadores y usureros. Para la iglesia católica, sufre el castigo divino por sus pacados de lujuria y avaricia. Episodios trágicos han quedado testimoniados en el arte, como una pintura, el cuadro del pintor uruguayo Juan Manuel Blanes, denominado Un episodio de la fiebre amarilla en Buenos Aires. El cuadro se expuso en el foyer del Teatro Colón en diciembre de 1871 y causó sensación.

Ponce reconstruye literariamente ese momento dramático, entre otros históricos y de la lógica ficcional, cuya simbiosis aparece muy bien analizada en el prólogo. El lenguaje es exquisito y la sabiduría narrativa de Ponce nos lleva sinfónicamente por este universo en plena locura donde, para nosotros lectores amables pero solo vecinos, muchos nombres o detalles pueden lucir herméticos, pero que no disminuyen el interés por la calidad sonora, propia de la mejor literatura clásica. Además de las resonancias contemporáneas, como la tenaz pandemia viral que nos ha conmocionado en los años recientes.

De allí la pertinencia de la inclusión de El intérprete en esta colección “Serie de los dos siglos”, que amplifica los ecos a menudo olvidados de la historia y revaloriza, al interpretarlos, los más valiosos textos de la literatura argentina. De esto también viven los pueblos y no solo de los desafinados gritos de los políticos.

Bartolomé Leal, agosto 2024