La poesía de Gustavo Gac-Artigas

Por Reynaldo Lacámara

La milenaria sabiduría Oriental nos advierte que en cualquier viaje lo importante no es el destino, sino el camino en sí mismo.

De ese modo el transeúnte se convierte en testigo asombrado de aquella travesía, como alguien para quien el mundo, los seres y las cosas se inauguran a cada instante. Entonces, el asombro asume la palabra y se transforma en imagen… Entonces… También asoma como horizonte el vértigo del silencio y nos invita a su mesa la poesía.

En las páginas de «Confieso que escribo», Gustavo Gac- Artigas coloca ante nosotros la bitácora de un navegante de la palabra, el silencio y la vida. Las veredas, atajos y posadas de esta ruta están marcadas por una descarnada humanidad (doliente y castigada muchas veces) presente en cada texto.

Asoma en estos versos aquel ser humano que cuestiona nuestra bondad autocomplaciente, que nos reclama por el silencio cotidiano y cómplice ante la inhumanidad. Pero no es un reclamo que se agote en sí mismo, sino más bien una invitación, para que nuestra propia travesía se transforme en asombro, palabra y reclamo. El protagonismo, entonces, del ser humano en la obra de Gac- Artigas es insustituible e inevitable. No podría ser de otra manera cuando cada verso, en cada poema, el autor desnuda su pasión por lo humano, su desvelo por la belleza y su irrevocable vocación de fraternidad.

Estamos ante la obra de un poeta con mil jornadas en el cuerpo. En las cuales ningún rostro ha sido anónimo, ningún camino olvidadizo, ningún dolor perecedero, porque ha hecho suyo todo lo que ha vivido en cada minuto y recodo del camino. Desde ahí ha levantado una propuesta, literaria y ética, capaz de comprometer al lector en una mirada diferente acerca de las cosas y los quehaceres que van tallando nuestro ser en el día a día. Lo inconcluso, de otras vidas y otros rostros, Gac-Artigas también lo asume como propio, lo actualiza, para que la memoria no solo sea anécdota o nostalgia, sino que también se convierta en patrimonio de todos quienes hoy seguimos apostando por la palabra y por horizontes nuevos, justos y solidarios para todos.

Así es como el autor lo desliza en estas páginas: …»un manto de palabras arropó mi cuerpo/ las notas de un poema acariciaron mis oídos/ los gritos de los desposeídos/ se deslizaron de los muros/ a mi mente»…

Estamos ante la continuidad en la construcción de un mundo poético perfectamente reconocible. Es aquel que ha inaugurado y proyectado Gustavo a lo largo de varias décadas.

Desde el primer verso de este libro es posible encontrar aquello tan propio de su poética. Es decir, imágenes, ambientes, conflictos y resoluciones que se nutren (y reflejan) lo que podríamos llamar el lado B de los seres, la historia y las cosas. Sus imágenes reconocibles y logradas son invocadas desde esas zonas que muchas veces pasan imperceptibles, cuando no deliberadamente ignoradas, por quienes abordan la existencia, o la literatura, como un simple ejercicio descriptivo o anecdótico.

Al parecer la vida, tal y como el autor nos la propone, con su travesía colmada de atajos, abismos y senderos, supone para ser asumida como tal una insustituible dosis de pasión y rebeldía. Para convertir lo cotidiano en aventura y complemento… y no solamente en la rutina secuencial de los días con sus horas. Asoma, entonces,
lo existencial como fresca provocación hacia lo banal o gris, con que lo cotidiano pretende imponerse casi sin contrapeso.

Así, el día a día, se nos ofrece y asoma como desafío. Y es precisamente, dentro de ese desafío, que el ser humano experimenta aquella delgada línea que separa la pasión fecunda y creadora del desvarío estéril y alienante.

Nos transformamos de este modo, a imagen y semejanza de Gac-Artigas, en navegantes y no en simples transeúntes. Atentos a todo cuanto pueda precisar de aquella pasión vivificante. En este tránsito los seres y las cosas se nos ofrecen indefinidas, pero cautivantes. No hace falta preguntar por el sentido de todo aquello.

Nosotros lo llevamos dentro… lo hacemos historia y lo definimos. Somos los portadores de la fecunda porfía de quienes nos han antecedido en la tarea inconclusa de hacernos más humanos. Ahí radica nuestra pasión por los caminos, la mirada que desnuda y nuestro abrazo que libera.

Santiago de Chile, julio de 2024.