MAIVO SUÁREZ (Talcahuano, 1964) Escritora chilena-argentina, Licenciada en Trabajo Social (UBA, 1987) y Diplomada en Edición y Publicaciones (2013), Universidad Católica de Chile.
Ha publicado el libro infantil Entre dos casas (2018; Editorial Libresa, Ecuador); las colecciones de relatos Lo que no bailamos (2016, autoeditado; 2022, Provincianos Editores) y Ambiente Familiar (Ediciones de La Lumbre 2022), este último traducido y publicado al inglés en 2023 como Familiar setting, por Austin Macauley Publishers.
Sara, su primera novela, recibió el Premio Municipal Juegos Literarios Gabriela Mistral en 2017, en categoría novela inédita. Fue publicada en 2019 por Editorial
Kindberg, y en 2023 por la editorial argentina Caballo Negro.
En 2024 publica su segunda novela A esta misma hora, por Editorial Kindberg.

«Se sentó en una de las sillas, apoyó la mochila en el piso. Esperaría a que amaneciera para tomar la micro de recorrido local y continuar la última parte del trayecto. Se imaginó a su madre en Santiago, durmiendo boca abajo. Se preguntó qué estaría pasando a esa misma hora en otros lugares del planeta. Poco a poco hizo una lista mental y acomodó las escenas variopintas en una gran pantalla. Vio mujeres amamantando, muertas de sueño; marineros limpiando la cubierta de un barco; una carrera de bicicletas en medio de un paisaje desértico; alguien zambulléndose en una piscina; alguien que ahora era ella misma, en traje de baño, la melena corta pegada a la cabeza, bajo el chorro de una inmensa cascada. Estaba sudando. El calor era infernal.

La mocosa la asustó. Se acercó a pedirle unas monedas. Parecía gitana. Ella había escuchado que darle dinero a un niño era como pagarle el arriendo: lo mantenía en la calle. No le daría ni un peso. Además, temió sacar la billetera y que un tropel de gitanillos saliera de la nada y la asaltaran.

—¿Tenés papel? —dijo la niña, alargando las sílabas, con esa tonada que había escuchado durante el viaje—. Mirá lo que tengo.

Abrió una vieja bandolera de cuero que llevaba cruzada al pecho. Ella miró en el interior y vio unos muñones de lápices de colores, lápices criptos sin tapa y pedazos de tizas. Se acordó de la novela, la sacó de la mochila y arrancó con cuidado esa primera hoja en blanco después de la portada. La niña la miró hacer con la boca abierta. Al pasarle el papel, se fijó en los dedos sucios, la polera con manchas de aceite, la falda hasta los tobillos: una deshollinadora de cuento. Si fuera mi hija, la metería en una tina, la refregaría con una esponja, le lavaría los dientes, le cepillaría el pelo.

—Te haré un dibujo —dijo la mocosa y salió a los tropezones.

La esperó durante un rato, dando manotazos al aire para atrapar los zancudos. La gitanilla no regresó. Comenzó a amanecer.»