Por Rubén González Lefno

Comparto algunos párrafos placenteramente antojadizos acerca de la nueva obra de este autor.

La más reciente publicación de Roberto Rivera, “La Mano”, permite (y exige) adentrarnos en terrenos que suelen resultar ingratos, léase: incursionar en el agresivo oleaje de la conciencia colectiva desarrollada en nuestro país, la cual se expresa mediante varias voces que constituyen la summa superior de la narración.

Haciendo un corte grueso de los ires y venires de los personajes, mientras avanzamos por las páginas vamos conociendo sus perfiles, conductas contradictorias, más evidentes en algunos de ellos, avanzando impetuosos en un viaje sin retorno. Al parecer ellos tuvieron un pasado de compromisos, conciencia, decisión militante, deseos de cambiar el mundo, etc. Pero las circunstancias se modificaron drásticamente y los personajes se transformaron, abducidos gustosamente por algunas tenazas provenientes del Mall ideológico/político que pasó a dominar el país.

Claro, la novela nos presenta procesos de descomposición individuales, los cuales incluyen la imposibilidad de ser coherentes, leales, respetuosos de valores alguna vez enarbolados cual dogmas, ahora devenidos en retazos salidos de algún servicio de lavasolo.

Decía que luego de iniciar el recorrido por estas páginas, vamos asistiendo al proceso de reconfiguración de los personajes. Descomprometidos claramente de lo que alguna vez fueron, demuestran alguna habilidad para trocar sus antiguos valores en la construcción de un nuevo menú: las conductas arteras, el fingimiento de la amistad, el cálculo como herramienta que atrapa… y no suelta. El nuevo escenario de los personajes radica en emerger lo más funcionales que se pueda al modelo sociopolítico económico vigente.

Es la reconfiguración, la reiterada renovación, tan cara a quienes alguna vez fueron tirios para conseguir el ingreso al territorio troyano. Para ello han debido reunir los requisitos de aceptación, aplicando conductas (ágiles en aprovechar las oportunidades) en la frenética vida diaria, compitiendo en la maratónica lucha del primero yo, segundo yo (narrativas desde múltiples yoes) y su necesaria coronación: sálvese quien pueda Por lo tanto, durante largos pasajes comprobamos estar ante una novela de camaleonismo, especialmente apropiada para los tiempos que corren, lo que explica que los personajes no tengan la menor duda en quemar lo que alguna vez adoraron y…adorar lo que antes quemaron, en cuyo proceso devienen en regentes del espacio descompuesto.

Toda relación, por lo tanto, crecerá empapada de pies a cabeza por lo inauténtico. De ahí que la novela se retroalimenta del engaño y -lo que resulta peor- del juego aceptado por parte del engañado. Estamos, además, ante un mundo espejo, en el que los personajes se observan. Allí pueden ver lo que son, pero también pueden creer que el espejo está empañado y ver solamente algunas cosas: la realidad es demasiado hereje para aceptarla. O sencillamente eluden cualquier espejo, pues tampoco soportan mirarse siquiera de reojo.

Entonces, estos aspectos explican que diversos personajes cuenten la historia, articulando la narración coral de lo falso para hacer coherente lo anormal de cada uno, pues si alguna vez tuvieron algo así como principios, estos regresan cual pesadillas: la mano viene a perturbarlos durante la noche.

En medio del sueño, la mano cual surge y molesta. El narrador nos entrega este inexplicable manotazo que irrumpe en la comodidad de la decadencia, en función de una estética nutrida en lo despreciable. Porque esta mano ya no es la misma, pues ahora desmiente descarnadamente a aquella que alguna vez fue enarbolada con el puño en alto.