Por Felipe De la Parra Vial
“Pido silencio / ahora me dejen tranquilo. /Ahora se acostumbren sin mí. / Yo voy a cerrar los ojos…”
El actor Mario Bustos irrumpió en el escenario del Teatro de Sidarte y junto al féretro del actor Mario Lorca, le habló de Mario a Mario. Con Neruda en el decir y su talento teatral hacían difícil saber quién era quien hablaba. Mario Lorca había recitado su Canto General en los 70 junto al grupo Aparcoa.
De Mario a Mario, continuaba.
He vivido tanto que un día / tendrán que olvidarme por fuerza, / borrándome de la pizarra:/ mi corazón fue interminable. / Pero porque pido silencio / no crean que voy a morirme: / me pasa todo lo contrario: / sucede que voy a vivirme.
Mario Bustos hablaba por todos, Neruda mediante. Tanto como el otro Mario, tantas veces Mario.
“Se trata de que tanto he vivido / que quiero vivir otro tanto. / Nunca me sentí tan sonoro, nunca he tenido tantos besos. / Déjenme solo con el día. / Pido permiso para nacer”.
Cuando se avecindaban la fiesta del Teatro Experimental en sus 83 años y el solsticio de invierno relegaba a la noche más oscura, Mario Lorca, el legendario actor de más de mil presentaciones, partía a actuar ahora su propia leyenda.
Lo precedía su vida donde fue testigo privilegiado de la iniciación del teatro universitario y precursor de los principios fundacionales de crear un ambiente teatral, una escuela, de protagonizar a los autores del mundo y de los nuevos valores propios.
Hijo directo de los viejos del Experimental, a quienes nunca abandonó creando la Corporación Teatral de Chile, Cortech, para difundir su obra histórica. Desde los primeros días del Experimental fue reclutado por el mítico Agustín Siré a unirse al sueño de cambiar el mundo. Siempre estuvo pregonando por un Teatro Nacional de Chile, desde la Universidad de Chile, donde fue parte importante de la planta original del Teatro Experimental, Ituch y Detuch. Nunca perdió la esperanza de que el TNCh volviera a tener un elenco estable, hiciera giras nacionales y mundiales, con un programa que alentara a la educación chilena con los dramaturgos nacionales y universales. Igual a lo que le tocó vivir.
Su primera aparición en los escenarios fue en 1950 en la obra de Enrique Bunster, “La isla de los bucaneros”, en un rol secundario de “colono”. Posteriormente, la historia lo recuerda como “Ortuño” en “Fuenteovejuna” (1952); un minero en “Chañarcillo” (1953) de Antonio Acevedo Hernández; de “capitán de navío” en “Noche de Reyes” de Shakespeare (1954); “el sobrino” de “Doña Rosita soltera”(1954) de Federico García Lorca, que lo asomaba como galán; para luego, ser “Sebastián” en Fuerte Bulnes” (1955); hasta su gran rol protagónico del “Ñico” en “La Viuda de Apablaza”, como lo registra la prensa de esos años. Y de ahí para adelante, todos los personajes, todos los imaginados.
Mario Lorca amaba a sus veteranos maestros y se lo hacía ver. Hasta sus últimos días, me recordaba un viaje al sur que había realizado con mi viejo padre, Edmundo, quien lo había sorprendido por su condición de histriónico bailarín en una perfomance de boogie-woogie. Siempre le reprochó por su elección por el magisterio, de profesor de Castellano.
Al “Ñico” se le escucha bien
Cuando tenía 5 años de edad, tuve la oportunidad de conocer a Mario Lorca en un ensayo de la obra “La viuda de Apablaza”, que dirigía Pedro de la Barra y donde todos eran “tíos”. En algún momento, el tío Pedro me dio la misión de “ayudarle”. Me pidió que me sentara en la última butaca para que le indicara -con la mano arriba- si se escuchaban bien las voces, incluidos los susurros… ¡en esa misma butaca de hoy, de hace 70 años!
Mario Lorca, el galán, el “Ñico”, ese día, hacía que la magia del teatro me invadiera para siempre. Su voz se proyectaba con el rigor y enseñanzas de la “Voz hablada” del maestro Rubén Sotoconil. Esa escuela de excelencia en la formación actoral que ha permanecido por años en la herencia del Teatro Experimental. Esa tarde me sentí el niño más privilegiado del mundo.
Nos dejaron las palabras
Entonces, Mario Bustos se levantó de una de las butacas del Teatro de Sidarte y volvió en voz alta a hablar de Mario a Mario, en pleno velorio. Nerudianamente, por supuesto, “Las palabras” de “Confieso que he vivido”.
“Todo lo que usted quiera, sí señor, pero son las palabras las que cantan, las que suben y bajan… Me prosterno ante ellas… Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito… Amo tanto las palabras… Las inesperadas… Las que glotonamente se esperan, se escuchan, hasta que de pronto caen… Vocablos amados… Brillan como piedras de colores, saltan como platinados peces, son espuma, hilo, metal, rocío…”
Mario ponía en evidencia la voz de Mario. Todos nos sentíamos Mario. Su memoria privilegiada de retener cientos de textos en su corazón y talento. De alguna manera, Mario salió del féretro diciendo las palabras que tantas veces había declamado. De Mario a Mario.
“Tienen sombra, transparencia, peso, plumas, pelos, tienen de todo lo que se les fue agregando de tanto rodar por el río, de tanto transmigrar de patria, de tanto ser raíces… Son antiquísimas y recientísimas… Viven en el féretro escondido y en la flor apenas comenzada… Qué buen idioma el mío, qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos… Salimos perdiendo… Salimos ganando… Se llevaron el oro y nos dejaron el oro… Se lo llevaron todo y nos dejaron todo… Nos dejaron las palabras”.
Lo cierto, que Mario Lorca nunca se rindió a los oscuros días de la dictadura y de la desolación laboral. Hizo de su talento la voz de los poetas, desde los Neruda, Lorca y Mistral, verdaderas apologías, que llenó teatros, universidades, sindicatos y festivales de Violeta Parra. Recitó uno a uno a los poetas chilenos y del mundo, famosos y aprendices. Su voz engalanó la noche de los poetas con su hermano Humberto Duvauchelle, convirtiéndola en verdaderos amaneceres.
Las poetas y los poetas tuvieron casa en la voz de Lorca, enseñándonos que viven los Lorca y los Lorca para siempre. Decenas de poetas chilenos, muchos más, probablemente, bautizaron sus letras con el agua bendita de su voz, lanzaron sus libros al viento enamorado de los espectadores embelesados.
Los versos de los escritores tuvieron su propia sinfonía en la voz de Mario Lorca.
¿Quién más que Mario convirtió la bella metáfora en algo popular, cotidiano y telúrico?
Tuvo el reconocimiento de todos y es, tal vez, su Premio Nacional. De sus pares y del pueblo.
Como se estila en el olvido de país, el reconocimiento lo harán sus hermanos de oficio que cada día encontrarán la palabra perdida arriba de los escenarios. Así, nunca se olvidará y nunca morirá.
Un minuto de alegría
Cuando escribía la columna anterior en homenaje a Pedro de la Barra y el Teatro Experimental y me invadían los augurios de su mala salud, no pude evitar de pensar en su desenlace fatal, en la última escena de su vida.
Entonces, escribí: El país tiene, por estos días, la bandera de la cultura a media asta.
Hoy, escribo en su memoria, e intento recordar cada palabra en homenaje a esa condición virtuosa que tenía Mario Lorca, de aprender de corrido cientos de textos del gran teatro y de la poesía del mundo, los que parecían escritos para él.
Pido silencio por Mario Lorca y un minuto de bulla, de alegría, para que quede entre nosotros para siempre, contento.
(El público aplaudió de pie en la sala del mundo)
Cualquier parecido con la realidad sólo coincidencia.