Por Felipe De la Parra Vial
Hace 60 años atrás, el Instituto de Teatro de Universidad de Chile, ITUCH, estrenaba la obra de Edward Albee, “¿Quién le tiene miedo al lobo?”, dirigida por el talentoso Agustín Siré, quien además actuaba junto a María Cánepa, Sergio Aguirre y Silvia Santelices, que se turnaba con Ximena Gallardo.
Para ese entonces, iniciando mi adolescencia, esta obra y, en particular, las actuaciones me deslumbraron y se me quedaron grabadas a sangre y palabra en una epifanía de lo que era el buen decir y la verdadera estatura del teatro.
Asistir en el 2024 a la misma puesta en escena, seis décadas después, era un desafío a mi cultura de espectador privilegiado. Confieso que tenía miedo por los resultados. Me partía el alma que el Teatro Nacional de Chile, de la Universidad de Chile, (“Chileno”, como lo bautizó Pinochet) no diera el ancho al desafío de la historia y a la vigencia teatral en los días actuales.
¿Quién le teme a Daniel Alcaíno?
En el mes anterior, conversé con Daniel Alcaíno, protagonista de la puesta en escena, ahora con el nombre “¿Quién le teme a Virginia Woolf?, este 2024. Alcaíno tenía, nada menos, el rol que había interpretado Agustín Siré, el mismo que me había deslumbrado y enseñado a sentarme en la punta de la butaca del Antonio Varas (en ese entonces, la butaca tenía 20 años de uso y hoy, 70 años después, seguía siendo la misma vieja butaca, ahora con aspiración a ser una pieza de museo).
Confieso que temía que Daniel Alcaíno cargara la cruz del fantasma de Siré e intentara una imitación fallida de un histórico del teatro chileno.
Me reveló también su aprensión. Me relató que, en sus años en la Escuela de Teatro, había tenido un desafío parecido de hacer un rol en que había protagonizado Siré. Los profesores de la época le señalaron que la mejor nota que podía aspirar era solo a un “4”.
Sin embargo, el “George” de Daniel Alcaíno fue otro. Ahora, su nota fue la mejor.
La construcción de su personaje era distinto, propio y cercano. Arrastraba la impotencia de su vencimiento y se olvidaba en la bebida. Insatisfecho, se unía en el dolor de la pérdida. Un hombre que se vestía con la risa fácil, la seducción imperfecta y que no podía ocultar su alma rota, su derrota.
Tan lejos del personaje de Siré y tan cerca de la perfección de Alcaíno.
Gran actuación. Es de temer.
¿Quién le teme a Trinidad González?
Si hubiese que elegir a la mejor actuación femenina de este año, la candidata – ¡sin falta!- sería la de Trinidad González. Descollante. Brillante.
Todo el mundo se enamora de ella en la puesta en escena; se le odia y a la vez, se mata de la risa y luego… de pena. Descollante. Transita desde una sensualidad frustrada hasta una maternidad clandestina y fallida. Olvida todo en el alcohol, elige la coprolalia como propia y esconde la ternura en la sombra.
Hacer todo eso en una obra de teatro, es solo una tarea de grandes.
Se le cree todo. Incluso, en el estreno, cuando se rompió una copa de vermut en uno de los sitiales donde se desplazaba, ella caminó como parte de su vía crucis de mujer sin importar donde pisaba.
Premio nacional. Es de temer.
¿Quién le teme a Nicole Vial?
El desafío de construir un buen personaje secundario, creíble, es faena de pocos. Porque debe transitar de la sombra a la luz con pequeños guiños. De exaltar su belleza desde gestos menores. Eso, Nicole Vial lo hace de manera dotada. Desde la discreta finura hasta la exuberante sensualidad, que en un momento estalla de manera matemática.
Su metamorfosis llenó de gracia el escenario del Varas.
Talento. Es de temer.
¿Quién le teme a Felipe Zepeda?
El joven galán, bien portado, políticamente correcto, juega en la obra un rol clave al gatillar el desenlace del drama aristotélico de Albee. Felipe Zepeda lo interpreta desde la sobriedad, que es el dato principal para descubrir y reconocer una buena actuación. Zepeda lo hace con cuidadoso hacer y que, finalmente, el espectador agradece. Es el personaje que se odia, por su ambición solapada y discreta que tiene un buen hipócrita sonriente.
Perfecto. Es de temer.
¿Quién le teme a Cristian Keim?
En todo caso, el culpable de todo lo acontecido en el escenario con la obra “¿Quién le teme a Virginia Woolf?” y del Teatro Nacional es Cristian Keim, su director. Él fue el responsable de mover los hilos de la puesta en escena. De hacer de la nada una producción propia de primer nivel.
Culpable de hacer una versión actual, de la mano con Edward Albee, y crear, desde el talento de su batuta, el tempo perfecto en que transcurren cada uno de los momentos de la obra.
Las dos horas y media de la duración de “¿Quién le teme…?” no dan tregua ni pausa a los espectadores que olvidan el reloj y el celular. Hay un hallazgo interesante en la presentación de los personajes y en la modelación de cada una de las interpretaciones.
Es notable la creación del encierro real, su atmósfera, de lo que se vive y muere, de las tragedias del odio y del amor. Si bien es cierto, originalmente, este drama contemporáneo sucede en los sesenta en Estados Unidos, Keim lo trae a un living con domicilio en nuestro país del siglo XXI.
Al final del estreno, me pareció ver a Agustín Siré aplaudiendo de pie y ver que también estaban en la sala, Pedro de la Barra junto a mi padre, el viejo Edmundo, gritando “¡Bravo!”. En eso, me crucé en un pasillo con Cristian Keim y emocionado le agradecí que había devuelto el alma fundacional del Teatro Experimental, del Ituch y el Detuch. Lo amenacé con denunciarlo. Hoy cumplo con hacerlo.
Culpable. Es de temer.
(Me preocupé por el presidente de la República, el ministro de Hacienda y la ministra de Cultura, que debieran ver esta obra de teatro. Así comprenderían la necesidad de recuperar un conjunto estable para el Teatro Nacional de Chile, para poder hacer temporadas de meses, giras en todo el país y en el extranjero, equivalentes a la historia del teatro. Desgraciadamente, el estreno de “¿Quién le teme a Virginia Woolf? solo podrá verse hasta 1° de junio… una temporada de 15 días…con butacas de 70 años.)
Cualquier parecido con la realidad sólo coincidencia.