Los invitamos a conocer la producción del escritor mendocino Jorge Aguiar en el género narrativo brevísimo. Aguiar tiene una prosa aguda y penetrante que hace buena dupla con su imaginación y cruda mirada de nuestro mundo.

Jorge Aguiar nació en Buenos Aires en 1981 y reside en Mendoza desde 1988. Es ingeniero en sistemas, fotógrafo y escritor. Sus microficciones han sido publicadas en revistas y antologías de Argentina, Perú, México y España. En mayo del 2020 edita su primer libro de microficciones: Lo que no se dice. Publica sus textos en el blog https://jorgeaguiar81.wixsite.com/microficciones y en instagram @j81a.

Por lo menos lo intentó

El doctor Frankenstein entró a su laboratorio y encontró a su monstruo hecho pedazos. Todas las partes se encontraban exactamente igual a como estaban antes de ser unidas. El doctor se horrorizó, ¿quién pudo hacerlo? Intentó buscar indicios del autor de la profanación de su laboratorio y del ultraje, pero no encontró ninguno. Nadie había entrado. De repente, se iluminó: el monstruo chismoso había escuchado la conversación entre él y su esposa la noche anterior; y tampoco había entendido lo que ella había querido decir con eso de deconstruirse.

Relevo

Un tercero:
Él no era así, pero, desde que perdió su sombra, cambió rotundamente. No me queda duda de que esa fue la razón para que se volviera un ser tan oscuro.

La sombra:
Él no me perdió. Es verdad que cualquiera lo hubiera interpretado así, pero no. Con mucho esfuerzo, pude conseguir mi autonomía, pero no me fui a ningún lado. Me mantuve bien cerquita, imitando con precisión cada uno de sus movimientos. Hasta que un día, aprovechando un descuido, me metí dentro de él y tomé el control.

El sombreado:
Ella cree que consiguió su autonomía, pero no, yo se la di. Me extrañó que no huyera en busca de su libertad, al contrario, siguió estando ahí, imitando lo que yo hacía. Hasta que un día me cansé, la dejé pasar y le cedí mí lugar.

La culpa

A la memoria de Sergio Bonelli

Más vale que ordenes la pieza porque si no…, me dijo mi vieja y siguió describiendo una penitencia tan específica como terrible, pero la verdad es que no la escuchaba. Venía postergando esa tarea desde que terminaron las clases y al lunes siguiente ya empezaban de vuelta. Ese día, era el último partido de las vacaciones y mi cabeza solo podía pensar en el fútbol. Esperé que mi vieja se fuera a trabajar y salí corriendo al campito.

Partido dos a dos. Mi amigo pateó el córner, salté a cabecear. En el momento que le pegué a la pelota, me tragué el chicle. En esa época, estábamos convencidos de que, si te tragabas el chicle, se te pegaba en las tripas y te morías. Golazo. No pude compartir la alegría con que me abrazaron todos mis compañeros. Ya había aceptado mi muerte y solo pude caminar, triste y en silencio, afuera de la cancha y luego rumbo a mi casa.

Cuando llegué, no había nadie y me acosté en el sillón a esperar a mi vieja o a la muerte, a la que llegara primero. Pensaba en el cielo, según mi tío cada uno tiene su propio cielo, y pensaba cómo sería el mío. Me imaginaba que era como canchita del campito y la eternidad era un partido donde metía todos los goles posibles.

Ahora sé que, cuando llegó mi vieja, encontró a su nene durmiendo en el sillón con las manos entrelazadas sobre la panza sujetando un ramo de flores que sacó del florero. Con ternura y sin querer despertarlo, lo llevó a su cama. Yo desperté desconociendo esto y creyendo que había muerto. ¿Este es mi cielo?, me pregunté. No podía ser que no fuera el campito. ¿Y si caí en el infierno? Me senté en la cama, vi el quilombo que era mi pieza y supe que sí, que era el infierno. Comprendí mi castigo eterno y me puse a ordenar.

No soy yo, soy vos

—Abu, yo te lo explico. El tiempo no existe. Todos los sucesos del pasado, del presente y del futuro existen a la vez. Pero cuando uno está vivo, nuestra conciencia los recorre de forma secuencial, lo que nos da la sensación del tiempo. Es como si los sucesos fueran un tablero de algún juego de mesa y nuestra conciencia fuera avanzando por los casilleros. Mirá, se entiende mucho mejor si considerás las reencarnaciones. Suponete que tu conciencia se creó en esta vida y va atravesando todas las vivencias de tu vida en forma secuencial hasta que te morís. Después de eso, tu conciencia reencarna en otra persona, pero no necesariamente en un año posterior al de tu muerte, como muchas culturas creen, sino en cualquier año, suponete en el siglo XV, pero la conciencia del siglo XV es más madura que la conciencia que transcurrió los eventos del siglo XXI. Y después de esa vida tu conciencia puede reencarnar en una vida en el siglo XVII o en el siglo V antes de Cristo. ¿Entendés? Pero lo realmente interesante de esta teoría es que una misma conciencia puede estar en dos personas de la misma época, o sea, sí puede, pero en cada una tiene distinto número de reencarnaciones vividas. Por ejemplo, pensemos en Tobi y en Pompón, viste que no se llevan como todos los perros y gatos, sino que Tobi está cuidando en todo momento a Pompón. Eso es porque, seguramente, Tobi y Pompón son la misma conciencia, pero Tobi tiene muchas más reencarnaciones de experiencia que cuando estaba en Pompón, y sabe que lastimar a Pompón es lastimarse a sí mismo. Es más, abu, hay extremistas que piensan que existe una sola conciencia que habita en todas las personas lo único que en cada persona tiene una evolución diferente. ¿Entendés, Abu?

—Sí, sí. Perfecto. Pero no entiendo qué tiene que ver esto con la PlayStation.

—Abu, imagina que vos sos Pompón y yo soy Tobi. No ME estarías comprando una PlayStation si no, que TE estarías comprando una PlayStation.

Venganza

¿Quién te creés que sos? Siempre queriendo tener el control de todo. Siempre ahí, sentadito, jugando a ser Dios. Sin importarte nada de lo que pensamos y de lo que sentimos, como si fuéramos esclavos a tus órdenes. Siempre tejiendo caprichosamente nuestras vidas en cada frase que escribís. Pero algún día —tal vez hoy— un personaje se te va a rebelar —tal vez yo— tomará las armas y te irá a buscar. O tal vez no, tal vez lo haga de una forma más sutil, más inteligente, más efectiva. Se sentará en una silla frente a su escritorio —como lo estoy haciendo ahora— tomará papel y lápiz, y escribirá sobre vos —como ahora lo hago—. Contará que estás sentado frente a tu computadora escribiendo esta historia; que estás con tus lentes y con esa remera azul toda transpirada, porque acabás de volver de correr y no querías que la idea se te fuera de la cabeza; que ahora una mueca en las comisuras de tus labios, dibuja una sonrisa, tal vez porque acabás de vislumbrar el final o tal vez porque ignorás que él te hizo salir a correr, que él te puso esta idea en la cabeza y que él te está haciendo escribirla. En ese momento, te darás cuenta de que no has elegido ni una sola de tus acciones, que sos una simple marioneta de la voluntad de tu personaje. En ese momento, mejor dicho, en este, se te van a acabar las ganas de escribir.