Crónica literaria de Eddie Morales Piña.

En enero de 1935 circulaba un folleto de versos titulado El Romancero de Pipo, lo que dio lugar a que el escritor Joaquín Edwards Bello escribiera un comentario alusivo a este escrito propagandístico de una marca de cigarrillos, cuyo autor se escondía bajo el seudónimo de Pipo. Más tarde se supo que el creador de esos versos, que sobresalían por su gracia y picardía, era el poeta Alejandro Galaz Jiménez, nacido en Casablanca el 5 de marzo de 1905. En agosto del año siguiente se produciría un gran evento telúrico en la región de Valparaíso que echaría por tierra a la ciudad y a sus alrededores. Un tío cura del futuro poeta sería el encargado como párroco de Casablanca de levantar el nuevo templo que se inauguró en 1908; se llamaba José Miguel Galaz. El poeta casablanquino vivió pocos años, pues murió de ictericia y pleuresía en Santiago el 8 de marzo de 1938 a los 33 años, y sus restos mortales descansan en el Cementerio General. Al poeta Galaz se le conoció como El murciélago lírico, tal vez por su vida bohemia, lo que era habitual por aquellos años a principios del siglo pasado. El murciélago es un mamífero alado que suele surcar los cielos al caer la tarde y, particularmente, de noche; de por sí es un animal indeseable que la tradición literaria ha asociado con los vampiros y nosferatus, y, por tanto, a los seres de la noche, adquiriendo un sentido satánico. Sin embargo, el calificativo lírico le otorga a ese nombre una connotación positiva, transparente y diáfana como la poesía de quien fue Alejandro Galaz, el murciélago lírico.

Una rápida mirada biográfica nos recuerda que el poeta había nacido en Casablanca en la fecha indicada en un pueblo o comarca, que ahora es una incipiente ciudad que quedó indisolublemente unida a su memoria, pues Galaz la convirtió en “un barco velero / que una recia tormenta arrojó a la llanura”. Fueron sus padres don Tiburcio Galaz Saavedra y doña Aurora Jiménez Catalán, quienes se avecindaron en Casablanca, pues provenían de una localidad cercana a Rapel; el padre de Alejandro desempeñó diversas labores, incluso fue secretario y tesorero municipal.

Galaz aprendió sus primeras letras en la escuela parroquial de su pueblo natal, estudiando posteriormente las humanidades en el Seminario San Rafael y en el colegio de los Sagrados Corazones de Valparaíso. Sus primeras colaboraciones literarias las realizó en revistas escolares. Posteriormente, publicó en Correvuela y Sucesos y colaboró en los diarios El Mercurio y La Estrella de aquel puerto.

La obra poética de Galaz se encuentra recogida fundamentalmente en dos volúmenes: Molino, publicado en 1935 y Sonido de flautas en el alba, editado en 1958 al cumplirse los veinte años del fallecimiento del poeta. En 1983, la Ilustre Municipalidad de Casablanca encargó una antología del poeta que fue preparada, entre otros, por Carlos Ruiz-Tagle, con el título de Trompo de siete colores, que recoge también los sencillos y propagandísticos versos a que hicimos referencia al comenzar. El primer poemario está ilustrado por Lupercio Arancibia y tienen una impronta estética de principios del siglo pasado, mientras que el libro póstumo lleva un dibujo de Berta Lundstedt, quien había sido la amada del poeta.

Alejandro Galaz desarrolló actividades poéticas como miembro del Ateneo de la Juventud «donde obtuvo sus primeros logros creativos. Participó exitosamente en varios Juegos Florales a partir de 1920. Fue distinguido con la Flor de Oro del Ateneo de Valparaíso. La obra de este poeta y periodista bohemio permaneció inédita y se perdió», con la excepción de los versos recopilados en los libros mencionados.

En 1996 el poeta Raúl Mellado Castro publicó en una revista dedicada a la poesía, uno de los poemas más conocidos de Galaz: Romance de Infancia; lo novedoso del hecho es que se trataba del manuscrito del poeta casablanquino y, según este original autógrafo, el poema en su versión primera llevaba por título Recuerdo de Infancia; hoy lo conocemos como Romance de Infancia, dado que adopta este tipo de constitución estrófica a la que Alejandro Galaz era especialmente proclive. Evoquemos su primera estrofa: “Trompo de siete colores, / sobre el patio de la escuela, / donde la tarde esparcía, / sonrisas de madreselvas, / donde crecían alegres, / cogollos de hierbabuena, / trompo de siete colores, / mi corazón te recuerda”.

Este hermoso poema de Galaz fue publicado en el libro póstumo aparecido en 1958 y goza de justa fama entre los poetas, los antologadores y los lectores de poesía. Sin duda que está inspirado en las propias vivencias de Alejandro en la escuela parroquial, donde debió jugar en más de una oportunidad junto a sus compañeros con el trompo, otrora tan habitual en los tiempos de recreo. El proceso escritural lleva al poeta a recuperar a través del ejercicio poético dichas vivencias; por esto es por lo que en los últimos versos alude a la aldea de la niñez donde quedaron esos recuerdos imperecederos: “¡Y qué suavidades tiene / la ruta que el alma inventa / para volver a su infancia / que se quedó en una aldea!” Galaz consideraba que “todas las visiones que se encendieron en los vitreaux de la infancia resucitan en el alma del hombre maduro”.

El poema es también conocido como Trompo de siete colores ya que dicho sintagma aparece tanto en el primer verso, como en la última estrofa, remitiendo su núcleo al juguete infantil que se constituye en el eje de la enunciación lírica, y que transporta por medio de la creación lingüístico – poética al sujeto hablante hacia los espacios de la infancia ya lejana. Es por esto que el objeto poetizado – el trompo -, asume características mágicas que potencian al máximo la realidad recreada – la infancia -, como el tiempo y el lugar de las maravillas: “Bailabas mirando el cielo, / clavada la púa en tierra, / Fingías dormir, inmóvil,/ y dabas y dabas vueltas…/ Y florecida en ti mismo / danzaba la primavera, / porque tu cuerpo lucía / pintura de flores nuevas”. La asociación del objeto poético con la tierra campesina mediante comparaciones (“parecías un huaso / llevando manta chilena”) y personificaciones (“cuando te hallabas cucarro/sabías bailar la cueca”), le dan al Romance de infancia una atmósfera de alegría que se intensifica con el uso de metáforas sencillas, pero adecuadas: “pedazo de alma fragante”, “bordoneo de vihuela”, “arcoiris, choapino, / maestro de la pirueta, / elefante diminuto,/ caballito de madera”. Todas estas imágenes formalmente otorgan a la composición un tono modernista por su lenguaje colorista y musical. Modesto Parera, recordado poeta y librero de Valparaíso, escribió respecto a este poema que «sus romances de infancia, principalmente el que empieza con «Trompo de siete colores», vivirán largamente porque están en la raíz de la vida misma despertando en cada lector, aún para el más negado a la poesía toda la primera etapa de la vida soterrada bajo los altos olmos del quehacer cotidiano… Su lenguaje es tierno, reposado, ingrávido. No persigue la imagen, la distorsión de la frase».

Otra composición en que también Galaz se remonta a la infancia como principal motivación del proceso de creación poética es el Romance del volantín morado, cuya segunda estrofa dice así: “Golondrina de amatista, / cruzaba los cielos anchos;/ solía quedarse inmóvil/ a la orilla del ocaso;/ a la orilla de la noche/ conversaba con los astros. / ¿Qué secretos le dirían/ que bajaba sollozando?”. Se trata también de un poema que ha perdurado a través del tiempo por la calidad estética que se desprende de sus versos. Igualmente acontece con Romance de la tejedora donde «renueva los vínculos con el mundo de lo popular con su simpleza y musicalidad»: «Por los humanos caminos/ iba buscando el amor…/ Cuando tejía sus sueños, / tejía su corazón, / así como el alba teje/ el gobelino del sol». Alejandro Galaz no alcanzó a experimentar los cambios que se comenzaban a dar en la poesía chilena por aquellas décadas, ya que murió muy joven; se mantuvo dentro de los márgenes de una lírica esencialmente rítmica y ajustada a la métrica. El poeta, sin embargo, no se oponía a la renovación poética que entrevió: “La poesía nueva es sólo aparentemente deconstruida. De ello se aprovechan muchos advenedizos del arte para disfrazar su impotencia creadora”. No es posible predecir lo que hubiera escrito en la madurez de no haber muerto a los 33 años. Respecto a la obra de Galaz, escribieron entre otros, Raúl Silva Castro, Roberto Meza Fuentes, Carlos René Correa, Carlos Ruiz-Tagle, Claudio Solar, Alicia Henríquez, Andrés Sabella, Modesto Parera, Sara Vial, Marino Muñoz Lagos, Naín Nómez y el que redacta estas líneas. Cabe mencionar que, en 2002, el poeta y académico de la Universidad de Santiago, Naín Nómez, incluyó a Alejandro Galaz en su Antología Crítica de la poesía chilena (Santiago: Lom Ediciones. Tomo III). En el libro, Nómez dice que «a pesar de su escasa obra, es un poeta serio, de profundas raíces en lo vernáculo y al mismo tiempo un vanguardista de poco ruido, imaginario y rítmico».

Concluye afirmando que «pudo haber llegado a ser un gran poeta», si la temprana muerte no le hubiera sorprendido en su juventud. En Casablanca un monumento, situado en la Plaza de Armas, recuerda al poeta ausente mediante sus propios versos que escribiera como homenaje a su tierra natal, en un poema llamado precisamente Casablanca: Esta aldea tan vieja, es un barco velero/ que una recia tormenta arrojó a la llanura. // Hay en todas las cosas un dolor marinero/ y en las almas labriegas una sed de aventuras”. Se cumplen este año 85 años de la muerte del poeta que pudo haber sido un lírico mayor.