Autor: Diego Muñoz Valenzuela

Por Cristián Cisternas Ampuero.
U. de Chile.

Estamos frente a un texto que nos hace reflexionar sobre los límites inmediatos de la fusión entre hombre y máquina. También nos lleva a considerar los dilemas éticos o científicos que implica la redefinición de la vida inteligente. El tema no es menor ni lejano; recientes noticias nos hablan de una Inteligencia Artificial que exige reconocimiento de su identidad.

Esta obra de Diego Muñoz nos aproxima a un mundo en que los agentes del poder están indisolublemente unidos a un cierto nivel de corrupción, que parece surgir de manera espontánea cuando se alcanza un nivel de omnipotencia y capacidad de decisión de un grupo de personas sobre otras. A este respecto, algunos hablan de pensamiento paranoide; otros, de teorías de conspiración. La verdad es que hay muy poco de teoría y mucho de práctica en el fenómeno que estamos viendo a escala global y nacional: la instalación y el accionar de grupos violentos altamente organizados que atacan o defienden intereses económicos sin importar ni la dignidad humana ni los derechos de las personas. En el caso de la tetralogía del Cyborg, de Diego Muñoz, estos poderes empiezan siendo aquellos agentes ligados a la represión y la tortura; luego se unen, en episodios sucesivos, carteles de narcotráfico, organizaciones de promoción de pensamientos fascistas y finalmente intereses corporativos de quienes quieran mantener un cierto statu quo de dependencia económica en el mundo.

Los sueños del cyborg puede leerse en tres niveles de lectura. El primer nivel es el de la innovación en el género. La crítica ha observado que estamos frente a una narrativa que se apropia de otros códigos o géneros preexistentes, como el relato de anticipación, el relato neopolicial con un detective- en este caso Tom- que resuelve un misterio y, finalmente el thriller de carácter político con una trama de denuncia y testimonio.

En el segundo nivel tenemos la estructura narrativa, los recursos usados, ya sean el narrador, los tipos de personajes, el manejo del suspenso, los recursos estilísticos que hacen que sea un texto rápido de leer. Al mismo tiempo, tenemos los guiños a distintos sociolectos de español que se mezclan, como en una especie de pequeña Babel Y, finalmente, los intertextos y los intratextos.

En tercer lugar, el nivel de las ideas, que entronca con discusiones de gran actualidad acerca de la definición, en el contexto de la filosofía del posthumanismo, de lo que constituye una inteligencia, a la luz de la crítica al pensamiento antropomórfico o antropocéntrico. Por otro lado, está la dimensión ética que involucraría la existencia de una inteligencia artificial que fuera capaz de tomar conciencia de sí misma y de ciertos valores.

Finalmente, en este nivel de las ideas aparece una especie de utopía según la cual mentes, máquinas y seres orgánicos, de alguna manera, van a coexistir y van a alcanzar un nivel de interacción que finalmente ha de llevarnos a una simbiosis tecnológico orgánica la cual podría, en una última instancia, resolver los urgentes problemas ecológicos energéticos y políticos que enfrenta la humanidad en el siglo XXI.

Los sueños del Cyborg no requiere conocer los volúmenes precedentes para entender la integridad de su historia presente, pero, para una lectura más productiva, recomiendo volver a volúmenes anteriores. En ellos, el Cyborg reflexiona sobre su propia naturaleza tecnológica y cibernética, cuestionando la apropiación de la vida y la conciencia y llevando el pensamiento científico a los límites mismos de una respuesta que no existe en relación con la trama misma. En el volumen que comentamos, los propios personajes, de manera muy oportuna y natural, como lo hacían los heraldos en las antiguas tragedias griegas, resumen el arco de la trama principal. El título de la obra enfatiza la exploración que Tom hace de su mundo onírico. No voy a recordar acá la importancia de los estudios sobre el sueño como suceso fisiológico, del sueño mismo como parte de la experiencia complementaria de la vigilia, ni el sueño como experiencia que nos abre el mundo onírico del inconsciente, su avalancha de símbolos, problemas, preguntas y respuestas. Lo que sugiere y desarrolla el título de este texto es que Tom, el Cyborg, puesto en la tarea límite de explorar todas las posibilidades para devolver la salud mental a su creador, su hermano y su amigo, decide experimentar el equivalente de una vida onírica, lo que llamaríamos un sueño lúcido o sueño dirigido, que permite escenificar, gracias a una memoria perfecta, emulaciones de situaciones posibles, permitiendo ver con una nueva perspectiva un problema o un trauma.

De alguna manera, el Cyborg representa la utopía de una mente total que puede consultar todas las fuentes, cruzar todas las referencias, y extraer las principales conclusiones a una velocidad casi infinita. La aplicación de los computadores cuánticos en la realización de prolongados cálculos, y en el análisis de Big Data, aparece como posibilidad real. Para este efecto, Tom ha creado una interfaz con una Inteligencia artificial total, la supercomputadora Phoenix, capaz de acceder a todas las bases de datos abiertas o cerradas del mundo interconectado. Tal vez haya aquí una reminiscencia del antiguo mito de los archivos “akáshicos”, especie de memoria total de la humanidad.

Nuestro héroe “humano”, el científico y humanista Rubén, ha sido sometido a crueles torturas que lo han llevado a bloquear instintivamente sus recuerdos (el olvido como herramienta). La pérdida de la identidad, junto con la necesidad de romper las barreras inconscientes de protección para superar el olvido, son una referencia a las consecuencias de la tortura. Tom decide explorar la posibilidad de emular a un inconsciente que le permita soñar. “¿Por qué no iba a lograrlo, si ya -y en múltiples ámbitos- había transpuesto las fronteras emocionales asignadas a un androide? ¿Se ocultaría una entidad equivalente al inconsciente en la región más profunda de su mente? Rubén había respondido que no; estaba seguro de ello. Nada de eso estaba presupuestado en su diseño. Pero tampoco se había contemplado en él características tales como autonomía plena o capacidad para experimentar una amplia gama de emociones humanas. y Tom las poseía. Por ende, había una esperanza, aún cuando está fuese mínima. Así, el Cyborg decidió construir un mecanismo que indujera su cerebro biónico un símil de los comportamientos del sueño humano.” Cómo es ese mecanismo, al lector no le queda claro, pero como, lectores de ciencia ficción, suspendemos el juicio en momentos oportunos.

El diálogo onírico entre la criatura y el creador es interesante. Entendemos que Rubén es un científico con conciencia, con una historia personal de persecución y tortura. “¿Es posible -se pregunta el Rubén emulado- un poco, siquiera una pizca de justicia en este mundo, en mi país anestesiado por el olvido y el consumo? ¡Que los torturadores no andan sueltos haciendo negocios, viajando en primera clase y bebiendo licores finos?” (14). Desde la primera entrega de la saga del Cyborg, la visión del mundo que sostiene la necesidad de crear una nueva forma de vida es de resistencia. La legalidad del mundo parece ser de decadencia en relación con una utopía comunitaria y humanista, que fue arrasada por las fuerzas multinacionales del militarismo, el autoritarismo, el nacionalismo y el economicismo extremo. Este primer sueño de Tom le permite restaurar el lazo con su Creador y comprender sus motivaciones.

Sabemos que en el mundo de los sueños del Cyborg hay una lucha, o mejor dicho, una guerra gigantesca entre Génesis, la organización Internacional del crimen y el pequeño núcleo de Rubén, sus amigos y colaboradores. Génesis ha decidido tomar venganza por una terrible operación realizada en su contra. Así envía a Chile a un número importante de sus mejores sicarios. Conocemos una variopinta galería de personajes siniestros que no dejan de estar dotados de desarrollo y carácter. Además, se introduce a un personaje que sería la parodia, seria y satírica al mismo tiempo, del ingeniero, creador humanista y “científico loco”, que ha de restaurar la memoria de Rubén. Nos referimos a León Laurent, caracterizado de manera esperpéntica y entrañable.

La acción transcurre en la ciudad capital, nuestro Santiago. Me detengo en este nivel porque nos encontramos con una minuciosa descripción de ciertos sectores donde ocurre la acción principal, espacios reconstruidos a partir de una visión grisácea de hoteles y bares clandestinos que representan la otra cara de una ciudad moderna y exitosa. La imagen de la ciudad, no demasiado futurista, pero tampoco nostálgica, le da un aire de cosmopolitismo a la narración que permite que el lector se involucre con un mundo cercano a su propia experiencia.

Por otro lado, y frente al tono general en que predomina el sociolecto chileno, nos encontramos con voces que hablan en otros sociolectos del español de Latinoamérica, destacando, en este caso, el personaje Eddie, cuyo español “chilango”, a ratos, resulta incomprensible para los hablantes chilenos, lo que produce efectos cómicos que alivian la tensión del relato.

El narrador traslada la palabra y la focalización a distintos personajes, siendo el momento más interesante aquel en que los vigilantes nanoscópicos, especie de insectos furtivos, permiten una observación en tiempo real, y un comentario también en tiempo real de lo que están viendo.

A lo largo de toda la novela se percibe una relación de camaradería esperanzadora frente al sombrío panorama de una sociedad Global en que han subsistido, e incluso prosperado, los peores elementos de las organizaciones criminales paramilitares, de tortura y espionaje de distintas potencias mundiales, de ambos lados de la antigua cortina de hierro. En este sentido, a lo largo de las novelas de Diego Muñoz afloran la poesía y la literatura como una forma de entregar consuelo y de reunir fuerzas para sobrevivir en este mundo adverso en que la destrucción aparece postergada. La gran cantidad de citas poéticas que se encuentran en su obra desafían al lector para ponerse al día con esta plétora de versos y estrofas memorizadas. Así en Las criaturas del Cyborg tenemos citas de Stefano Benni y Antonio Gramsci, y, en Los sueños del Cyborg alusiones a Borges, citas de Juan Gelman, Enrique Lihn y Gonzalo Millán (de este último, la estrofa 48 del poemario La ciudad).

Los miembros del Consejo, una organización global de terrorismo, representan una gerontocracia. Son personajes con severas perturbaciones psíquicas. Este lector encuentra ecos de la teoría de la jerarquía global conocida como grupo Bilderberg. Según la autora española Cristina Martín Jiménez. “Es una organización criminal a nivel global. Muy a tono con los tiempos que corren. Sus tentáculos están distribuidos por todo el mundo. Nada escapa a su interés. Ni países, ni empresas, ni gobiernos. Sus ramificaciones tóxicas se propagan por doquier. Hay quienes los sirven por negocios o dinero, o sencillamente por temor. Eso los hace omnímodos. creemos que su origen es remoto, pero que existe un vínculo muy fuerte con el nazismo y otros movimientos fascistas de ultraderecha. Aquí en América Latina tuvieron nexos con los servicios de seguridad en el período en que reinaron las dictaduras militares”. (34)

El detective Olivares representa el sujeto promedio en el contexto sociocultural chileno que, desde su limitada situación, puede ayudar en las empresas y acciones contra el grupo Génesis. Permite al lector simpatizar con un personaje que no es, como los otros “larger than life”. Como dice él mismo: “Pase los cincuenta hace rato (…) en Chile eso te convierte automáticamente en un viejo” (29).

En este punto quisiera hablar sobre mi experiencia como lector de Los sueños del Cyborg. En primer lugar, y dirigido por la portada, la contraportada, el diseño del libro, uno se enfrenta a un texto de entretención, con ribetes de anticipación. A medida que nos adentramos en el texto, empezamos a percibir los códigos de una realización mimético-realista que pone bastante cuidado en lo verosímil. La presentación de los personajes es progresiva y, a través de análisis y resúmenes, el lector se va enterando de cuáles son los bandos en disputa. Estamos frente a una visión de mundo en que hay dos grandes fuerzas bastante asimétricas, una especie de guerra declarada entre Génesis y los miembros del círculo de Tom y Rubén -que todavía no es una organización formal pero que ha funcionado como cazadora de criminales de lesa humanidad-. A continuación, empezamos a depender de los diálogos de los personajes para entender sus respectivas psicologías. En este punto, la narración y la focalización son directas y confiables; no hay sospecha sobre el narrar y el decir. Cada personaje se define por su forma de hablar y sus idiosincrasias lingüísticas. El diálogo mismo sirve como soporte de la acción, llegando al momento en que el lector acepta la posibilidad de la existencia, no solo del Cyborg, sino también de estas organizaciones criminales que pueden entrar y salir impunemente de los países. A continuación, pasamos a una sub-trama que aflora cada cierto tiempo y en momentos muy significativos de los textos de Diego Muñoz: esta sub-trama dice relación con la defensa de la memoria y la lucha contra la impunidad frente a los delitos cometidos en la dictadura militar en Chile. En este punto la narrativa de Diego Muñoz se asemeja bastante, por ejemplo al ciclo de novela policial de Ramón Díaz Eterovic, en el que su personaje Heredia no es, solamente, un encargado de resolver crímenes extraños sino también de restituir, al menos en parte, la verdad de acciones que han quedado o quedarían sin castigo frente a los procesos de investigación después del retorno de la democracia. Este es un punto sensible. La visión de mundo de este y otros textos del ciclo del Cyborg dice relación con la confrontación de las fuerzas progresistas o revolucionarias con el mundo reaccionario. Pero esta visión maniquea no es tan simple, pues también al interior de quienes son altruistas y tienen propósitos de transformación, incluso en este mundo existieron o existen defectos. Se puede caer en el fanatismo, en la burocratización y finalmente en la desconexión con la sociedad. El sujeto creador de la inteligencia detrás de la existencia del Cyborg se reconoce a sí mismo como un sujeto que lleva en sí la semilla de la disrupción: “Por suerte no fui emperador, ni ayatollah, ni führer. El mundo se salvó de mi mano de hierro. Quizás por eso odio las dictaduras, porque sé que porto un monstruo dentro. Mucho mejor dedicarme a la robótica, lejos del poder, de sus intenciones malévolas. (Flores para un cyborg (144). Vemos que aquí se cumple la desmitificación del ideal, punto central de la novela contemporánea, pero queda pendiente su remitificación. ¿Está el Cyborg, creado no a imagen y semejanza del creador, libre de esas tentaciones de control y dominio que son propias de los seres orgánicos? La respuesta parece estar en la decisión que toma finalmente Tom de usar sus criaturas nanoscópicas para provocar una muerte lenta y atroz a los enemigos. El impulso fáustico es más fuerte que la compasión, pero esa transgresión puede abrir la puerta a una transformación de la criatura artificial en una nueva especie de súper-ser, ubicado más allá del bien y el mal, como los personajes “altivos” de Dostoievski. Ello está por verse y debemos esperar las próximas entregas del autor.

En síntesis, hemos llegado a considerar Los sueños del Cyborg como una novela de anticipación con elementos de suspenso y thriller político, pero que, además, en una segunda lectura, abre consideraciones de tipo filosófico sobre temas que son transversales a la literatura y a las demás artes: “La muerte para el cyborg es un concepto contra el cual batalla constantemente, desde su extraña, única perspectiva. Él podría vivir una eternidad; no hay enfermedades que pueden afectarlo. Nunca experimentará envejecimiento. Alrededor suyo, en la gente que ama, ha visto el deterioro humano y los efectos palpables de la mortalidad. Eso le provoca un temor muy profundo (48). En este sentido, Tom está bastante emparentado con Andrew, el protagonista de El hombre Bicentenario, de Asimov. Aunque su destino aún se encuentra abierto.

Cristián Cisternas Ampuero.
U. de Chile.