La destacada poeta osornina, Delia Domínguez Mohr (1931-2022), falleció el pasado 7 de noviembre y será recordada como una importante voz de nuestra literatura. Como Letras de Chile, vayan nuestras condolencias a su familia.

Delia perteneció a la Generación del 50 y en 1955 publicó su primer libro, Simbólico retorno. Trabajó en la revista Paula, como cronista y crítica literaria. Directora de la Sociedad de Escritores de Chile (SECH) y su revista Alerce.

En 1992 se integró a la Academia Chilena de la Lengua, ocupando el 4° sillón. Su discurso de incorporación se tituló “Señales de una poesía mestiza en el paralelo 40° Sur”. Obtuvo premios como el Premio Municipal Pedro de Oña y el Premio Consejo Nacional del Libro, ambos en 1996.

Participó como jurado en concursos literarios nacionales y ha sido antologada en numerosas antologías de Chile y el extranjero. Traducida al inglés y al alemán, su poesía está fundamentalmente inspirada en los mundos e imaginarios rurales, donde la naturaleza es parte del ser humano.

Pablo Neruda, con quien tuvo una larga amistad, dijo de ella: “Compréndase que, por naturaleza, por formación ecológica, la poesía de Delia Domínguez, osornina de los bosques de Osorno, es atrevida y descalza; sabe caminar sin miedo entre espinas y guijarros, vadear torrentes, enlazar animales, unirse al coro de las aves australes sin someterse al tremendo poderío natural para conversar con tristeza o con amor con todos los objetos y los seres. Mi amiga silvestre criada entre los avellanos y helechos antárticos domina la relación humana con la ternura que adquirió aprendiendo y Defendiéndose de la soledad”.

En los años 60, Ricardo Latcham se refirió al conjunto de sus obras hasta ese momento: “Delia Domínguez refleja en su poesía una justa combinación entre lo popular y refinado a la vez, que no rehúye la presencia de lo conflictivo en el hombre (y en la mujer habría, sin duda que agregar) en su desesperada búsqueda de la verdad”.

A continuación, tres poemas para recordarla.

LA ROPA LIMPIA

Un día
uno sale a encontrar la muerte,
sin equipaje,
sin muda para la otra semana
con la única camiseta blanca
que quedaba
del tiempo del colegio

Un día
uno se apura como malo de la cabeza,
como si tuviera que llegar
a todos los trenes
y saludar a medio mundo.

Un día uno no sabe quién diablos
tendrá suficiente amor entre las manos
para arreglarle
esos asuntos particulares
que siempre quedan flotando
después de la catástrofe,
o quién diablos
va a cerrarle los cajones del velador
con las fotografías secretas
de esa edad
en que la musculatura orgullosa y dorada
era toda la potencia con que contábamos
para vivir.

Un día
uno no vuelve más
por topa limpia.

PIDO QUE VUELVA MI ÁNGEL

En nombre de todo lo perdido,
de los cometas que nunca más volvieron
a señalar caminos con sus colas de fuego
porque la muerte se paseó en puntillas
desde el pecho de una mujer que pudo amarnos:
pido que vuelva mi ángel.

Por la maleza que cubrió los patios
donde se hundió la luz como canción de cuna
y nuestra soledad fue canto de lechuzas
en el retumbadero de la noria:
pido que vuelva mi ángel.

Por las estufas apagadas en las cocinas del sur
donde los paños bordados en punto de cruz
conservan la lengua de Goethe
en estrictas sentencias que todos olvidaron:
pido que vuelva mi ángel.

Por las manos de hombres
que cargaban antiguas escopetas de caza
y tendían cueros de venados sobre las camas frías
en los dormitorios mojados del invierno:
pido que vuelva mi ángel.

Por los que compartieron nuestra cena,
y probaron el pan y la sopa de la felicidad
cuando aún ninguna muerte
tomaba asiento a nuestro lado
y creíamos ser los héroes de una juventud eterna:
pido que vuelva mi ángel.

Por el amor, en fin, por el olvido
y lo que fue verdad en el entierro de los sueños,
por ti y por mí, temblando de esta maldita soledad,
visibles desde lejos en el paraíso terrenal:
pido que vuelva mi ángel.

AUTORRETRATO

Soy como los animales:
presiento la desgracia en el aire
y no duermo sobre arenas movedizas.
Arriba siempre el viento
-desde el tiempo de los pañales mojados-
raspando la solidez de los cartílagos
mientras alguien
con mano sosegada escribe en mi cuaderno
cortas palabras de tristeza.

Soy como los animales:
sé pisar en la oscuridad, y
desde el fin del mundo,
podría volver con los ojos vendados
a mi vieja casa en las colinas.

Los años cortan
agazapados por dentro,
pero se desvanece el miedo a estas alturas
y una opalin
afiltra su luz en el salón del piano
donde danzan mis muertos con su sombra.

Soy como los animales de narices mojadas:
olfateo en el cielo
la carga de la tormenta eléctrica
y desconfío de pasos que no conozco.

Soy como los animales:
siento que empiezo la vuelta a mi tierra de origen…

¡Cristo sabrá por qué!