HABITANTE DE DOS SIGLOS

Memorias de un hombre feliz, de Eduardo Contreras Mella

Sandro Gaete. Presentación del libro, realizada el domingo 2 de octubre, en la Feria de la Primavera delLibro.

Quiero iniciar mis palabras, agradeciendo la posibilidad de presentar y comentar estas memorias de un hombre feliz, habitante de dos siglos. Gracias Eduardo y Rebeca, por brindarme este inmerecido honor.

Conocí al abogado Eduardo Contreras Mella, hace aproximadamente veinticuatro años, en la época en que me desempeñaba como jefe del equipo de detectives, que trabajábamos en las investigaciones por graves violaciones a los derechos humanos, a cargo del Ministro de la Ilustrísima Corte de Apelaciones de Santiago, S. S. Ilustrísima Juan Guzmán Tapia, ya fallecido.

En aquella época, Gladys Marín acababa de presentar una querella criminal en contra del dictador, en cuya redacción Eduardo tuvo un rol protagónico. En general, y creo con ello interpretar a la mayoría de los presentes, estábamos esperanzados que, por esta vía, pudiésemos alcanzar verdad y justicia para los miles de víctimas de la dictadura civil militar, más allá de los compromisos de una transición política, diseñada “en la medida de lo posible”. Desde nuestras dudas, recuerdo lo difícil que fue, siquiera imaginar, que ese hecho sería el inspirador y desencadenante para la presentación de cientos de querellas en contra del dictador Augusto Pinochet, que terminarían con su posterior e histórico procesamiento.

A lo largo de los años, fui conociendo a Eduardo, más allá del abogado Contreras. Soy testigo de su compromiso personal y profesional con la causa de los derechos humanos, así como del afecto sincero con los y las sobrevivientes de prisión política y torturas y con los y las familiares de las personas víctimas detenidas desaparecidas o ejecutadas por razones políticas, muchas veces expresados por quienes se acercaban a saludarlo y/o agradecerle en los pasillos del Palacio de Tribunales, en donde nos encontrábamos entre alegatos y reuniones con los ministros que investigaban estos los delitos.

Me fui enterando de detalles de sus orígenes provincianos, que se encuentran narrados en este libro. La salida de Chillán, con una maleta con huevos duros y longanizas, para luego comenzar sus estudios de derecho en la Universidad de Chile. El inicio de su militancia en el Partido Comunista y los derroteros de su largo camino profesional que, en sus inicios, lo llevó a formar parte del equipo a cargo de la defensa del campesino Jorge del Carmen Valenzuela Torres, cuya historia es conocida, por la mayoría de nosotros, por la película de Miguel Littín, “El chacal de Nahueltoro”.

En sus memorias, Eduardo se detiene a comentar este caso. Permítanme que les lea un párrafo: “Al chacal lo conocí ya encarcelado, y me parece indispensable recordar que cuando llegó a la prisión su comportamiento distaba de ser el de un humano; ni siquiera hablaba cuando lo visitábamos en la pequeña oficina de la cárcel chillaneja. Se arrinconaba contra la pared y apenas gruñía y sollozaba. La vida me demostró que su situación no era única; que el maltrato de los grandes hacendados a sus campesinos mantenía al campo chileno en condiciones semifeudales. Por ese mismo tiempo, se registró el caso de un dirigente del campo, cuyo patrón, para amedrentarlo, le marcó a fuego el pecho delante de sus compañeros, tal como se hace con los animales. El suceso fue noticia nacional”.

El equipo jurídico que defendió a Jorge del Carmen Valenzuela Torres, integrado por el abogado socialista Reinaldo Poseck Pedreros, actualmente detenido desaparecido, la abogada y posteriormente jueza Enna Grossi, y el entonces joven abogado Eduardo Contreras Mella, que realizaba su práctica profesional, lograron una condena de primera instancia de 20 años que, a petición del gobierno de Jorge Alessandri y su ministro Enrique Ortúzar, la Corte Suprema modificó y en su reemplazo decretó su fusilamiento, que se cumplió en 1963.

De este suceso, Eduardo comenta: “El hecho de que la sociedad humanice a un ser inconsciente para luego fusilarlo siempre será un crimen, igual o peor que el del personaje. Ese episodio definió mi vocación por el derecho penal. […] ya había sentido desde muy temprano la necesidad de defender los derechos de las personas cuando son injustamente tratadas. Hay que hacerlo, aunque a veces nos cueste caro, como también me enseñó la vida”.

En estas memorias, Eduardo nos comparte, de manera ágil y fluida, el relato de su vida, militante y combatiente, por la justicia social, en la que se suceden encuentros con personajes fundamentales de nuestro continente y a nivel mundial, como Salvador Allende, Fidel Castro, Marta Harnecker, Natalia Revuelta, junto a figuras de la cultura y las artes, como Pablo Neruda, Nicolás Guillén, Graham Greene, Jorge Amado, Carlos Puebla, Julio Escámez, Silvio Rodríguez y Poli Délano, entre muchos otros.

Asimismo, tratadas con igual preponderancia, se narran las historias con personas para nosotros desconocidas, en el largo exilio que se inició asilado en la embajada de Panamá y luego prosiguió en Cuba y México. De ellas, no puedo dejar de mencionar los relatos de su frustrado paso como cañero y albañil, que comentaré en sus palabras: “Y fue en 1976, mientras vivía y trabajaba en la cercana central azucarera “Chile”, se realizaba por esos días el corte de caña. Apenas lo supe me alisté como voluntario para la zafra, tal como lo hacían compañeras y compañeros exiliados. Total, (abro paréntesis, con palabras mías, en un acto de desviación pequeña burguesa, cierro paréntesis), continúo con el relato de Eduardo, me dije, debe ser algo sencillo. No lo es en absoluto. Lo primero fue descubrir que, además del increíble calor en la zona oriental de la isla, a la caña se le aplica fuego para facilitar su corte todo lo que torna francamente insoportable el ambiente. Luego de recibir explicaciones generales, con legítimo orgullo tomé el machete, descubriendo de partida que no era tan liviano como suponía. Luego tomé la alta caña desde su cogollo, la afirmé y me aprestaba a dar el primer golpe de machete en dirección hacia mi cuerpo cuando siento el fuerte grito del jefe cubano del grupo ordenándome quedarme quieto. Se acercó y preocupado y molesto me enseñó que el golpe se da desde nuestro cuerpo hacia afuera y no como yo trataba de hacerlo, recordando de paso los múltiples accidentes provocados por quienes, al proceder de ese modo se habían causado graves cortes y heridas. Pasaron unas dos horas, no más y no recuerdo cuantas cañas pude cortar, no fueron muchas desde luego… El jefe me ordenó que mejor colaborara con el grupo que se dedicaba a apilar cañas que luego serían trasladadas en vehículos hasta la central azucarera. Fue un alivio”. De su participación como obrero albañil en la construcción del llamado “Edificio de los chilenos”, en el reparto de Alamar, en la zona oriente de La Habana, solo diré que, según se leen los comentarios en el libro, “en ese edificio, si tocas la puerta se abre la llave del agua y si enciendes la luz se cierran las ventanas”.

En otros temas de nuestra historia reciente, no puedo dejar de mencionar el relato que hace Eduardo, de lo sucedido una mañana de 1975 en La Habana, con un grupo de jóvenes militantes de las Juventudes Comunistas, estudiantes de medicina en Cuba en los últimos años de la carrera y a punto de recibirse, quienes, a petición del Partido, renuncian a sus estudios y se enlistan en los institutos de las fuerzas armadas cubanas, para posteriormente, integrar las tropas del Frente Sur, durante la guerra por la liberación de Nicaragua, junto a otros compañeros del MIR y de la Juventud del Partido Socialista, algunos de los cuales entregaron su vida por la liberación de los pueblos hermanos en Centroamérica. En ese episodio, se encuentra la partida de nacimiento de lo que luego sería el Frente Patriótico Manuel Rodríguez y la política de rebelión popular que conocimos en los años ’80.

El año 2000, en la época en que se realizan los alegatos por el desafuero del dictador ante la Corte de Apelaciones de Santiago. Eduardo y su compañera Rebeca Vergara, sufrieron un cobarde atentado en las cercanías de Puchuncaví. Rebeca resultó gravemente herida y debió ser trasladada e internada en el hospital Gustavo Fricke de Viña del Mar. Eduardo decidió no participar en los trámites judiciales pendientes, para continuar acompañándola en el hospital. Sin embargo, Rebeca lo llamó al orden, diciéndole: “Si no vas, habrán triunfado los que quieren acallarte. Tienes que ir a Santiago, no puedes dejar a los familiares que defiendes”. La fortaleza permitió que Eduardo se presentara y formara parte, junto a un grupo de otros destacados abogados de derechos humanos, de esa histórica jornada que terminó con Pinochet desaforado y la gran mayoría de los chilenos entre abrazos, lágrimas y esperanzas por todas las personas víctimas.

En los años siguientes, encabezó el equipo jurídico de la Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos, integrado por jóvenes voluntarios estudiantes de derecho. En este espacio de resistencia en contra de la impunidad y del olvido, trabajó directamente con las nuevas generaciones de abogados, conectando el pasado de la lucha por la defensa de los derechos humanos, con los desafíos que encontramos como sociedad para consolidar las garantías de no repetición. En esta labor, nuevamente buscando la verdad y justicia con las herramientas que entrega el derecho, se interpusieron cientos de nuevas querellas por los crímenes de lesa humanidad que afectaron a las víctimas ejecutadas por motivos políticos.

En una época en que vemos la llegada al poder del neofascismo, posibilitada por medios de comunicación que han naturalizado la mentira como herramienta política, y cuando nos preparamos a recordar los 50 años del golpe civil militar; con este ejercicio de rescate de la memoria, Eduardo nos demuestra que el derecho es un instrumento de transformación social y política y que, a través de su ejercicio, luchando con las armas que nos entrega la ley, podemos honrar la memoria de nuestras víctimas, obteniendo algo de la necesaria verdad y justicia, que urgentemente requiere nuestra sociedad, para finalmente, consolidar el nunca más,
Gracias, Eduardo.
Gracias a todos y todas por la atención.