Crónica literaria de Eddie Morales Piña
Se están conmemorando los 500 años de la famosa expedición de Hernando de Magallanes y Juan Sebastián Elcano hacia las islas Molucas, lo que significó dar la primera vuelta al mundo en una circunnavegación que duró entre 1519 y 1522. Con los navegantes iba el cronista Antonio Pigafetta quien dejó constancia escrituraria de tal aventura, cuya razón de ser era que España fuera el distribuidor de las apetecidas especias en Europa como el azafrán, la canela, el jengibre, el clavo de olor, la nuez moscada y la pimienta. En otras palabras, la expedición estaba relacionada con la comida, además de otras motivaciones.
La comida desde tiempos inmemoriales ha sido una muestra de la condición vital de la humanidad. A través de ella a lo largo de las épocas se han expresado las formas culturales de las distintas civilizaciones. Los hallazgos arqueológicos dan cuenta de esta realidad y, por tanto, la gastronomía se transformó en una forma de conocimiento. En otras palabras, el arte de cocinar se posicionó hasta el día de hoy. Desde lo inmediato, se dio el salto a la literatura donde mediante la escritura se nos revela, por ejemplo, que comía cotidianamente Don Quijote: “Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda”. En otras palabras, comía pobremente como hidalgo. Por el contrario, Sancho era un glotón, pues se deleitaba con lo que se le ponía por delante como nabos y cebollas, cecinas y tocinos.
La relación entre la literatura y la gastronomía ha sido fructífera. Generalmente, uno se encuentra entre las páginas de relatos diversos de distintos períodos históricos con este diálogo donde el autor/a deja plasmada una rica cena o un banquete opíparo. Más aún, si nos enfrentamos a una narrativa de corte realista. Hay una larga progenie, por el contrario, de novelas cuyo asunto o temática derechamente es lo gastronómico. La comida como un personaje principal mediante la cual se entreteje la historia. Sólo por nombrar una novela hispanoamericana, viene a la memoria “Como agua para chocolate” de Laura Esquivel. O una más reciente del español Fernando J. Múñez, “La cocinera de Castamar”. Este terreno de la literatura asociada a la comida no sólo es privilegio de lo narrativo, sino también se hace extensivo a los otros géneros literarios, y al cine como en “La fiesta de Babette” (1987).
Cuando la comida se transformó en un arte, surgió una textualidad ad hoc, es decir, las fórmulas para la preparación de los platos. Se denominaron recetarios. Las recetas de cocina implican una redacción que dan muestra de un saber sobre lo culinario. Las recetas consideran dos aspectos: los ingredientes y el modo de preparación. Sin duda, que este saber ha estado asociado fundamentalmente a la mujer. En este sentido, hay un texto colonial de la poeta mexicana Sor Juana Inés de la Cruz donde la monja redacta su propio recetario y en que se explicita su cultura gastronómica. He aquí una receta de Sor Juana: “Buñuelos de queso. Seis quesitos frescos, una libra de harina, una mantequilla de a medio, derretida, y el queso molido. Se aplanan después bien amasados con palote, se cortan con una taza y se fríen”.
Recientemente, hemos concluido la lectura de una novela que está estructurada efectivamente sobre la base de las recetas. Además, la obra de Annabel Abbs dialoga con la historia, pues tiene como punto focal la amistad entre dos mujeres pertenecientes a ámbitos sociales distintos en un tiempo determinado: la época victoriana. El título de la obra de Abbs es “El libro de cocina de la señorita Eliza”. Eliza no es otra que Elizabeth Acton una poeta inglesa -también incursionó en el arte dramático- autora de un célebre libro de cocina, Modern Cookery, donde aparece la inclusión de la lista de ingredientes antes de la “fórmula”, que no era otra que la receta, y que según el relato ficcional -y la tradición histórica- fue confeccionando junto a Ann Kirby. Quien lea la novela se dará cuenta que este personaje está excelentemente configurado.
La obra de Annabel Abbs está articulada en varios capítulos que llevan la denominación de una receta. Hay dos voces narrativas que se van alternado en el despliegue de la historia: Eliza y Ann van entrelazando la trama en que se ven envueltas. Quien abre y cierra la narración es Ann. Ann Kirby será la ayudante de Eliza cuando esta es impelida por su editor de escribir un libro de cocina antes de uno de poesía. En el desarrollo de los eventos, el lector/a se percatará que el arte de cocinar para ambas es una forma de poesía donde las especias e ingredientes sorprendentes forman el aderezo. Abbs logra darle al relato mediante las dos locutoras una tonalidad de novela victoriana lo que es un acierto escriturario. La novela nos revela la historia de una amistad donde la cocina es como el lugar de encuentro y el espacio vital de donde surgen las “fórmulas” -recetas- de la señorita Eliza con los aportes de Ann. La narración describe certeramente los espacios, usos y costumbres del tiempo en que se sitúa la historia.
En la solapilla posterior del libro, hay una serie de opiniones y juicios críticos donde se pondera la obra de Annabel Abbs, como en este: “Eliza Acton no sabía ni cocer un huevo y llegó a convertirse en una exitosa escritora de libros de cocina. Cómo lo consiguió lo averiguaremos en esta fascinante novela”. Sin duda que es un sorprendente relato donde la autora a partir de datos históricos logra escribir una ficción con dos mujeres que le dan la tonalidad perfecta a la narración. La ficción termina donde Annabel Abbs entrega los referentes históricos que sirvieron de soporte a aquella. El libro concluye con algunas recetas de Eliza Acton y Ann Kirby.
(Annabel Abbs: El libro de cocina de la señorita Eliza. Planeta, 2022. 412 pág.)
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…