Por Verónica Bottinelli Th.

Al viejo gallo le gustaba en las tardes reunirse con los polluelos y contar la historia de Chagall:

– ¡Es que los gallos ya no son lo mismo! – comenzaba- Los de antes eran recios, arreglaban todo a picoteos y espolones; no era importante el olor ni lucir plumaje limpio y coloreado; nadie se preocupaba del calcio, magnesio y otros nutrientes. No, los gallos de antaño se debatían a muerte por las hembras a su custodia y estaban dispuestos a perder una buena pelea con tal de mantener el gallinero en orden y que no se metiera otro macho a ejercer la autoridad.

El día comenzaba a las cinco de la madrugada, con el primer canto. El frío y el viento podían intentar mitigar el espíritu del avezado gallo, pero sin lograrlo. Afrontando el nuevo día con la cabeza en alto y el pecho protuberante, luciendo heridas de antiguas peleas y a veces hasta una pata menos, los gallos de antes se ganaban el respeto del gallinero a punta de pico y trabajo. ¡Nacían gallos!

– ¡Definitivamente el gallo- gallo, nace gallo, no se hace gallo!

Chagall, así le llamaban por los vivos colores de sus plumas, fue uno de los gallos valientes de esa época.

La falta de grano fue evidente en 1941 y por las rejillas en mal estado del gallinero ingresaban polluelos de otro averío a comer disimuladamente. Comenzaron las discusiones acerca de quién tenía más derecho al alimento, si los polluelos, aunque sean ajenos, o los que pertenecían a ese gallinero. Chagall no estaba para infructíferas peleas. A las cinco de la mañana del día 2 de junio de ese año partió, a vuelos cortos, a internarse en el mercado.

El mercado no era bullente como antes. Había pocos puestos de venta y escasos productos. Los hombres y mujeres se veían desnutridos, grises y desgastados. De tanto en tanto se oían sirenas y algunos corrían a buscar refugio, mientras que otros, entregados a su suerte, se mantenían tan quietos como quien espera la bajada de la guillotina.

Chagall vio a los pocos perros que quedaban en el lugar; estaban famélicos y tan débiles que miraban al ave con ganas de devorarlo, pero se movilizaban con dificultad. Todos los seres del mercado llevaban la muerte en sus espaldas y hasta los niños vestían harapos y cabellos sucios que ocultaban los ojos evacuados de alegría, ahuecados y vacíos.

Chagall, osado como lo conocían y dotado de una capacidad física increíble, a escondidas y antes que alguien lo mirara como cena, se acercó al puesto de los granos y uno a uno, en un interminable y arduo trabajo, llenó una bolsa de maíz que la echó al lomo y emprendió la vuelta a la granja.

Cuando llegó reunió a todos las aves y dirigió su celebre discurso:

“Grano a grano se construye un granero”

Y fue vitoreado y festejado por la avícola.

Organizó grupos de trabajo. Los pollos a arar, las gallinas jóvenes a sembrar y los machos mojaban sus alas y las batían sobre la semilla para regarlas. Ese trabajo era solo para verdaderos gallos. Desde ese día Chagall lideró la bandada de gallos, mientras las gallinas suspiraban y admiraban la pericia. La ascensión del vuelo con las alas húmedas exigía mayor dominio y fuerza, y el rápido vuelo desde el lago a la siembra suponía pasar por sobre las cabezas de las gallinas, que se levantaban a las cinco de la mañana a admirar la musculatura desarrollada y plumas en pecho de los jóvenes machos.

El trabajo fue duro, pero luego de meses, las plantas finalmente dieron frutos y el maíz dorado, firme y de enormes granos, fue cosechado y guardado en el granero.

Fueron años muy peliagudos. Después de cuatro cosechas y muchas vidas humanas y avícola, llegó la calma.

El tres de abril de 1945 se declaró el término de la Segunda Guerra Mundial y el primero de mayo de ese año y para celebrar el fin del conflicto armado, el granjero cogió del pescuezo a Chagall y lo liquidó sobre la parrilla.

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Verónica Bottinelli Thomassen es chilena, nacida el 19 de octubre de 1965. De profesión Ingeniera Agrónomo y posteriormente kinesióloga, se desempeña profesionalmente y reside en la Ciudad de ConCón, Región de Valparaíso. Nace como necesidad imperiosa incursionar desde hace cinco años en el cuento y la autoficción, como comunicación fluida y natural de la imaginación, sobre la muerte y lo desconocido.