Diego Muñoz Valenzuela, novela
Simplemente Editores, 250 páginas.

Por Antonio Rojas Gómez

Tom, el cyborg de Diego Muñoz Valenzuela, se humaniza cada día más. En esta novela, la cuarta de la saga, duerme y sueña, cosa que, como es evidente, no precisa hacer ningún robot. Pero Tom decide hacerlo, porque eso le permite entender mejor a los seres humanos. Y vaya si los entiende, mejor que ellos mismos.

En esta novela Tom es, definitivamente, el protagonista. Él toma las decisiones y los humanos lo secundan. No actúa Rubén Arancibia, el científico que lo creó, porque está transformado en una especie de ser vegetal, que sobrevive sin tener ningún recuerdo de su vida pasada. Así quedó después de las torturas a que fue sometido por los esbirros de Génesis, la organización perversa cuyo bunker en Nueva York fue asaltado por Arancibia y los suyos en el episodio anterior. Ahora, de regreso en Chile, no se acuerda de nada y no tiene capacidad para defenderse de William y sus secuaces, los esbirros de Génesis, que deciden venir a matarlo a nuestro país. De lo que se trata, entonces, es de salvar a Rubén Arancibia, y el mando lo toma Tom. Para las decisiones que debe adoptar, le resulta muy útil soñar. Las visiones oníricas ayudan a las personas a entender sus reacciones durante la vigilia. De ahí entonces la razón de este nuevo paso en la humanización del cyborg.

Esta novela, como las anteriores, es muy entretenida; suceden muchas cosas y hay una serie de informaciones sobre lo que ocurre en el mundo que genera el libro, que no es muy distinto al mundo real en que todos nos movemos. Claro que nosotros no disponemos para que nos defienda de un cyborg como Tom, con conciencia social y política y principios morales a toda prueba. Principios que no transa a ningún precio, en lo que lleva delantera a los seres de carne y hueso, para quienes, según la letra de un antiguo tango, no hay ninguna moral que se resista frente a diez mangos moneda nacional.

La pregunta que surge frente a un libro que tiene tres antecedentes, es si los lectores nuevos lo entenderán o deben darse la tarea de leer las novelas previas. Mi respuesta y mi consejo es que se sumerjan en sus páginas porque las van a disfrutar. Es lo mismo que cuando uno lee una novela del comisario Maigret o de Hércules Poirot. Cada aventura es distinta y todas tienen su propio encanto, sin importar cuál salió primero de la pluma de Georges Simenon o de Agatha Christie. Y cito a estos autores de temas policiales por dos razones. La primera es que “Los sueños del cyborg” mezcla la ciencia ficción con la novelística negra. La segunda, que ambos, el francés y la inglesa, sabían cómo capturar el interés de los lectores, lo que el chileno Muñoz Valenzuela también hace con talento que no les va en zaga. Para muestra, un botón:

“En los días recientes Tom ha estado intranquilo. Sus sueños -una ansiada realidad que esperó tanto tiempo- se han transformado en una especie de espacio tenebroso donde recibe visitas indeseables. Emergen seres de pesadilla, pletóricos de amenazas que le arrojan como dardos. Los peores peligros apuntan a Rubén. Sugieren que su tiempo está contado. Una cuenta regresiva que se aproxima vertiginosa al cero”. (Pág. 45)

Y más adelante:

“Edgardo Olivares se revuelve inquieto sobre el negro y suave cuero de su sillón de comisario, mientras batalla ardorosamente con el teclado y el mouse para navegar en las engorrosas bases de datos que informan cada persona que ingresa a Chile por cualquier punto de acceso. “Debo parecer ratón envenenado”, murmura el detective para mofarse de sí mismo, “como si me faltara trabajo, Tomás me mete estos cachos cuando ya no dispongo de tiempo ni siquiera para almorzar tranquilo”. (Pág. 63)

Como se advierte, el autor utiliza el tiempo presente para narrar la historia. Es lo que está sucediendo ahora, y eso le otorga frescura, inmediatez a los hechos. El lector quiere saber, desea anticiparse, avanzar ojalá antes que el escritor para llegar a la solución del conflicto, que se vislumbra complicado, muy difícil para el pobre Rubén Arancibia, que necesita recuperar la memoria, para lo cual Tom recurre a un científico de Valparaíso un poco loco, amigo de Rubén, que es uno de los personajes mejor delineados.

No vamos a contar el desenlace, que no es espantoso como algunas de las pesadillas de Tom. Y cuando se alcanza, el lector siente alivio y satisfacción. Pero queda en el aire la pregunta. ¿Y qué pasará en la quinta novela del cyborg? ¿Qué nuevo paso dará en su humanización?

El autor es el único que puede darnos la respuesta.