Por Iván Quezada
Los versos prosados de Francisco Véjar, en su libro Manuscrito encontrado en mi bolsillo (2022, Pequeño Dios Editores), procuran la serenidad, aunque con cierta angustia deslizándose en las palabras. Desconfía de los extremos existenciales, porque busca simbolizar algo más importante que los estados de ánimo: la ausencia del padre. Las emociones pequeñas como el amor o el desamor, la soledad, el disgusto por la vida citadina en Santiago, son excusas para referirse indirectamente a ese vacío. Son el camino elegido por el autor para cuestionarse su identidad y hasta su propia condición humana.
Pero siempre sin dramatismo.
La melodía es en sordina, como una conversación amable entre amigos, sin alardes rítmicos ni erudición musical. Estos poemas también se pueden leer como un monólogo que pasa revista sobre asuntos aparentemente nimios, como la carátula de un disco o alguna otra mención de la cultura pop. Generalmente se refieren a la adolescencia o la juventud, como si el poeta hubiese quedado detenido en esas edades, aunque también se percibe una cierta distancia con las vivencias descritas, tal vez porque es consciente de que no se repetirán.
Algunas bellas imágenes realzan esta crónica vital, como para reafirmar que toda lectura debe ser placentera o si no para qué. Pero asimismo uno encuentra ciertas definiciones con un gran valor cognitivo, como aquella imagen de que el río Mapocho es «la cicatriz de Santiago». Véjar no se engolosina con las evocaciones, aunque idealiza el pasado y particularmente a la mujer como un ser etéreo. La realidad, sin embargo, provoca el conflicto y la consiguiente melancolía ante los deseos insatisfechos que se acumulan en la cuenta.
Como la identidad está en entredicho, debido a la pérdida del padre cuando el autor era pequeño, intenta darle forma aludiendo a un doble que es el mismo poeta. O sea, estaría dividido en dos o viviría en dos mundos. ¿Se trata de una evasión, de una crisis de la psiquis? La escisión es auténtica y también el malestar ante un mundo tan poco poético como el actual. La moral apoya al poeta, pero desde luego eso no lo satisface. Es una suerte que lo salve el fraseo de la poesía, la elipsis eterna, la metáfora sencilla.
El mar simboliza el infinito, en el cual quiere sumirse y cree que la manera de conseguirlo es su modesta duplicidad. Todo se pierde, menos el movimiento monótono de los elementos. Los propósitos de este mundo alteran el orden natural de las cosas. Vivimos en la fantasía de que permanecer y luego desaparecer sólo sucede en los libros. El poeta aparenta que se adapta a la alienación, pero se guarda una carta bajo la manga: la nostalgia que aprendió de su maestro Jorge Teillier y que lo ayuda a concentrar su mirada en la vida corriente, porque él no posee una aldea arquetípica que le sirva de consuelo.
No es extraño que consagre la marginalidad como el último reducto del espíritu humano, pero afortunadamente, insisto, nunca cae en la tragedia. Lejos de todo afán profético, doctrinario o de creerse un genio, Véjar sugiere que la poesía es un simple testimonio de asuntos que nos superan a todos. Se sustrae así del vértigo, que casi acaba con él, y concluye su libro con la promesa de continuar midiendo versos y enhebrando significados. Su escritura está ganando en intensidad, lo cual se agradece.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…