Crónica literaria de Eddie Morales Piña.

Paralelamente a su labor creativa, Vargas Llosa ha realizado a lo largo del tiempo una interesante y -a veces- polémica actividad como estudioso y crítico de la literatura realizada desde una particular perspectiva interpretativa y exegética. Estos textos sobre el abordaje crítico de sus congéneres en la literatura, o bien sobre aspectos particulares del universo narrativo van en consonancia con el proyecto escritural del escritor como autor de ficciones. Primeramente, va una visión sintética sobre su producción no ficcional, y luego la mirada sobre Pérez Galdós.

Los títulos de Vargas Llosa como historiógrafo, crítico o hermeneuta de la literatura y de la cultura, son los siguientes: Bases para una interpretación de Rubén Darío (1958), García Márquez: historia de un deicidio (1971), Historia secreta de una novela (1971), La orgía perpetua: Flaubert y Madame Bovary (1975), La verdad de las mentiras. Ensayos sobre la novela moderna (1990), Carta de batalla por Tirant lo blanc (1991), La utopía arcaica. José María Arguedas y las ficciones de indigenismo (1996), Cartas a un novelista (1997), La tentación de lo imposible (2004). El viaje a la ficción. El mundo de Juan Carlos Onetti (2008), La civilización del espectáculo (2012), Conversación en Princeton con Rubén Gallo (2017), La llamada de la tribu (2018) y La mirada quieta (de Pérez Galdós) (2022). Como se puede apreciar por los títulos de estos trabajos críticos, las preferencias del escritor al momento de colocarse desde la perspectiva del estudioso son variadas, puesto que ha abordado a lo menos tres novelistas hispanoamericanos, García Márquez, Arguedas y Onetti, descontando el primero de los títulos dedicado a Rubén Darío que corresponde a un poeta lírico. Luego se nos aparecen títulos que abordan a los europeos Flaubert y Víctor Hugo, además de un texto en que analiza un relato medieval. Por otra parte, están los textos de reflexión teórica y los de análisis de la cultura posmoderna, además de los pensadores que han influido en su doctrina liberal. Y un texto metacrítico de carácter autorreferencial y uno que se enmarca en el subgénero de las conversaciones sobre literatura y política. Hace poco agrega a un clásico español decimonónico como Pérez Galdós.

Si quisiéramos catalogar los textos mencionados sobre la base de una nomenclatura genérica, podríamos ubicarlos dentro de los márgenes de la escritura ensayística. La mayoría de ellos son ensayos, ya que despliegan ante el lector la particular percepción que tiene el novelista sobre un autor o una obra determinada; en este sentido, el ensayo vargallosiano se articula sobre la base de esas constantes escriturales que encontramos en su quehacer como novelista, como “los vasos comunicantes” y “el elemento añadido”, entre otros. La perspectiva crítica de Vargas Llosa como intérprete de una obra nos revela a los lectores una visión que parte por la contextualización sociohistórica de la misma para abordarla seguidamente en su textualidad como ficción. En este sentido, Cartas a un joven novelista es un texto paradigmático para entender el modus operandi de Vargas Llosa al momento de acceder exegéticamente a un texto literario.

Por otra parte, dentro del mismo sentido de catalogar su escritura crítica, cabe decir que también varios de estos títulos mencionados pueden ser adscritos a la clase de los estudios literarios. En otras palabras, se trata de textos altamente analíticos que tienen, sin duda, un particular lector: el lector especializado que comparte con el autor/crítico Vargas Llosa un metalenguaje propio de la historiografía y teoría literaria. No queremos afirmar que estos textos sean crípticos sino más bien de que presuponen, a lo menos, una lectura previa de la obra de quien es el sujeto analizado sea este Joanot Martorell, García Márquez, Flaubert, Arguedas, Onetti o Pérez Galdós, ya que el crítico hará un abordaje detallado de los aspectos del enunciado narrativo.

De los títulos se desprende, además, que Vargas Llosa tienen un canon determinado al momento de visualizar una obra y a un autor seleccionado. Es evidente que La verdad de las mentiras puede leerse como un texto canónico, es decir, un libro que muestra a los lectores un número de obras significativas del espectro literario universal que han marcado una época o han generado un cambio radical en la perspectiva narrativa, ya sea por su particular composición como relato o por el desenvolvimiento de una temática o construcción de personajes inolvidables. El juicio crítico valorativo con que Vargas Llosa concluye cada uno de los análisis discursivos involucra que el autor y la obra analizados quedan ubicados dentro de una escala estética que los avala como modelos dentro del sistema literario.

Significativo es, por cierto, -aunque para algunos podría parecer una actitud narcisista del autor- la perspectiva autorreferencial que adopta el crítico vargallosiano consigo mismo. Por lo demás, es una cuestión palpitante dentro del constructo narrativo del autor de La orgía perpetua. En Cartas a un novelista sostiene que “los temas se les imponen a los escritores a través de lo vivido”; son las obsesiones o los “demonios” interiores que sólo se libran cuando se vuelcan en la escritura transformando la realidad mediante el elemento añadido. Críticamente, Vargas Llosa se ve a sí mismo en cada una de sus lecturas interpretativas, pero en Historia secreta de una novela nos revela cómo se mezclan en dosis adecuadas la ficción y la realidad, la autobiografía y la auto invención. Por último, cabe indicar que como ensayista Vargas Llosa asume como una voz prestigiosa de la tribu –como diría Nicanor Parra- para denunciar los males del mundo moderno: la civilización actual se le presenta como un espectáculo donde la chabacanería y la estulticia se han apoderado del ágora.

Recientemente, hemos leído un texto ensayístico del Premio Nobel de Literatura (2010) donde aborda la obra creativa del escritor español Benito Pérez Galdós. Sin duda de que este es una de las grandes figuras de la ficción literaria del siglo XIX, no sólo porque alcanzó tanto en la narrativa como en la dramática obras notables -y otras no tanto-, sino también porque marcó un hito en la literatura en lengua española. La producción literaria de Pérez Galdós nos lo muestra como un escritor a cabalidad que supo crear historias -narrativas y dramáticas- cuyo entramado textual generalmente apunta también a la visión sociohistórica de la España de ese entonces. En otras palabras, en su obra el autor evidencia la situación de aquella en el espacio narrativo o dramático en que sitúa a los personajes que encarnan las historias cuyas temáticas son de por sí bastante variadas. Esto lo vamos descubriendo a medida que ingresamos a la obra ensayística de Vargas Llosa que responde a los márgenes descritos en los párrafos anteriores. En este sentido, el autor nacido en Arequipa, Perú, en 1936 muestra una constante escrituraria como analista de la producción literaria. Todo lo que argumentamos más arriba está presente en el texto que le dedica a Pérez Galdós. Debemos confesar que no conocemos en su totalidad lo que produjo prolíficamente el autor español a lo largo de su vida. El índice del texto de Vargas Llosa nos da cuenta de una creación proliferante con altos y bajos -de acuerdo con lo argumentado por el analista-; en realidad, en el propio estudioso como creador de ficciones se evidencia lo mismo que observa en Pérez Galdós. Vargas Llosa nos revela que el proceso de escritura de este ensayo/estudio fue en el contexto de la pandemia que ha azotado y asolado la humanidad. En tiempos de pandemia se dedicó a leer al autor español -que era una deuda pendiente- cuyo producto es La mirada quieta (de Pérez Galdós) (2022). Este es el título del libro que tiene la solvencia narrativa de Vargas Llosa, es decir, que va desenvolviendo y explicando los espacios contextuales de la obra analizada y su trasmutación en la ficción con un manejo de las estructuras del lenguaje a que tiene acostumbrado a sus lectores. El texto se configura sobre la base de tres ejes: las novelas, las obras dramáticas y los Episodios Nacionales. De la lectura del ensayo/estudio se comprende que Pérez Galdós en un principio deseó ser dramaturgo. Cuando incursiona en el género dramático en más de una oportunidad reescribe algunas de sus obras narrativas. Vargas Llosa señala que no siempre le fue bien o fue exitosa la puesta en escena de una de sus obras dramáticas.

No cabe la menor duda de que Pérez Galdós tiene novelas paradigmáticas en el concierto de la narrativa moderna española, algunas de las cuales se siguen leyendo con agrado como si hubiesen sido escritas recién. De este modo, el autor se ha convertido en un clásico de las letras hispánicas. De las más conocidas están, por ejemplo, Doña Perfecta (1976), Marianela (1878/1899, edición en que el autor hizo cambios definitivos en el texto), Fortunata y Jacinta (1887), Torquemada en la hoguera (1889 y sus continuaciones Torquemada en la cruz -1893- Torquemada en el purgatorio -1894- y Torquemada y San Pedro -1895-), Tristana (1892), Nazarín (1895) y Misericordia (1897). Como se podrá observar por las fechas de publicación, Pérez Galdós -evidentemente- que tuvo una imaginación prodigiosa que se desbordó en una escritura proliferante. Vargas Llosa cuando realiza las reseñas de cada uno de los textos narrativos, al igual que los dramáticos, pone hincapié que el autor no siempre pulía sus obras; en otras palabras, las publicaba tal como salían de su ingenio creativo: “No era como Flaubert, que rehacía y rehacía cada frase. Él tenía una idea para una novela, la transmutaba en palabras y se quedaba contento con lo que le salía”. Destaca el autor peruano que Pérez Galdós en sus historias narrativas hacía una conexión con la realidad histórica donde aparecía él como un liberal que ponía en evidencia los males que estancaban a España -al contrario del resto de Europa- donde el catolicismo jugaba un rol importante en tal retardo no sólo en la sociedad global sino en la vida privada de las personas. También observa un detalle que nunca se resolvió en la escritura: el manejo del narrador, al contrario de lo que sucede en Flaubert -de más está decir que Vargas Llosa es un flaubertiano. El ensayista analiza las obras en no más de cinco páginas con la experticia a que nos tiene acostumbrados. Desarrolla el argumento -si el lector/a no ha leído el texto, el resumen suple tal omisión-, realiza las disquisiciones analíticas y remata con un juicio crítico. Así, por ejemplo, de la popular y muy leída Marianela, concluye diciendo que es “una buena novela” aunque “la prosa cae en el buenismo”, mientras que en el caso de Fortunata y Jacinta sostiene que es “su mejor novela y una de las más importantes que se han escrito en España”. Entre medio de los análisis, Vargas Llosa desliza comentarios que remiten a la época actual con relación a los contenidos temáticos sea de las novelas o de los dramas. En la producción literaria de Pérez Galdós, sin duda, que la serie de los Episodios Nacionales ocupan un lugar especial. Estos son una suerte de relatos históricos -como novelas históricas decimonónicas- donde los elementos ficcionales no dejan de estar ausentes. Es el famoso elemento añadido de Vargas Llosa. En otras palabras, narraba “de una manera que no es propiamente de los historiadores, sino de un novelista que añade muchos episodios de su propia cosecha y sin embargo dando un panorama bastante fiel a lo ocurrido históricamente en aquellos años”. Los Episodios Nacionales son un friso narrativo de los grandes acontecimientos históricos del siglo XIX en España.

En síntesis, La mirada quieta (de Pérez Galdós) nos confirma que Vargas Llosa es un eximio ensayista, crítico y analista de la literatura. Con la frase la mirada quieta se refiere a una particular forma de narrar de Pérez Galdós que “congela la realidad” casi como una fotografía. Concluyo con sus palabras: “¿Fue un gran escritor? Lo fue. En el siglo XIX y comienzos del XX, no hay ninguno de sus compatriotas que tenga semejante dedicación, inventiva, empeño y la soltura literaria de Pérez Galdós”.

(Mario Vargas Llosa: La mirada quieta (de Pérez Galdós). Alfaguara. 2022. 349 pág.).