Simplemente Editores, 97 páginas

Por Antonio Rojas Gómez

Juan Mihovilovich es un escritor consagrado, con una trayectoria de más de cuarenta años en la literatura nacional, que le ha valido el reconocimiento de sus pares y el del mundo académico. Resulta por lo tanto inoficioso reiterar la excelencia de su prosa y el acabado diseño de sus obras. Cualidades que también están presentes en esta novela breve, así como las preguntas profundas sobre la realidad del ser, la búsqueda incesante de la condición humana, de la vida y de la muerte, que plantean sus textos anteriores.

La novela se inicia precisamente con la muerte del hermano del narrador, a quien este le escribe. Es, pues, un relato en segunda persona.

Querido Vicente: debiste morir con esta peste, con el virus maligno que se inocula por las fosas nasales, desciende a los pulmones y cierra la garganta para siempre. Debiste morir así. Sin embargo, has elegido una muerte conocida y no por ello menos elegante: un infarto en media calle, mientras ibas donde la casera a buscar tu taza de té y el pan con mantequilla (Pág. 11).

El párrafo inicial nos sitúa en el inquietante presente que vivimos, asolada la humanidad por la pandemia del covid 19, que Vicente llamaba el nuevo Anticristo. Un detalle no menor: Vicente era esquizofrénico. Su enfermedad lo aisló de la vida común de familiares y amigos. Y está presente a lo largo del relato la recriminación del narrador a sí mismo por no haber mantenido con Vicente el estrecho contacto de la niñez, cuando empezaron a descubrir la vida juntos. Ahora procura recuperar el tiempo perdido acercándose al recuerdo de su hermano y buscando identificarse con él. Impactante resulta la escena en que el narrador sufre un ataque de ira contra su hijastra, similar al que Vicente experimentó contra un anciano que no le convidó un cigarrillo.

El esfuerzo que realiza el narrador por comprender la alterada psiquis de Vicente y por ponerse en su lugar, lo conduce a mirar la vida que ha llevado, una vida exitosa en lo profesional y familiar, con otra mirada en que la satisfacción es reemplazada por la angustia.

Vicente no tuvo con él esposa ni hijas. Pensaba que los seres humanos son débiles e incluso malvados y sus acciones amargan la vida que podría ser dulce y amable. Influido por la educación moral y religiosa que recibió de niño, la misma que reciben la mayoría, si no todos, los niños en nuestra sociedad, estaba convencido que vendría de lo alto un castigo ejemplarizador capaz de modificar conductas. Y cuando surge la pandemia de covid se convence de que esa es la señal esperada, que ha llegado el nuevo Anticristo para salvar al mundo.

El narrador, por cierto, no puede pensar así. Pero puede sentir lo que sentía su hermano. Y ese es el ejercicio que realiza al escribir este libro que es una larga conversación con Vicente. Una conversación de una sola voz con alguien que ya no puede escucharlo, y lo sabe. Pero lo importante no es eso. Lo que en verdad importa es que el narrador llegue a sentir verdaderamente las emociones, los dolores y las pequeñas alegrías que en su momento experimentó el hermano enfermo y alejado por todos los seres normales que lo conocieron y lo quisieron.

Entonces, más allá de asumir las ideas de castigo y redención del personaje, el trasfondo de esta novela y el potente mensaje que deja al lector, reside en preguntarse si la vida sería mejor si nos esforzáramos por compartir sentimientos con las personas que amamos, pasando por alto todo cuanto podría alejarnos de ellas y de nosotros mismos.