Carlos Droguett, Editorial Zuramerica, 2021, 266 pp.

Por Héctor Vera Bórquez

En medio de la elección presidencial entre un candidato católico y otro comunista son degollados niños pobres en los arrabales de la ciudad de Santiago. Los hallazgos de las cabecitas, que no están vivas ni muertas, parecen ser más que simples asesinatos. Pueden ser un mensaje, ¿pero de qué? ¿de quién? Con estas interrogantes parte la poco difundida novela de Carlos Droguett “El Hombre que había olvidado”, en la que a través de una narración torrencial y caótica nos adentramos en el seguimiento periodístico y policial que el protagonista hace de los hechos.

El autor alguna vez dijo querer reflejar el desorden del mundo en el que vivimos, y en esta novela se nota. Con una calculada ambigüedad, el relato mezcla distintos planos, años, ciudades, personajes y valoraciones. Lo que sí tiene un carácter permanente es la desesperanzada convicción de que la historia de violencia e injusticia se mantendrá, que no hay elección ni gobierno capaz de cambiarla. Así, las acciones del asesino van adquiriendo otro cariz, sugiriendo incluso que están motivadas por el amor y la compasión. Como si en esta parusía invertida los únicos que pudieran redimir a la humanidad y su acumulación de muertos y miseria fuera el sacrificio de niños, de niños puros.

Los paralelismos con el Chile actual saltan a la vista: en la pasada votación presidencial se enfrentó el candidato ultra conservador de la derecha con el candidato de una alianza amplia de izquierda. El libreto demagógico visto en otras latitudes no le alcanzó a la derecha para ganar las elecciones, pero como era de suponer, al poco andar de la instalación del nuevo gobierno, se han evidenciado las dificultades para realizar las tan anheladas y necesarias transformaciones estructurales. Y por si fuera poco, todo esto en un contexto sanitario que desnudó los frágiles mecanismos de protección de los sectores populares y concentró aún más la riqueza nacional.

Como una primera aproximación a la obra de Carlos Droguett, que fue mi caso, esta novela puede parecer un texto intimidante, denso e imbricado. Sin embargo, la fuerza de las voces de los personajes y la potencia de las imágenes que evoca lo hace una lectura muy entretenida. Otra virtud del texto es que pareciera escapar de los límites normativos de nuestro tiempo: se permite especular, aunque siempre con muchas dudas y pocas certezas, que hay algo más que la pura sordidez detrás de la serie de asesinatos.

Así, esta reseña busca contribuir al reconocimiento de la obra un autor que parece estar registrando una fuerte y merecida revalorización, como lo demuestran los numerosos rescates y reediciones de los textos de las editoriales UDP, Tajamar, La Pollera y Aparte, los cuales han alcanzado una muy buena difusión y prensa. A estos últimos se la suma la editorial Zuramérica con una novela tremendamente vigente, que destaca no sólo por su calidad estilística, sino que también porque a pesar de haber sido publicada en 1968 le sigue hablando a un Chile de marginalidad e injusticia en el que parecen haber pocas salidas.

Héctor Vera Bórquez