Por Valentina Bragado. Licenciada en Literatura
Actos furtivos, de Rubén González Lefno, expone aquellos actos que rozan el limbo de lo escondido y tal vez, lo sórdido, ya que las acciones que desenvuelven los protagonistas de cada cuento, son acciones de inmersión subterránea hacia toda la sombra que estos llevan y que por diversas razones no han salido a la superficie hasta que el conflicto desentrama la tensión en inesperados y, a veces, insólitos comportamientos en los personajes.
El libro se divide en dos partes: en la primera, Desfiguraciones, las historias están difuminadas con un tinte de nostalgia, ya sea por escenarios, ambientes, personajes y acciones que desarrollan un tiempo pasado mezclado con una cuota de surrealidad como el cuento Encerrona, en el cual el protagonista deambula entre sueño y realidad, mezclando elementos nocturnos verosímiles e inverosímiles entre ciudades y países vecinos.
Dentro de esta parte, el primer cuento que abre es El Elevador, en el cual se desarrolla la tensión sexo-afectiva entre una mujer y un hombre a raíz de encuentros en un ascensor como escenario utópico por el cual deambulan los anhelos del protagonista, dando un giro narrativo al perder la cordura inicial, pues pegado a una vieja imagen se queda con los encuentros fugaces del ascensor llegando a convertirlos en un idilio o un mal sueño, recurso que desarrolla de manera sutil la estética del sueño reiterando el temple de esta primera parte, a partir del juego de tiempos irreales que pasaron, están pasando o no han pasado nunca.
De esta manera, el estilo narrativo que acompaña a cada cuento es desarrollado por un narrador omnisciente que conjuga en tener la voz narrativa y ceder -de vez en cuando- la voz a sus personajes, a través de diálogos que agilizan las descripciones de ambiente y atmósferas. Así, el estilo indirecto libre para narrar entrega la fluidez necesaria para que los personajes que no son descritos tan profundamente a través de sus pensamientos, pero sí a través de sus acciones, vayan construyendo el camino por el cual el lector y la lectora puedan imaginar las escenas que por muy lumínicas que sean, sea percibido el atisbo de la sombra como el leitmotiv implícito de todo el compilado de narraciones.
De lo anterior, el silencio, las pausas, las reflexiones en off de los personajes que atraviesa esta primera parte de los cuentos, son otro recurso narrativo bajo el cual se potencia el ritmo y la sonoridad del lenguaje empleado como si fuera un oxímoron de elementos entre la fugacidad de pensamientos y la inacción de personajes. De ahí que la pregunta retórica entregue también realce a los relatos que utilizan imágenes conocidas por el imaginario valdiviano como una casona antigua, imagen que desprende un sinfÍn de sueños juveniles de un pasado dorado lejano que el escenario citadino actual evoca.
Nos encontramos, entonces, en esta primera parte con personajes protagónicos masculinos que de manera activa dan luz a arquetipos como: el estudiante, el soñador, el oficinista, el celoso, etc., arquetipos que se desarrollan de manera estándar en las acciones que determina a cada personaje como, por ejemplo, en el cuento Crónica roja, en el que nos encontramos con un periodista que se espejea al reportar un asesinato. Sin embargo, el cuento Identidad, propone la vuelta al pasado de un tiempo de dolor y horror colectivo, ya que sitúa a la única mujer protagonista de los cuentos en un tiempo y espacio que rememora el periodo de dictadura en el país.
En consecuencia, es interesante el tratamiento del tema de la soledad como condena en el cuento Identidad, ya que al transitar entre presente – pasado narrativo y entre los recuerdos de una hija y su padre torturador, la «identidad» queda relativizada como un constructo social y temporal más que un rasgo caracterizador de la protagonista, por supuesto, reflexión que invita al lector y lectora a hacer un flashback hacia la memoria nacional y personal para recordar, ordenar las historias y ficciones y entonces, comenzar a nombrar todo aquello que nos enseñaron a no nombrar.
En Divertimento, la segunda parte del libro, como lectores deambulamos por ambientes cotidianos que de alguna u otra manera acercan el acto de lectura hacia la experiencia personal que, no exenta de ficción, se conjuga en una especie de realidad aumentada, ya que los dos cuentos de esta sección, Distancia sanitaria: la batalla final y Tirón de oreja, desarrollan tópicos que nos atañen a todos: el miedo, la frustración, el chisme de barrio, la violencia intrafamiliar, la rabia, la venganza, la vergüenza, el qué dirán, etc.
Así es como, los roles de género están bastante marcados en ambos cuentos finales, siendo protagonistas hombres, quienes llevan la acción y la voz de las historias, mientras que las mujeres silentes y maltratadas, son las encargadas de servir en función del avance de estos. Es curiosa la resolución luego de la escena de violencia entre el marido y su mujer en el cuento Tirón de oreja, no obstante, dentro de la lógica del «divertimento» y entendiendo la palabra como una alegoría de la sociedad patriarcal en la que se insertan los cuentos y la realidad de los y las lectoras, entendemos que una promesa de amor sea suficiente para soslayar la violencia de género. Sin embargo, el clímax del conflicto se resuelve con una cuota de humor que entrega la liviandad necesaria para que la metáfora del «tirón de oreja» sea un juego de doble sentido: por una parte, el literal del protagonista y, segundo, un llamado abierto todos les lectores para que la reflexión sobre temas tan atingentes a nuestros días sea siempre leída y vivida desde la óptica reflexiva y crítica, dejando de lado la sumisión a la norma.
Por último, entre risas de vecinos ficcionales, los cuentos de Rubén González Lefno circulan por una densa noche sureña: espesos como la neblina de otoño, fríos como el invierno de julio en el bosque y estremecedores como los sueños que navegan los humedales.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…