M. Eugenia Góngora, académica de la Universidad de Chile e integrante de Letras de Chile, participó en el Seminario Fomento Lector, organizado por la Universidad de Aysén los días 13 y 14 de diciembre. Su ponencia, “Elogio de la lectura” entrega interesantes perspectivas sobre un tema siempre en desarrollo.

ELOGIO DE LA LECTURA

María Eugenia Góngora
Universidad de Chile

Introducción

En este escrito, que he titulado ‘Elogio de la lectura’, trataré de desarrollar algunos aspectos que me parecen relevantes con respecto a nuestro tema: los placeres y también los peligros de la lectura; el poder las palabras y la libertad de los lectores; en mis conclusiones quiero aludir también a la Lectura como recuperación del Paraíso.

Una breve introducción

Al escribir un elogio de las palabras es necesario hacer al mismo tiempo un elogio de la voz: las palabras y las voces están en nuestro origen y las buscamos siempre de nuevo, especialmente en nuestras experiencias de amor y amistad más significativas1.

Por eso, antes de entrar en los saberes que nos aguardan en la palabra escrita, en los primeros registros escritos en la corteza de los árboles y en las piedras, en el poema y en la canción, en la novela y la carta de amor, en el diario de vida o en el diario de viajes, quiero leer aquí las palabras de un poema de Mahmud Darwish el gran poeta palestino (1941-2008). Es un poema de amor que puede ser entendido también como una oración y dice así:

Tu silencio me duele
tanto como la vida,
tanto como el tiempo.
Tus palabras me sostienen
tanto como la tierra,
tanto como el cielo.

La escritura y la lectura, como sabemos, son actividades humanas relativamente recientes si las consideramos históricamente2, desde los ideogramas escritos en papiro y desde las diversas grafías en la piedra o en la madera, en las tablillas de cera, en los rollos o volúmenes hasta el establecimiento del códice como soporte de lectura hacia el siglo 4 D.C.; más tarde, hacia el año 1450 nos encontramos con la revolucionaria aparición de la imprenta y, la multiplicación de los libros, del pliego suelto, del periódico. Ahora, más recientemente, la lectura la página de Internet nos devuelve al modo de lectura continua del antiguo rollo de papiro o de papel.

En cada caso, nuestros ojos, nuestras manos y nuestra posición corporal son esenciales para comprender históricamente los aprendizajes relacionados con la lectura y la escritura, aprendizajes que en la actualidad se nos aparecen como elementos básicos y casi obvios del conocimiento; se trata por cierto de procesos complejos que involucran destrezas corporales y motrices, así como el ejercicio de la memoria y la comprensión de aquellos códigos, necesidades y expectativas sociales precisas que no son generalizables ni siquiera en la historia de un mismo país. Los procesos masivos de alfabetización no garantizan la comprensión de textos relativamente complejos, como bien sabemos, y la valoración social de la lectura responde a muy diversas motivaciones y circunstancias históricas.

En nuestro ámbito, la escuela y la universidad son (todavía) los lugares en los que la lectura es una actividad fundamental, pero a veces olvidamos que la inmensa mayoría de las personas, y también nosotros mismos, usamos el aprendizaje escolar como un instrumento para leer noticias, instrucciones y avisos, para hacer negocios, para escribir o leer un documento legal o notarial, así como para estar ‘al día’ en las opiniones y acontecimientos políticos que se publican en diarios y revistas. Esos usos más habituales de la lectura, muchas veces efímeros u ocasionales, son importantísimos también, desde mi punto de vista, y no deberíamos considerarlos menores; son una parte esencial de nuestra experiencia actual de lectores y ciudadanos.

Las imágenes de todo tipo, por otra parte, son y han sido desde siempre entendidas como un apoyo fundamental para la comprensión de todo tipo de realidades, desde las realidades espirituales hasta las más prosaicas y cotidianas. Desde que hay registro, podemos también ‘leer’ las imágenes que fueron y siguen siendo la “escritura de los iletrados, de los que no saben leer”, como se decía en la Edad Media. De hecho, las imágenes que están codificadas como escritura, es decir los ideogramas y pictogramas, son equivalentes a un alfabeto en algunas culturas, como es el caso de la cultura maya, de la China y el Egipto. Y cuando J.W.T. Mitchell escribió hace ya más de dos décadas sobre el ‘giro pictórico’ en nuestra cultura3, estaba dando cuenta del proceso cultural en el cual la ‘lectura’ de las palabras como paradigma del conocimiento, está dando lugar a la hegemonía de la comprensión de la realidad gracias a la conjunción de palabra e imagen (como en los manuscritos iluminados de la Edad Media) o, definitivamente, gracias a la sola imagen. Esto significaría que la imagen ya no es simplemente un apoyo o una ilustración de la palabra escrita, sino que se nos presenta con igual fuerza y potencia que ésta, para que aprendamos a descifrarla.

Elogio de la lectura

Quisiera iniciar entonces mi elogio de la lectura en el ámbito de algunas instituciones que nos han acompañado desde hace varios siglos: la escuela, la biblioteca, la universidad. En la escuela y en la universidad leemos (o deberíamos leer) porque la lectura es nuestra fuente de conocimiento y de placer a un tiempo. El aprendizaje, para ser verdaderamente tal, supone al mismo tiempo una disciplina y un placer, como lo entendían los antiguos maestros, y por eso hay que enseñar deleitando. Sabemos por cierto que nuestro aprendizaje no es siempre placentero, que siempre hay aspectos de éste que, al menos en los primeros años, sentimos como difíciles, incomprensibles o inútiles. Sin embargo cuando hemos concluido un ciclo, solemos percibir que incluso esos momentos duros de nuestro aprendizaje fueron instrumentos útiles, en definitiva, para nuestra formación. Sobre importancia de las bibliotecas aludiré algunas de sus características en este mismo escrito.

Hay que recordar que la relación del placer y la lectura, del placer y el conocimiento, está ya presente en las metáforas que asocian el libro con el mundo; el mundo se nos puede aparecer como un libro abierto ante nosotros, para que lo descifremos. No solo en el cristianismo, sino también en el Islam y en el judaísmo, en las así llamadas religiones del Libro, se ha pensado que el Autor del mundo es el Escritor en cuya obra está su signatura y cuyo sello está presente en cada uno de sus elementos4. En esta perspectiva, la lectura permite así un encuentro con la verdad del mundo creado y un modo específico de conocimiento gozoso que es muy semejante a aquella experiencia plena que recrea Borges cuando escribe del mundo de los libros en su cuento “La Biblioteca de Babel” y que comienza con la siguiente frase: “El Universo, que otros llaman la Biblioteca…”5 (Borges 85)
“…La Biblioteca es total […] en sus anaqueles se registra todo lo que es dable expresar: en todos los idiomas. Todo: la historia minuciosa del porvenir, las autobiografías de los ángeles, el catálogo fiel de la Biblioteca, miles y miles de catálogos falsos, la demostración de la falacia de esos catálogos, […]la relación verídica de tu muerte […]. Borges 89)
Cuando se proclamó que la Biblioteca abarcaba todos los libros, la primera impresión fue de extravagante felicidad”. (Borges 90)

Si hemos leído el cuento de Borges hasta el final, nos damos cuenta de que su Biblioteca de Babel, eterna y laberíntica, no es precisamente el lugar donde reside la felicidad humana. Pero al comentar estas líneas que acabo de citar, el historiador Roger Chartier ve en esta Biblioteca de Babel borgiana un sueño que ha atravesado la historia europea y occidental, en la búsqueda de una biblioteca que reúna todos los saberes acumulados, todos los libros jamás escritos. Ese sueño, escribe Chartier, “fundó la constitución de las grandes “bibliotecas”, ya fueran reales, eclesiásticas o privadas; justificó la búsqueda tenaz de los libros raros, de los textos perdidos, de los textos desaparecidos. Gobernó el gesto arquitectónico dedicado a construir edificios capaces de acoger la memoria del mundo”6. Este sueño es también el que justifica los grandes sistemas de clasificación de bibliotecas, que no son sino un ejemplo de los dispositivos del poder y del orden sobre los libros, pero también sobre nuestras lecturas, hasta el día de hoy. Los actuales códigos numéricos y las palabras clave para la búsqueda de las obras escritas son por cierto los herederos de los “códigos” mencionados por Umberto Eco en El nombre de la Rosa para su gran biblioteca benedictina.. Esa biblioteca laberíntica, un intertexto explícito del relato La Biblioteca de Babel de Borges, está dividida en secciones según los países de origen de los autores cuyas obras se encuentran allí representadas, y nos encontramos aquí de nuevo con el mundo y sus grandes espacios geográficos y culturales.

Esta búsqueda de un saber sin fin, de la biblioteca infinita que lo contiene todo y la búsqueda obsesiva de nuevos textos, nos conduce a otro aspecto de la lectura que me interesa atraer a este “Elogio”. Si tenemos alguna experiencia como lectores, el “Elogio de la lectura” nos traerá quizás el recuerdo de otro texto, del “Elogio de la locura”(1511), del humanista Erasmo de Rotterdam (1436/9-1536). Su Locura es por cierto la Moria de los griegos, la insensatez o la locura, en su traducción castellana más habitual. Así como la Sabiduría se alaba a si misma en los libros bíblicos7, así la Locura de Erasmo escribe de si misma que ha nacido en las Islas Bienaventuradas, en medio de la fertilidad que recuerda la Edad de Oro cantada por los poetas, en un verdadero jardín del Paraíso8.

Los peligros de la lectura

Quizás no casualmente, muchas veces en la historia de los siglos modernos en Europa y en América, la lectura ha sido asociada a los excesos de la imaginación, a un placer excesivo y también a la manía o, incluso, a la locura. Tradicionalmente, la lectura de la poesía y de las novelas de amor ha sido considerada peligrosa y la causante de los desórdenes de la fantasía, especialmente entre las mujeres lectoras. Es interesante recordar que no solo las mujeres de las élites europeas se apasionaron por la lectura, sobre todo a partir del siglo 18; según algunos testimonios, también las mujeres trabajadoras “leían con avidez comedias, novelas, poemas, [aprendían] de memoria escenas enteras, párrafos o estrofas, e incluso discurrían sobre las penas del joven Werther”9.

Cualquiera fuera la posición social de las mujeres, durante mucho tiempo se las consideró el principal público lector de la ficción popular y romántica, como correspondía a su género, es decir, a seres dotados de un exceso de imaginación y, por otra parte, de pocas exigencias intelectuales. La ficción fue, pues, ‘feminizada’, mientras los periódicos y los tratados científicos y morales fueron considerados el objeto ‘natural’ de la lectura de los hombres. En el siglo XVIII, por otra parte, y asociada a una ampliación masiva de las posibilidades de lectura, se produjo en Alemania una verdadera locura o manía lectora, la llamada Lesewut10. La lectura de novelas de amor habría causado no solo una ‘manía lectora’ más o menos inofensiva, sino que, de acuerdo a una tradición probablemente exagerada, la lectura de las Desdichas del joven Werther, que Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832) publicó en 1774, y cuyo protagonista culmina su amor desgraciado en el suicidio, habría provocado a su vez una ola de suicidios entre sus lectores11.

El ejemplo más célebre de locura asociado a la lectura en nuestra literatura castellana es por cierto el de Don Quijote (1605). En el primer capítulo leemos:

En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor.
(…)
Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso —que eran los más del año—, se daba a leer libros de caballerías, con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza y aun la administración de su hacienda; y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura para comprar libros de caballerías en que leer, y, así, llevó a su casa todos cuantos pudo haber dellos
(…)
En resolución, él se enfrascó tanto en su letura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el celebro de manera que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamentos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles; y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo12.

Las lecturas de don Quijote y el registro que de su biblioteca de novelas de caballería -y de poesía- hacen el cura y el barbero de su aldea (cap.VI) nos recuerdan también que, históricamente, el acceso a los libros ha sido más bien limitado para los hombres y mujeres que, aún sabiendo leer, no tuvieron acceso a una gran biblioteca. La mayoría de las antiguas bibliotecas privadas tuvieron un número escaso de volúmenes, mientras que las colecciones monásticas y eclesiásticas en general, así como las bibliotecas reales, no se hicieron públicas sino hasta tiempos relativamente recientes. Las universidades han sido justamente una excepción, puesto que con mayor o menor amplitud, sus bibliotecas poseen desde antiguo catálogos asociados a los estudios que en ellas realizan sus profesores y sus estudiantes, y han estado abiertas a sus comunidades.

El poder de las palabras escritas y la libertad de los lectores

Es importante recordar que, si tomamos en serio la lectura, debemos tomar en serio sus consecuencias. El poder de la lectura es real, como real es el poder de toda palabra. Una de las potencias de la palabra pronunciada (y de la lectura de la palabra escrita) es su inscripción en la memoria; la palabra servirá pues para traernos el recuerdo de los acontecimientos y de los hombres y mujeres del pasado. Como sabemos, el deseo de perdurar en el recuerdo de los hombres ha llevado a la creación de poemas que tienen que ser cantados y recordados -también a través de su inscripción como palabra escrita- desde tiempos muy antiguos; así lo atestiguan los registros históricos, los poemas épicos, y también las grandes elegías por las ruinas de una ciudad o por la muerte de los héroes.

Por otra parte, el poder de la lectura es fundamentalmente la libertad que ella otorga a los lectores. Como sabemos, la lectura ha sido muchas veces restringida por las autoridades de todo orden, civiles y religiosas: ellas han reconocido siempre el ‘peligro’ que supone la lectura. Desde la lectura colectiva, en voz alta, en el ámbito de una comunidad de lectores y auditores, la lectura ha ido progresivamente evolucionando a la lectura individual y silenciosa, pasando por la ruminatio individual monástica. Esta evolución ha sido asociada por algunos estudiosos a una progresiva autonomía del individuo lector y a un grado de libertad que se hace efectivamente peligrosa, porque la lectura permite la evasión, la abstracción -aunque sea pasajera- de ciertas convenciones sobre la ‘realidad’ y, sobre todo, porque otorga la posibilidad de la interpretación libre de los textos; la lectura posee así un carácter de seducción que no siempre es bienvenida. Recordemos también en este punto la fuerza de la palabra escrita, la que ha sido tradicionalmente asociada a su carácter sagrado, así como lo atestiguan las especulaciones místicas sobre la letra y su potencia tanto en el judaísmo como en el cristianismo y en el Islam.

La lectura es también, muchas veces, un viaje que nos lleva al conocimiento de nosotros mismos, y no solo del mundo exterior. Las palabras de otros nos sirven de espejo y nos ayudan, muchas veces, a conocernos mejor. La imagen del espejo es por cierto la adecuada, si bien no estamos postulando que la página escrita sea necesariamente un ‘reflejo’ nuestro en el sentido mecánico de esa comparación. Recordemos nuevamente en este contexto las palabras de Gregorio el Grande, cuando escribió hace ya muchos siglos que “la lectura nos presenta una especie de espejo frente a los ojos de nuestra mente, para que nuestro rostro interior pueda ser visto en él. Así aprendemos a conocer nuestra propia fealdad y nuestra propia hermosura, (…) porque deberíamos transformar lo que leemos en nosotros mismos”13

La Lectura y la recuperación del Paraíso

En este mismo sentido, y como lo ha escrito también Roger Chartier, frente al orden de los autores, de los editores, de los críticos y de los censores, “la lectura, por definición, es rebelde y vagabunda”14. La lectura quiere recuperar la voz, la palabra y el conocimiento del mundo; para ello, el lector corre los peligros que conllevan la imaginación y hasta la locura, pero prefiere correrlos antes que perder su libertad y el placer de la lectura; todos los que podemos entrar a mirar los anaqueles de una biblioteca y vagar por ellos, como si fuera la Biblioteca de Babel descrita por Borges, podemos experimentar ese placer, ese especial sentimiento de felicidad y de libertad, y nos sentimos por un momento viajeros en un mundo abierto solo para nosotros.

Para concluir, creo que podemos preguntarnos en este punto “¿por qué vale la pena leer?” Una respuesta posible nos la propone Michel de Certeau: “Muy lejos de ser escritores, fundadores de un lugar propio, […] los lectores son viajeros. [Mientras] la escritura acumula, amontona, resiste al tiempo por medio del establecimiento de un lugar …[la lectura] no conserva sus adquisiciones, y cada uno de los lugares por donde pasa es repetición del paraíso perdido”15

Quiero recoger por último, la primera estrofa de un poema del gran Francisco de Quevedo (1580-1645), un texto dedicado a su editor Josef Antonio González de Salas:

Desde la torre

 Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos
y escucho con mis ojos a los muertos.

En su texto, el lector afirma que, cuando lee, escucha a los muertos con los ojos, y también, añadimos nosotros, intenta recuperar la memoria, recuperar las palabras originarias. Podemos recordar también en este sentido lo escrito en uno de los textos bíblicos más influyentes en la tradición cristiana sobre el valor de las palabras, el evangelio de Juan: “El Verbo [la Palabra] se hizo carne y habitó entre nosotros”16. Así, una y otra vez, gracias a tantas palabras e imágenes provenientes de tantos tiempos y lugares, de tantos libros antiguos y nuevos, sentimos que vale la pena leer y recomenzar una y otra vez. Como lectores vagabundos que somos, en las palabras de Michel de Certeau, estamos en esa tarea de ‘recuperación’ de un paraíso perdido.

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1 Quiero recordar en este sentido el texto de Walt Whitman, Leaves of Grass/ Hojas de Hierba (Starting from Paumanok): Si bien Whitman valora aqui más la experiencia que la lectura, nos deja este escrito que nos llega a través de la lectura. “…Have you practis’d so long to learn to read? Have you felt so proud to get at the meaning of poems? Stop this day and night with me and you shall possess the origin of all poems,/ you shall possess the good of the earth and sun, (there are millions of suns left,)/ You shall no longer take things at second or third hand, nor look/through the eyes of the dead, nor feed on the spectres in books/…” “¿Te ha costado tanto aprender a leer? ¿te enorgullece comprender el sentido de los poemas/?Quédate conmigo este día y esta noche y serás dueño del origen de todos los poemas,/Serás dueño de los bienes de la tierra y del sol (aún quedan millones de soles),/ Ya no recibirás de segunda o de tercera mano las cosas, ni mirarás/ por los ojos de los muertos, ni te alimentarás de los espectros de los libros/…(Selección, traducción y prólogo, J.L.Borges, Barcelona:Lumen 1991) p.22-25.

2 Las opiniones difieren en el sentido de que los primeros registros escritos conocidos datarían de hace unos 3.500 a 5.000 años atrás.

3 Mitchell, W. J. T. ,“The Pictorial Turn” en Picture Theory. Essays on Vebal and Visual Representation.Chicago: University of Chicago Press, 1994., pp. 11-34. Sobre el carácter visual de todo texto: “Writing, in its physical, graphic form, is an inseparable suturing of the visual and the verbal, the “imagetext” incarnate” (95)

4 E.R. Curtius: European Literature and the Latin Middle Ages, New York: Harper&Row 1953, pp. 32-347 cap. 16 En este contexto, podemos citar al escritor Alanus de Insulae (s. XII) se le atribuyen estos versos: Omnis mundi creatura/quasi liber et pictura/nobis est speculum./Nostrae vitae, nostrae mortis,/nostri status, nostrae sortis/fidele signaculum. “Toda criatura del mundo como libro y como pintura es para nosotros un espejo, señal fiel de nuestra vida, de nuestra muerte, de nuestra condición, de nuestra suerte” (trad. María Isabel Flisfisch) Citado por E.R.Curtius, p. 319.

5 “El universo (que otros llaman la Biblioteca) se compone de un número indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio, cercados por barandas bajísimas.,,,” Borges, J.L. La Biblioteca de Babel, en Ficciones, Buenos Aires: Emece Editores, 1966, 85.95. (Publicado originalmente en El Jardín de los Senderos que se bifurcan, 1941.

6 Roger Chartier. “Bibliotecas sin muros” en El orden de los libros, Barcelona: Gedisa Editorial 2000, (1992), pp. 69-70.

7 Proverbios 8: 15 y 22-24.“Por mí, los reyes reinan / y los magistrados administran la justicia/Por mí los príncipes gobiernan / y los magnates, todos los jueces justos”(Prov. 8:15).
‘Yahveh me creó, primicia de su camino, antes que sus obras más antiguas.Desde la eternidad fui fundada,Desde el principio, antes que la tierra,Cuando no existían los abismos fui engendrada (Prov. 8: 22-24)

8 “Nací en medio de estas delicias [en las Islas Bienaventuradas] y no amanecí llorando a la vida, sino que sonreí amorosamente a mi madre. Así no envidio al altísimo Júpiter la cabra que le amamantó, puesto que a mí me criaron a sus pechos dos graciosísimas ninfas, la Ebriedad, hija de Baco, y la Ignorancia, hija de Pan, a las cuales podéis ver entre mis acompañantes y seguidores. Si queréis conocer sus nombres, os los diré, pero, ¡por Hércules!, no será sino en griego”. (Moriae Encomium, Elogio de la Locura, cap. 8. Traducción, Pedro Voltes Bou, www.cervantesvirtual.com)

9 Un autor vienés, citado por Reinhard Wittmann en el capítulo “¿Hubo una revolución de la lectura a finales del siglo XVIII?”, en Cavallo, G. y Chartier, Historia de la Lectura en el mundo occidental, Madrid: Taurus 1998, pp. 437-472 (p. 447).

10 Darnton, Robert, “El lector como misterio” en Journal of French Studies (No. 23, 1986),: “A pesar de sus aciertos, los historiadores cuantitativos han descuidado algunos esquemas estadísticos significativos, y estoy seguro de que sus hallazgos serían aún más impresionantes si fuesen algo más que un empeño por hacer comparaciones entre un país y otro. Por ejemplo, las estadísticas son un indicio de que el renacimiento cultural de Alemania en las postrimerías del siglo XVIII tiene alguna suerte de relación con esa epidémica fiebre de lectura denominada comúnmente Lesewut o Lesesucht. El catálogo de Leipzig no alcanzó sino hasta 1794 el nivel que había fijado antes de la Guerra de los Treinta Años, cuando concluyó 1 200 títulos de libros recientemente publicados. Con la efervescencia del Sturm und Drang, el catálogo se elevó a 1 600 títulos en 1770; luego a 2 600 en 1780 y a 5 000 en 1800. Los franceses siguieron un esquema diferente. La producción del libro creció de modo estable durante un siglo después de la paz de Westphalia (1648): un siglo de gran literatura, desde Corneille hasta la Encyclopédie, que coincidió con la decadencia de Alemania”.

11 En su ya mencionado artículo, Reinhard Wittman discute la ‘revolución de la lectura en el siglo 18. (Ver nota 8). Cita la siguiente observación de Johann Rudolf Gottlieb Beyer, pastor en Erfurt, quien registra sus observaciones sobre la ‘epidemia lectora’ en 1796: ve cómo “lectores y lectoras de libros que se levantan y se acuestan con un libro en la mano, que se sientan con él a la mesa, que no se separan de él durante las horas de su trabajo, que se hacen acompañar por el mismo durantes sus paseos, y que son incapaces de abandonar la lectura una vez comenzada hasta haberla concluido(…) lo cogen y lo engullen con un hambre canina. Ningún aficionado al tabaco, ninguna adicta al café, ningún amante del vino, ningún jugador, [nadie] depende tanto de su pipa, de su botella, de la mesa de juego o del café como estos seres ávidos de lectura dependen de sus legajos” (Cit. Por R. Wittmann, op.cit.. p.438)

12 Miguel de Cervantes, Primera Parte del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, Francisco Rico, ed., Edición del IV Centenario, Madrid: Real Academia Española y Santillana Editores 2004, p. 27-29.

13 Gregorio el Grande, 7. Moralia in Job II.i and I. 33.

14 Roger Chartier, Prefacio “El orden de los libros” en El orden de los libros, Barcelona: Gedisa Editores, 2000, p. 19-20.

15 Michel de Certeau, L’invention du quotidien, I, “Arts de faire (1980)”, Luce Giard ed., Paris :Gallimard 1990, p.251, citado por Roger Chartier : « Comunidades de lectores » en El Orden de los Libros, Barcelona: Gedisa Editores 2000, p. 23.

16 Juan 1, 1