-Ciento y tantas escritoras y escritores chilenos-
Autor: Luis Poirot
Fotografías y textos. 200 páginas.
Lom Ediciones 2021.
“Los dos estábamos en lo cierto: la imagen en el papel era la mía y la que tenía en su mente era la suya.” (pág. 36)
por Juan Mihovilovich
El fotógrafo presiona el obturador y el rostro queda apretujado en las estrías del tiempo. La imagen construye su propio relato, se esmera en sobreponerse a ese instante perenne que ha reconstituido el espacio que el ser humano ocupa. Y allí, en ese constreñido momento, que la fugacidad procura deshacer con una persistencia que nos subyuga, la fotografía vence: en el papel se yergue una mirada profunda, un desdén por lo circundante, una caricia que sublima, una actitud corporal presionada por el instinto.
Luis Poirot ha dejado entrever en estos paisajes de escritoras y escritores que la vida se puede reducir a un presente que la fotografía eterniza. Pero, quien solo desee ver el efecto y no la causa no podrá discernir sobre el entramado oculto. Lo que subyace en el clic del obturador no es, precisamente, la pura imagen retratada. No. Detrás, lo que la sostiene, lo que le otorga forma y contenido a ese instante infinito, es la conjunción interna de quien fotografía y quién es fotografiado.
Luego, el desafío que se muestra al artista gráfico es cómo penetrar en esa mirada que pretende soslayar su interioridad. Una suerte de mensaje esquivo procura irse por la tangente. Un mecanismo de autodefensa se alza como una mascarada que desea superar la crisis del minuto. Ella o él se esfuerzan. Es una batalla soterrada entre el miedo a ser descubierto (a) con sus grandezas y miserias a la hora de desnudarse por completo en unos ojos que miran hacia el abismo de su propio origen.
Entonces pasan por las fotografías los hechos ya incuestionables. El tiempo, ese resto material que se desvanece entre los dedos, se abalanza y copa la imagen. He allí la historia individual, la colectiva, traslucida en un ejército invisible de dudas y aciertos, de sufrimientos y alegrías, de tristezas o esperanzas que duermen o renacen como un mensaje cifrado.
El fotógrafo se embriaga con el don del redescubrimiento. Ninguno de los protagonistas puede eludir el espejo personal donde se reflejarán para siempre sus pasiones y tormentos.
Poirot ha dejado en un rincón de su taller cientos de libros carcomidos por la premura con que leemos o somos leídos. Como bien señala en el colofón: “Aquí he recorrido parte de mi vida vampirizando a los escritores, como ellos hacen con nosotros para contar sus historias…”
Solo que su lenguaje de pronto dejó de ser una ficción. La realidad está acotada entre los ojos. La piel se desgaja como una uva prematura. Y entremedio de ambos, fotógrafo y fotografiado (a), se alza un muro transparente que los hermana.
Es cierto: se trata de un don, de un talento especial que entrelaza dos vidas en una. Y ese engarzamiento produce el efecto de un bumerang: las imágenes van y vuelven con una potencia multiplicadora. El ser humano poseído y desposeído de su historia original. ¡Qué paradoja más sentida!
En el acopio del tiempo la ilusión de vivir se aprieta en la fotografía con la quieta fuerza de la resurrección. Las imágenes individuales que surgen con sus delirios a cuestas son ahora una sola imagen reproducida como una escalera sin fin. Allá lejos, pero no tanto como para ser una mera reproducción sin sentido, se erige el supremo instante de ese encuentro misterioso: fotógrafo y fotografiados (as) se consumen en el mismo segundo de la redención artística. Acaban siendo uno. Y el mérito del fotógrafo no se cuestiona.
En períodos de crisis innegables, de impostergables decisiones, nace este libro único e innovador: la metáfora perfecta de la literaria imperfección humana, que escritores y escritoras trasuntan en ese paisaje del rostro que Poirot ha logrado “esculpir en el tiempo”, en un magistral y perdurable universo fotográfico.
Juan Mihovilovich
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…