por Juan Mihovilovich
Autor: Amos Oz
Novela. Editorial Siruela, 123 págs. 2006.
“Nadie quiere quedarse sin la manada o ser
apartado del rebaño.”
-pág. 111-
Un buen día el pueblo amanece sin ningún tipo de animales: el ganado, sean ovejas o vacunos, animales domésticos o salvajes, insectos, cucarachas, ratones, aves silvestres y de corral, en fin, absolutamente todo el reino animal desaparece como por encanto.
El pueblo luego, se vuelve taciturno; el viejo pescador Almón, quien ha dejado naturalmente el hábito de la pesca, vive contrariándose a sí mismo y al espantapájaros cercano a su cabaña; Enmanuela, la antigua maestra de escuela, que esperó eternamente a algún enamorado, mata sus instantes con extraños dibujos que va amontonando sin sentido.
En suma, la vida se ha extraviado del poblado y por las noches las calles son patrimonio de Nehi, el diablo de las montañas, que a diario desciende a infundir un halo de temor envolvente. Nadie entonces suele caminar por los alrededores y algunos atisban con evidente aprensión por entremedio de las cortinas –cual émulos de una perpetua cuarentena nocturna- cómo pasa ese gemido errabundo asolando las pocas esperanzas de un cambio real.
Solo Mati y Maya, dos niños que no abdican de que las cosas cambiarán, insisten, a su modo, en adentrarse en las inmensidades de un bosque ignorado, con la secreta ilusión de que los animales estén vivos y regresen.
Amos Os a construido toda una parábola sobre la realidad moderna sin enunciar ni una sola vez algún elemento material que la constituya exprofeso. Ese es un mérito innegable de esta novela. Discernir sobre la debacle de un progresismo asociado a un capital desprovisto de sentimientos -como suele ser la ambición desmedida- y carente, por la misma obviedad, de sentido común, es una empresa digna de elogio, si estamos frente a una obra escrita por igual para niños y adultos.
Descubrir que la vorágine mundanal a atrofiado la existencia de un reino completo en aras de una codicia sin freno, está aquí descrita implícitamente y uno no puede dejar de preguntarse qué es lo que en ese pueblo extraviado ha acontecido y qué ocurre, por extensión, en nuestro entorno.
Maya y Mati son los adalides de ese pueblo sumido en sus contradicciones más básicas. Los mayores, añorando el canto de las aves mientras una vecina arroja migas de pan para pájaros que nunca retornarán. Nimi, un niño especial, soñando cada noche con rarezas que provocaban las burlas de sus compañeros en clases. Sus zapatos convertidos en erizos o la aparición de oscuros murciélagos con los cuales atravesaba las paredes y volaba a grandes alturas. Enmanuela, la antigua maestra, sufriendo la agonía de ese amor que nunca llegó y que, por equívoca paradoja, tiene como sustrato desconocido al propio Nehi, ese demonio ancestral que gobierna las carencias desde las tinieblas donde el miedo acecha a cada rato.
Es allí cuando Maya y Mati realizan el viaje hacia lo inexplorado: el bosque y lo alto de las montañas. Ellos, de alguna manera, presienten que los sueños de Nimi pueden ser reales, que en algún recóndito espacio perviven los animales extinguidos y que solo es posible reencontrarlos con la obstinación de una ingenuidad que únicamente los niños son capaces de poseer. Por eso se adentran en ese mundo inédito.
Allí sobrevive un individuo, Naamán, eremita alejado de todo aquello que siempre detestó, rodeado de animales que son su única compañía en un jardín bellísimo, donde los reinos de la naturaleza han recobrado su tiempo y su lugar.
En ese diálogo final con quien, en suma, no es sino el demonio hecho hombre y recluido en las antípodas de la civilización, se restablece la comprensión infantil por la pérdida animal, la reconocen en la condición devastadora del ser humano, de sus pasiones irrestrictas, del mal que aquejó y aqueja aun a ese pueblo desprovisto de otros seres, salvo, los de la propia especie.
Todo aquello Mati y Maya lo advierten en ese encuentro con ese inusual personaje y reclaman que Naamán -ahora Nehí- devuelva al mundo el paraíso perdido.
Pero el desenlace queda expuesto a la lectura personal y cada cual sacará sus propias conclusiones.
Bástenos decir que Amos Oz ha descrito de un modo extraordinariamente sencillo el mal póstumo de la civilización occidental y quienes accedan a esta bellísima, dramática y lúdica novela, podrán asociar que las pandemias de hoy tienen un origen indesmentible: la insaciable depredación humana sobre los demás reinos que sustentan su vida pasada, presente y, quién sabe… futura.
Juan Mihovilovich
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…