Hace ochenta años, un 22 de junio de 1941, se consolidó oficialmente el Teatro Experimental de la Universidad de Chile, colectivo artístico que durante treinta y dos años renovó los repertorios de la escena nacional y que, desde 1973, hace cuarenta y ocho años, sufre las consecuencias de la tergiversación periodística, ensayística e historiográfica, o simplemente el olvido de su quehacer y su devenir, causando el desconocimiento de las nuevas generaciones.

Se ha difundido ampliamente que los orígenes de este grupo teatral se remontan a algunos años antes de esa fecha, cuando un puñado de estudiantes del Instituto Pedagógico encabezados por Pedro de la Barra, animaban las veladas bufas universitarias. Hacia finales de la década del treinta, estas veladas habían ido ganado en complejidad, al punto de recibir la entusiasta colaboración de otros jóvenes intelectuales chilenos, a los que posteriormente se sumarían algunos profesionales españoles republicanos llegados en el Winnipeg, y estudiantes de grupos teatrales similares de otras escuelas, todas de la Universidad de Chile. “Un paso grande [en su evolución] fue un concurso teatral entre escuelas universitarias. Se presentaron: Ingeniería, Medicina, Conservatorio Nacional, Instituto Pedagógico”1.

Solo treinta y dos años alcanzó a existir este valioso movimiento nacido a la par de las inquietudes culturales, políticas y sociales generadas en los efervescentes años treinta del siglo XX, que culminaron en Chile con la elección de Pedro Aguirre Cerda, en 1938, candidato del Frente Popular, coalición también renovadora de la política chilena. Fue, por consiguiente, un teatro radicalmente comprometido con su pueblo –situación que algunos autores no reconocen– lo que se manifestó pública y meridianamente en la declaración y cumplimiento cabal de los cuatro puntos fundacionales, compromiso constante que solo llegó a término con el Golpe de Estado de 1973.

Así como la Dictadura intervino y permeó todas las actividades de la vida nacional, el Teatro Experimental (ITUCH, DETUCH)2, no fue ajeno al sistemático desmantelamiento institucional y atomización de la Universidad de Chile. Muchos de sus integrantes fueron víctimas de exilio, persecución, acoso laboral y despidos arbitrarios; así, esta compañía teatral sufrió la destrucción de su equipo humano profesional y de sus objetivos fundacionales.

EL AMBIENTE CULTURAL DE LA ÉPOCA.

En los años de la fundación del Experimental, la educación escolar y universitaria en general, como los entornos culturales hogareños en particular –pese a que la educación primaria obligatoria recién comenzaba a dar sus primeros frutos– eran notablemente más profundas y completas que las actuales, reflejo de un país cuyo gobierno tenía como lema “gobernar es educar”3. En consecuencia, los fundadores, provenientes de distintas carreras universitarias, tenían estudios de pedagogía, idiomas, derecho, arquitectura, bellas artes, etc. No eran un grupo que por simple esnobismo o moda se sintiera atraído por la actividad teatral.
Fue este un grupo de tesoneros idealistas; instauradores de un movimiento que cambió para siempre la manera de ver, de hacer y de entender el teatro en Chile, representando todos los géneros teatrales: desde la comedia y el musical, al del absurdo; desde lo nacional a lo universal; de los grandes clásicos, al vodevil; y, por supuesto, el teatro de contenido social y político con innegable valor artístico.
Después de esta irrupción vanguardista en la escena nacional, ningún otro grupo pudo regresar a las antiguas formas teatrales, hasta el advenimiento de la Dictadura. A partir del Teatro Experimental, como referente, todo fue progreso artístico y cultural.

¡AFICIONADOS Y MALOS!

Lograron el reconocimiento como institución teatral gracias al respaldo de un rector también visionario, don Juvenal Hernández, quien elevó a la Universidad de Chile a un preponderante y prestigioso sitial dentro del acontecer nacional; presencia que hasta hoy, desgraciadamente, no se ha logrado recuperar.

¡“Aficionados y malos”! exclamó, indignado, el influyente crítico Nathanael Yáñez Silva al término de aquella primera función de la mañana del 22 de junio del 41. Estos “aficionados y malos”, que llegaron a constituirse en una compañía de teatro profesional, con una Escuela de primer orden en el ambiente teatral latinoamericano, durante seis años no solo no tuvieron remuneraciones –pagaban cuotas como “socios activos o cooperadores”– sino que autofinanciaban su pasión teatral ejerciendo como profesores, locutores, actores de radioteatro, empleados, etc. Pedro de la Barra “descubrió al extraordinario Agustín Siré, estudiante de Filosofía que financiaba sus estudios regentando una caja en un café de la Alameda”4.

Quien dice u oye la palabra “teatro”, piensa en actores. Ello, además de limitante, no es válido para el Experimental: allí ciertamente se formaron actores y actrices; pero también emergieron de su seno directores, dramaturgos, docentes, traductores, escenógrafos, iluminadores, tramoyistas, electricistas, maquilladores, vestuaristas, investigadores teatrales, etc., sin descontar, por supuesto, la labor administrativa ni la de difusión propia ni la de extensión teatral, que permitieron mantener la sólida estructura institucional que este Teatro llegó a poseer.

LA HISTORIA Y EL OLVIDO

Como señalé al comienzo, han pasado cuarenta y ocho años desde la desaparición del Teatro Experimental, de la mayoría de sus protagonistas y de sus principios fundacionales. Más tiempo que el que alcanzó a tener la activa labor de esa compañía.

Mucha agua ha corrido bajo los puentes desde entonces y no han sido aguas claras. La historia del Experimental, los hechos y circunstancias que conocieron sus protagonistas, han sufrido las consecuencias de lamentables omisiones y constante tergiversación que deforma en gran medida la reconstrucción de esta obra, al olvidar o soslayar la existencia del grueso de sus integrantes; al repetir majaderamente, una y otra vez, conceptos errados, datos parciales, falsos o simplemente contradictorios que se derrumban, de manera estrepitosa, ante una somera lectura de quienes tuvimos la fortuna de conocer más o menos de cerca sus actividades, o nos hemos asomado, así sea brevemente, al conocimiento del tema.

La responsabilidad de dicha falsedad, errores u omisiones cabe solo a los numerosos periodistas, ensayistas o historiadores que, víctimas de su tal vez involuntario desconocimiento, o por ser repetidores de antojadizas hipótesis –a la tincada, de oídas o por simple “copia y pega”– han ido reproduciendo como verdaderos, algunos hechos, opiniones, datos o circunstancias erróneas o directamente falaces respecto del quehacer del Teatro Experimental, contribuyendo con su falta de rigor investigativo a instalar o acentuar mitos, y a crear impresiones engañosas respecto de su verdadero desarrollo y labor. La principal desidia compromete gravemente a autores que, salvo honrosas excepciones, no acuden a las fuentes, “crónicas o documentos de toda suerte”5, o a consultas y testimonios directos de los protagonistas que aún viven. “Esas son las fuentes de la historia, los únicos testimonios mediante los cuales se puede conocer el pasado”… “Si [los historiadores] no lo hacen, o emiten afirmaciones reñidas con la verdad de las fuentes, sus conclusiones carecen de validez y pueden ser rebatidas”6.

Para corroborar lo que afirmo, un ejemplo: se ha acusado a este teatro, de haber llegado a convertirse en una “compañía anquilosada”, y a dudar de su “compromiso con los procesos sociales”; conceptos emitidos en un contexto extrainstitucional, por cuatro importantes personajes del teatro.7 De su lectura se desprende que estos pareceres son afirmados por Díaz y Rojo, relativizados por Núñez y rebatidos por Marés González. Eliminando mañosamente las discrepancias de los dos últimos, estas afirmaciones son repetidas, como concluyentes, en otros trabajos.

Desmitificando el aserto, hago notar en estas líneas, que una compañía que tenía cuatro o más estrenos al año; que representaba dignamente a los grandes clásicos; que propició la creación de una nueva dramaturgia nacional a través de concursos que dieron a conocer a importantes autores nacionales emergentes; que impulsó desde sus albores en 1942, la extensión teatral hacia los sindicatos, estudiantes y pobladores, como uno de sus objetivos fundamentales; que dio apoyo incondicional al desarrollo del teatro aficionado estudiantil y obrero; que estrenó, a veces casi simultáneamente con Europa o América del Norte algunas obras de la moderna dramaturgia mundial; que tuvo directores invitados de la talla de un Carlo Piccinatto, Regisseur del teatro Scala de Milán y del Colón de Buenos Aires; o del notable director uruguayo Atahualpa del Cioppo; y otros que sería excesivo enumerar aquí, sinceramente no entiendo de qué se habla.

Rápidamente consigno, en forma aleatoria, que este “anquilosado teatro”, en 1955, –recién instalado en su nueva sala–, produjo once montajes. En 1958 hubo diez estrenos: Pirandello, James Barrie, Isidora Aguirre, Juan Ruiz de Alarcón, Eugene O’Neill, Egon Wolf, Fernández de Moratin, Barros Grez, Goodrich–Hackett (El diario de Ana Frank) y, nuevamente, un Shakespeare (La fierecilla domada). En 1963: Dürrenmat, Bertolt Brecht, Egon Wolf, Eugenio Labiche y tres piezas de Tenesse Williams. En 1973, tres estrenos: Los Desterrados, de Víctor Torres; Jorge Dandin, de Molière, y Las Troyanas, una obra contra la guerra, de Eurípides, adaptada por Jean Paul Sartre y dirigida por Pedro Orthus. Esta fue la última presentación del Teatro de la Universidad de Chile, el domingo 9 de septiembre, en la sala Antonio Varas. Las tres obras se presentarían “paralela y consecutivamente, alternando entre los teatros Antonio Varas y Portugal (en Santiago); en Viña del Mar, Chuquicamata, Calama, Tocopilla, Antofagasta, Osorno, Puerto Montt y Chiloé. Mediante este nuevo plan se desea conquistar nuevos públicos a través de todo el territorio nacional”.7 ¿De qué anquilosamiento y falta de compromiso hablan?

Es indiscutible el poder que puede alcanzar la difusión pública de un artículo periodístico, o el respaldo de autoridad que otorga alguna universidad, a un ensayo o a una hipótesis historiográfica. Son medios demasiado poderosos como para que un particular, –como es mi caso–¬ pueda contrarrestar o revertir el despiste cultural producido en un lector desprevenido. Conozco el problema desde muy cerca porque ocasionalmente he rebatido con documentos, sin resultados, a algunos de esos autores. Me pregunto si habrá simple ignorancia, si será acaso la elección apresurada de un tema poco conocido, a fin de aprobar alguna tesis “novedosa”, o si existen intenciones argumentales preconcebidas.

MIS IMPRESIONES

Mi padre, Jorge Lillo Nilo, fue actor, profesor y director teatral. No fue fundador, pero en junio del 41 ya pertenecía al grupo. Tenía 19 años. De él y de lo que vi desde muy cerca, aprendí que, en el Experimental, cada persona, cada labor, cada oficio, por insignificante que pudiera parecer al lego en la materia o al observador externo, fue fundamental en la cadena que permitía el movimiento del mecanismo teatral, tanto en el escenario como en la organización administrativa.

Aunque no estuvo exento de las naturales discrepancias internas inherentes a cualquier grupo humano intelectualmente acucioso, nunca fue un teatro de primeras figuras, porque jamás fue su objetivo. Fue, a cabalidad, un EQUIPO teatral que privilegió siempre, de manera colectiva y honesta, el resultado artístico por sobre cualquier personalismo o interés ocasional. Nunca he conocido mejor, más prolongado y más respetuoso trabajo de conjunto en alguna profesión.

Es por eso que, íntimamente, sin desmerecer de manera alguna la labor de personas o instituciones teatrales previas o contemporáneas al Experimental –tampoco posteriores ni actuales–, al cerrar este artículo pienso que, en justicia, por el impacto social y cultural que produjo, y por ser el primero en su especie, el verdadero día del Teatro Nacional de Chile debiera ser celebrado el 22 de junio, fecha de la fundación del Teatro Experimental de la Universidad de Chile.

Soy parte de ese “público de teatro” que el Experimental logró formar. Nada más que eso, nada menos. Vaya, pues, en esta fecha, mi recuerdo lleno de admiración y agradecimiento por lo que significó en mi formación cultural, este homenaje a los cientos de trabajadores teatrales, –profesionales de toda índole y colaboradores anónimos del Teatro Experimental– que con sus creativos esfuerzos sumaron los mejores años de sus vidas para cumplir, mancomunadamente, el sueño de elevar la cultura y la conciencia social de nuestro país a través del teatro, y que hoy son injustamente ignorados, minimizados u olvidados por la “cultura oficial”, el público, el periodismo y la Historia.

“Los actores son como olas en el mar: ascienden
para diferenciarse en las alturas, luego se rompen
en la costa… y desaparecen… sin ser recordados.
Nada está tan muerto, como un actor muerto… Nada.”

Fragmento del monólogo dramático de William Luce, “Barrymore”, 1991

Jorge Lillo Valenzuela.
Ilustrador, diseñador gráfico.
Santiago de Chile, junio de 2021

Notas

1.Edmundo de la Parra. Dramaturgo y fundador del Teatro Experimental.: “Aprendamos a recordar”, Revista Apuntes nº 102 Otoño-Invierno 1991. Publicación semestral de la Escuela de Teatro de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Reproducido también en:
https://folcloreyculturachilena.wordpress.com/2016/05/25/dia-nacional-del-teatro-chileno-11-de-mayo/#more-838

2.Los nombres consecutivos que tuvo el Teatro Experimental se debieron a cambios en la estructura administrativa, al fusionar primero, el Departamento de Teatro con la compañía, creando el ITUCH, Instituto del Teatro de la Universidad de Chile y, posteriormente, con la evolución administrativa de la Universidad durante el proceso de Reforma, el DETUCH, Departamento de Teatro de la Universidad de Chile.

3. Aporte del profesor y magíster en Historia, José Miguel Neira Cisternas.: “Gobernar es educar” fue la consigna levantada por Valentín Letelier, el gran líder del Partido Radical, luego Rector de la Universidad de Chile, que en la Convención de 1906, derrotó a la tendencia oligárquica de ese conglomerado, encabezada por Enrique MacIver, volcando a dicha tienda política hacia el reconocimiento de “la Cuestión social”, asumiendo que la tarea más importante para el logro de un Estado verdaderamente democrático era hacer de la educación, un derecho.

4. Edmundo de la Parra.: (ibídem)

5 y 6. Sergio Villalobos.: “Portales, una falsificación histórica”, capítulo I: “Para entender una imagen” p.12. Editorial Universitaria, segunda edición, Santiago de Chile, agosto de 1989.

7. Alejandra Costamagna: “Apuntes sobre el teatro chileno en la década del 60, testimonios de cuatro protagonistas.” Subtítulo 2 y siguientes. Sin fecha de publicación.
https://web.uchile.cl/publicaciones/cyber/05/textos/acostamagna.html