Homero Carvalho Oliva

Los invitamos a leer estas “instantáneas”, asombrosas, profundas, capaces de sumergirnos en esa olvidada historia humana en que los grupos primigenios de homos iniciaron sus caminos errantes por el planeta. Leerlas nos permite descubrir los comunes orígenes ancestrales, así como la unión de lo humano, la naturaleza, lo sagrado, como parte de la fuerza vital.

Homero Carvalho Oliva nació en Beni, Bolivia (1957). Novelista cuentista y poeta, participa de varias antologías bolivianas como Antología del cuento boliviano contemporáneo y The fatman from La Paz, así como otras internacionales, entre las que se destacan El nuevo cuento latinoamericano, Ediciones del norte; Antología del cuento latinoamericano del siglo XXI, de Julio Ortega, Editorial siglo XXI; y Se habla español, Alfaguara, que reúnen a los mejores narradores iberoamericanos actuales.

Algunas de sus novelas son Memoria de los espejos, El espíritu de las cosas, Santo Vituperio, La ciudad de los inmortales. Entre sus poemarios, Cuerpos y Las puertas.

Premios: Premio Único Latinoamericano de Cuento, México 1981; Premio Latin American Writers Institute, 1989, New York; Premio Municipal de Novela por
Memoria de los espejos (1995).

Tres Instantáneas Del Camino

por Homero Carvalho Oliva

La comunidad

La comunidad no solamente es el pequeño caserío al final del sendero, la comunidad es todo lo que ves y lo que no ves: las paredes de adobe, los techos de teja, el sol que abre las ventanas y la luna que las cierra, las chacras en las que renacerá el maíz, el río de aguas enamoradas en el que los comunarios bañan sus cuerpos desnudos y lavan las ropas de los difuntos para que los despojos cotidianos del alma, que vamos dejando en nuestros vestidos, se vayan con la corriente, el mismo río de gotas seminales que cruza otras tierras y trae las historias de otras gentes; las montañas protectoras y las aves de alto vuelo que las habitan, el cielo de celajes entrañables y la tormenta que asusta a las embarazadas; así como la bandera roída que apenas se mece en el mástil de la plaza, los santos de la catedral carcomidos por el tiempo, la escuelita en la que los niños cantan himnos patrióticos y los rumores que las viejas despliegan a tu paso. La comunidad es el cementerio chico y los muertos que aún desandan las calles en boca de los vivos. La comunidad está hecha de los que están y de los que se fueron. Si quieres aprender la cultura de ese lugar conversa con las mujeres, ellas son lo primitivo y lo eterno, son las que guardan el lenguaje, las costumbres, los sabores, los saberes y los decires; ellas son propiamente el lugar y te harán sentir el cosmos como nunca antes lo sentiste en las ciudades. Las mujeres son la esencia de la poesía, son el lenguaje y la historia porque son, en sí mismas, el saber y el ser. Y si en la comunidad se te cruza un grupo de danzantes, danza con ellos, la música y el baile son sagrados, son el puente hacia el mundo interior de la gente. Acude a las fiestas, porque son hechuras colectivas que ordenan los sentimientos, estos rituales sociales deshojan el libro de la comunidad y cuentan su verdadera historia con las noticias de sus artes y sus costumbres. En la comunidad te das cuenta que la única forma de habitar la Tierra es hacerlo poéticamente. Antes de marcharte de la comunidad visita a los abuelos, guardianes de los recuerdos, deja que te cuenten sus sueños nostálgicos zurcidos con esperanzas y frustraciones, siempre que puedas intenta que te enseñen algo en sus propias lenguas, porque hay memorias que no se pueden decir en castellano; y luego pregúntales qué camino seguir.

Los tres cielos

Para todos mis hermanos

Allá donde los animales, las flores, las yerbas, las aves y los insectos, tan solo conocen el bautizo de la lluvia y aún guardan sus nombres secretos, donde la Creación es aún una tarea inconclusa, sentado a la vera de un arroyo de recorrido voluptuoso, descubrí que la memoria del mundo es un espejo, y la voz de Nemesia, mi abuela materna, me llegó como un eco sideral. Su voz antigua, como la de nuestros ancianos de Moxos, acarició mi cuerpo entero y me reveló los tres planos metafísicos en los que habitamos, ancestral sabiduría de la gente del agua que ahora nadie recuerda. Me habló del cielo o mundo de arriba habitado por la Divinidad, su espacio es el Universo infinito; del cielo o mundo de aquí que es el plano terrestre habitado por todas las especies y el cielo o mundo de adentro que es donde moran los espíritus de la naturaleza.

Esa revelación me hizo recuerdo a mi niñez en la ciudad de La Paz y a las conversaciones con una indígena aymara que trabajaba en mi casa, ella hablaba también de tres niveles que organizan la Tierra: Alaj Pacha o mundo de arriba, el Aka Pacha o mundo de aquí y el Manka Pacha o mundo de adentro. Asimismo, recordé las enseñanzas cristianas que definen a la Santísima Trinidad como Padre (Dios), Hijo (Jesús que vino a la Tierra) y Espíritu Santo (que define nuestra realidad espiritual).

El mundo está hecho de múltiples vínculos, recíprocos y complementarios, me dijo mi abuela, lo que creemos único está relacionado con otras formas que aparentemente le son extrañas. El Universo y la vida entran en comunión a través de la poesía. Por eso todos los poemas están conectados y cuando, al otro lado del mundo, un poeta escribe un verso, algo de su potencia le llega a sus hermanos y al mundo entero, y cuando muere alguno se pierde una chispa del espíritu colectivo. Si bien leer a un poeta es, en esencia, leer a todos los poetas, no por eso debes dejar de leer lo más que puedas porque las palabras nunca son iguales. ¿Ves este arroyo?, mientras lo ves es otro y es el mismo, algo ha cambiado en él que solamente tu espíritu puede sentirlo, eso mismo sucede con las palabras y los poetas lo saben. Así también sucede con el tiempo, lo que creemos pasado, presente y futuro, son planos de una misma realidad que está más allá de los sentidos. ¿Ya ves? nuevamente tres planos: pasado, presente y futuro, por eso durante el día tienes que lograr que permanezcan en equilibrio, para que en la noche —mujer preñada de imágenes— y a la sombra del poema, tu sueño sea placentero y puedas elevarte desde tu cuerpo a la inmensidad. Nunca olvides que el tiempo también es sagrado y nosotros somos apenas un puñado de arena en la mano cerrada del tiempo; el mismo tiempo que camina en ti desde antes que nacieras y únicamente respeta a las palabras, porque ellas pueden evocarlo y convocarlo, así como inventarlo; recuerda que ahora las palabras ocupan el lugar de los dioses desaparecidos. Cuando cuentas de una ciudad en la que estuviste, estás contando de la ciudad que fue, de la que es y de la que será, me dice mi abuela.

La noche es el espacio propicio para las voces y, atraído por mi recogimiento, la voz de mi padre, que conocía el origen de las palabras y el destino del lenguaje, se acercó a mi corazón y me contó que, luego de haber recorrido muchos caminos, había llegado a la conclusión de que la literatura es la perfecta metáfora del tiempo, porque encierra lo transitado, lo vigente y lo que vendrá. Es infinita, porque cada libro es tan solo una palabra de un libro mayor y perpetuo que se escribe sin cesar. Está en eterno movimiento, nominando los mundos interiores, la vida cotidiana y la búsqueda espiritual, y se transforma en acción si el libro es leído y comprendido; entonces se convierte en una onda, imperceptible, que intenta interpretar el caos. Cuando el orden definitivo suceda al caos, la literatura ya no será necesaria y nosotros, los seres humanos, no tendremos sentido y los mundos, los soles y las galaxias, desaparecerán, no existirá nada y la nada es la negación de la palabra. Ese será el momento cuando la Divinidad volverá a despertar y, nuevamente, conjugará los verbos para que todo vuelva a existir, susurró Antonio, mi padre, que vive en mi cielo interior, y su voz se fue apagando junto con el canto de las aves nocturnas para dejar que las voces de la alborada anuncien el nuevo día.

Los del agua

Los caminos son universos pródigos en imágenes y enseñanzas, me llevaron a conocer dos pueblos sorprendentes que llamaron mi atención, ambos vienen de la cultura del agua. De uno de ellos solo quedan los vestigios de su esplendor, una gran civilización que dominaba el agua allá en el país de las extensas llanuras, los grandes ríos y las selvas lluviosas; de ellos descienden mis abuelos por línea materna. De ellos heredé un río con nombre de dios de la llanura, el río Yacuma, en cuyas orillas los jesuitas, guerreros de Cristo, fundaron mi pueblo junto con los osados guerreros movimas, estirpe viva de esa antigua civilización. El otro pueblo vive en las tierras altas, son los Kot’suña, los del lago o la gente del agua, también conocidos como Urus, que se traduce como la aurora, son pues el pueblo de la aurora. Recuerdo que conversando con uno de ellos a orillas del lago Poopó, me confesó que su linaje es tan remoto que su gente nació antes que los hombres, que sobrevivieron a un cataclismo y que ya estaban en la Tierra cuando los humanos empezaron a poblarla. Somos el pueblo del día en que nació el día, me dijo sonriendo y luego agregó: vimos alzarse y derrumbarse Tiwanacu y podemos afirmar que ni siquiera la piedra es eterna. Conocimos a los ríos de tu tierra cuando aún eran niños venidos de las montañas. Sé los nombres de los abuelos de mis abuelos y de los abuelos de estos, puedo pasar días recitándolos y contando sus anécdotas. Escuchándolo aprendí que, así como la Pachamama es un ser vivo, el cosmos también lo es y todas las cosas tienen sentido y valor y hay mundos de cosas, pues cada uno de nosotros trae sus mundos y todos estos mundos están en riesgo de ser inhabitables. Recuerdo que mientras lo escuchaba, su relato se hizo origen y él se hizo tiempo y se me fue revelado que el futuro no es solamente tiempo sino también espacio y, entonces, sentí nostalgia de mi porvenir. Los que saben afirman que los Urus son los sobrevivientes de la gran devastación, que causó una legendaria inundación imposible de dominar en el territorio amazónico de los Reinos Dorados, el país de los grandes ríos, que huyendo de este desastre subieron al altiplano y que la experiencia que poseen en el arte de la navegación les viene de ese legado. Lo creen así porque su lengua está emparentada con algunas de las lenguas que todavía se hablan en ese territorio. Ambos pueblos, de antiquísima tradición, que podrían ser uno solo, subvierten la memoria mítica de este territorio llamado Bolivia y nos recuerdan que somos del agua y hacia el agua navegamos.