Orlando Mejía

Con miras al venidero 1er Encuentro de Literatura Negra y Fantástica que se realizará de manera virtual durante los días 18, 19, 25 y 26 de junio de 2021, es que Letras de Chile ofrece a sus lectores breves muestras de la vida y obra de los/as autores/as extranjeros que nos acompañarán en el evento. En esta ocasión, dejamos a disposición del público materiales de Orlando Mejía.

Orlando Mejía Rivera (Bogotá, 1961). Escritor y médico especialista en Medicina Interna., especialista en literatura hispanoamericana, magister en filosofía con énfasis en epistemología, historiador de la medicina. Es profesor titular de Bioética, Humanidades Médicas y Medicina Interna en el Programa de Medicina de la Universidad de Caldas. Ha publicado veintiocho libros en las áreas de novela, cuento, minicuento, ensayo científico, ensayo literario, ensayo de divulgación científica, ensayo epistemológico, historia de la medicina y poesía.

En el ámbito de la ciencia ficción, ha escrito el cuentario El asunto García y otros cuentos (2006), Manicomio de Dioses (minificciones, 2010), la novela de anticipación La Casa Rosada (1997) y El extraño animal de los gitanos (minificciones, 2019). Ha sido incluido también en los volúmenes Cuentos de Ciencia Ficción (1997); Contemporáneos del porvenir: Primera antología colombiana de ciencia ficción (2000), compilada por René Rebetez; Antología del cuento fantástico colombiano (2007), compilada por Campo Ricardo Burgos; Und Träúmten Von Leben. Erzählungen aus Kolumbien (2008), compilada por Peter Schultze-Kraft; Segunda Antología de Cuento Corto Colombiano (2007), compilada por Harold Kremer y Guillermo Bustamante. Además, publicó su ensayo literario Cronistas del futuro. Ensayos sobre escritores de ciencia ficción (2012). Ganador del Premio Nacional de Cultura en la modalidad de novela del Ministerio de Cultura (1998), con Pensamientos de Guerra. Ganador del Premio Nacional de Ensayo Literario Ciudad de Bogotá (1999), con De clones, ciborgs y sirenas. Finalista del Premio Nacional de Novela Publicada (2020), del Ministerio de Cultura, con su obra El médico de Pérgamo. Tercer puesto del Segundo Concurso Nacional de minicuento Luis Vidales (2011), con “El retrato”. Su libro La medicina Antigua. De Homero a la peste negra, fue seleccionado como uno de los mejores diez libros académicos publicados en Colombia, en el año 2017, de acuerdo con el periódico El Espectador. Textos suyos han sido traducidos al alemán, italiano, francés, húngaro y bengalí.

El asunto García

I

El 15 de febrero tomé el tranvía en la plaza de Bolívar con un libro de poesías de Góngora que me había prestado mi amigo Domingo; eran como las tres de la tarde y hacía frío, yo disfrutaba de la ironía de los versos «Cada uno estornuda/Como Dios le ayuda», cuando vi entrar por la puerta principal a un fauno vestido de levita negra, con sombrero de copa, pero al cual se le veían los cascos lustrosos por debajo del pantalón, los cachos elevaban su sombrero unos siete centímetros de la cabeza y las barbas rojizas de chivo formaban una especie de escoba de fuego. Se quedó mirándome con burla y luego desapareció en el aire, sin que ninguno de los demás pasajeros hubiese dado muestras de haberlo visto.

Han pasado casi dos meses de ese episodio y debo confesar que el rostro del fauno se me ha vuelto una imagen obsesiva que aparece en mis sueños. Ahora nada es lo mismo, aunque sigo mi rutina de conversar con los amigotes en el Gato Negro, de buscar a Juanita luego de que sale de su turno de El Molino y de estudiar de mala gana con Luisito las lecciones de derecho procesal. Me siento como habitando otra ciudad dentro de la ciudad, como si yo fuera el único ser vivo o por el contrario un fantasma perdido en un mundo de carne y hueso.

La vaina social cada vez es más jodida, mientras se han gastado una millonada en las banderitas de todos los países para colocar en la ciudad y han inaugurado «El Venado de Oro» para que Bogotá no esté por debajo de París, la gente no tiene para la leche ni el pan y todos los días aparecen hombres muertos, sin testículos ni cabeza, flotando en el río Bogotá.

Lo único que me saca la nostalgia es la poesía satírica de Quevedo y las noches turbulentas en el burdel de la Coja; quizá lo que quiero de verdad es ser un maldito poeta maldito y morir de tuberculosis en brazos de Juanita, mientras mis poemas arden en la caneca de la basura y el espíritu de Rimbaud me guiña el ojo desde el más allá. Pero no, lo que en realidad quiero es liberarme de este frío y de la presencia de ese fauno burlón. Anoche, mientras escribía la idea para un poema o un relato que se me vino a la imaginación como dictado por los dioses, se volvió a aparecer el fauno. Su cara me miraba desde la parte exterior de la ventana del cuarto y yo corrí a enfrentarlo cansado de mi miedo, pero desapareció al acercarme al vidrio.

Después tuve ese extraño y terrible sueño: vi una multitud de personas iracundas arrastrando el cadáver deforme de un hombre a través de los rieles del tranvía, luego llegaban al palacio de Nariño y tiraban sus despojos, aparecía la policía y el ejército, los tanques masacraban a la gente. Los emboladores borrachos se quitaban las camisas, las empapaban en gasolina y le prendían candela a los edificios del centro, el periódico El Siglo fue quemado y en el suelo quedaron pedazos rotos de máquinas de escribir que habían tirado antes los incendiarios por las ventanas.

Las ferreterías, las licoreras, los almacenes de ropa fueron asaltados por la turba. Huelo a sangre y a aguardiente, la ciudad arde en cien distintos fuegos, los tranvías son volteados e incendiados, los francotiradores desde las azoteas y las terrazas de las iglesias disparan a todo lo que se mueva, un aguacero llega a las tres de la tarde y salva de las cenizas a la ciudad; yo me veo caminando como un sonámbulo por la carrera octava con la Jiménez, han quemado la pensión, mis libros y mi escasa ropa no existen, de pronto veo al fauno que me sonríe y despierto tiritando de frío y de miedo. Me asomo a la ventana y observo la ciudad tranquila y limpia, con un sol tenue que cubre los tejados de barro.

La mañana me la pasé escudriñando la ciudad, como convenciéndome de que mi sueño sí había sido un sueño; todo el día he tenido en la memoria los versos de Eliot «Las casas han desaparecido bajo el mar/Los bailarines han desaparecido bajo la colina» y ese que dice «El funeral de nadie, porque no hay a quien enterrar». Al mediodía estuvimos hablando de política en la pensión de la calle Florián, esperando a que sirvieran el almuerzo; José y Luís Enrique creen en la revolución, yo no sé en que creo, a lo mejor en nada. El reloj da la una en punto y de pronto veo al fauno al lado mío, me mira, se ríe, baja las escaleras y yo cansado de ese chivo fantasmal de mierda salgo detrás de él; llegamos a la calle y lo sigo casi corriendo, doblamos la Jiménez y cogemos por toda la séptima, ya casi lo alcanzo… Te voy a hacer hablar fauno burlón, de pronto veo que se para, se voltea y me mira, en ese momento sólo escucho como golpes de tambor y un calorcito que me recuerda mi tierra.

II

Diario Jornada. 10 de abril de 1948. Bogotá.

En el día de ayer, en extraños hechos fue abaleado y muerto un estudiante (al parecer de filosofía) de la universidad Nacional, de apellido García, de 20 años de edad, que vestía un buzo negro de cuello de tortuga y un pantalón café oscuro de dril. El sitio del crimen fue en la carrera 7a No 14-51, al frente del edificio donde tiene su oficina el Doctor Jorge Eliécer Gaitán. Testigos afirman que hacia la 1 y 5 p.m. venía el estudiante caminando apresuradamente por la séptima y un hombre de baja estatura, de vestido gris a rayas muy grasoso, de nariz aguileña y mostrando una frialdad espeluznante, sacó un revolver y disparó tres tiros que penetraron la frente del occiso, su costado izquierdo y el abdomen. Después, refieren los testigos que el asesino salió corriendo con la pistola en la mano hacía el sur y nadie se atrevió a interceptarlo.

El informe forense afirma que un tiro se alojó en la región occipital del cerebro, otro en el pulmón izquierdo y el tercero destruyó su hígado. El primer tiro fue el mortal. Lo más llamativo de este crimen es que de manera coincidencial los doctores Jorge Eliécer Gaitán, Plinio Mendoza Neira, Alejandro Vallejo, Jorge Padilla y el médico Pedro Eliseo Cruz acababan de salir del edificio y se encontraban un metro detrás del sujeto abaleado. Aunque el doctor Vallejo y cierto sector del movimiento gaitanista han insinuado que los disparos podrían haber sido en realidad dirigidos contra el Doctor Gaitán, él mismo ha descartado esta posibilidad porque está convencido «de que el pueblo de Bogotá es mi guardián y nadie se atrevería a atentar contra el jefe del pueblo».

El diario El Siglo ha publicado un editorial en su edición especial de la tarde donde desmiente los «calumniosos rumores de los bandidos comunistas» de que los disparos hayan tenido que ver con un atentado fallido contra Gaitán. De todos modos este confuso crimen ha llevado a que el gobierno del doctor Ospina Pérez haya aceptado, tardíamente, invitar al caudillo liberal como conferencista de la Novena Conferencia Panamericana, que viene celebrándose con éxito en Bogotá y en donde existe una gran expectativa, de parte de todos los dirigentes de Latinoamérica, por las palabras del invitado general Marshall y la posibilidad de que apoye un plan económico de ayuda similar al otorgado a Europa. Hasta este momento el asesino no ha sido capturado y no se conocen detalles de quién era el estudiante muerto. La ciudad está en completa calma, haciendo honor al elogioso nombre que le ha dado el diplomático Miguel Cané de «La Atenas Sudamericana».

III

Informe judicial: Asunto García

De: Sargento Marín

Para: mi Teniente Murillo

Fecha: 15 de Abril de 1948.

Una vez hechas las averiguaciones iniciales pertinentes, me permito informarle mi teniente que el sujeto muerto era un estudiante de segundo año de Derecho de la universidad Nacional, oriundo de la costa Atlántica, que según algunos de sus compañeros de estudio era «un caso perdido, borracho y mujeriego» que faltaba con frecuencia a sus obligaciones estudiantiles y frecuentaba los cafés y bares de la carrera 7a y los burdeles de la zona de tolerancia, en especial el de la Coja.

No es claro que perteneciera al Partido Comunista pero muchos de sus amigos si eran rojos furibundos, por lo cual se podría plantear que su muerte se debió a rencillas entre comunistas o a algún asunto de faldas, dadas sus costumbres desordenadas. Al revisar su habitación, ubicada en una pensión de la calle Florián, me permito mi teniente especificar los objetos hallados:

  1. Cinco pantalones de dril, con cuatro buzos de lana de cuello de tortuga.
  2. Un vestido de paño completo (muy viejo y sucio).
  3. Dos pares de zapatos mocasines, interiores y medias.
  4. Elementos de aseo personal.
  5. Unos 20 libros de literatura (o eso me pareció) rayados con lapicero de tinta roja (otra prueba mi teniente para insinuar sus nexos comunistas).
  6. Un folleto subversivo de las «Juventudes comunistas de América».
  7. Un libro grueso, abierto sobre el escritorio en la página 214, que tiene el título de «Ulises de Joyce» y que debe ser un repugnante libraco pornográfico mi teniente, pues lo único que se entiende son groserías como «Ese es el hombre que me lo dio» y «desnudos inodoros limpios». Y:
  8. Una especie de diario donde lo último que anotó es del 8 de abril, a las 10.30 p.m., y que me llamo mucho la atención, pues parece como un escrito secreto y codificado donde se habla del fusilamiento de un miembro del ejército y que podría ser el punto clave para clarificar el crimen, es decir mi teniente, para comprobar que fue un asunto entre esos rojos comunistas hijos de puta. Adjunto la página referida.

«8 de abril. 10.30 p.m. 1948. Idea para poema épico o relato futuro. La imagen: Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el (general) coronel Aureliano Buendía, había de recordar aquella tarde (distante) remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo… Pueblo original donde la historia no ha llegado. Un manuscrito escrito por un gitano, tiempo circular, el tono de la abuela para contar las historias. Titulo optativo: La Casa…¡CARAJO! OTRA VEZ EL FAUNO”.

El judío de Ulm

El seis de noviembre de 1941, a las nueve y treinta de la noche, el joven judío Hanz Fritsch, estudiante de matemáticas en la universidad de Ulm, fue atrapado por los servicios de inteligencia de la Gestapo en el sótano de una casa ubicada en las inmediaciones del río Danubio. Huérfano de padre y madre desde los catorce años de edad, heredó, como hijo único, una considerable fortuna forjada por su abuelo paterno, quien fue el fundador de una prestigiosa industria de sofisticadas lentes para telescopios de observatorios astronómicos.

Aunque es posible que hubiese sido detectado por casualidad, gracias al olfato de los perros, a Hanz le quedó la duda de que su exnovia, llamada Greta Aschenbach, tuviera que ver con su captura. Hacía dos semanas ella le manifestó su adhesión a las juventudes hitlerianas y su deseo de terminar con la relación amorosa, pues a pesar de que todavía lo quería, no estaba dispuesta a seguir arriesgándose por un judío que, al fin y al cabo, pertenecía a una comunidad que tanto daño le había hecho a la patria alemana. No le sirvieron sus súplicas para que ella recordara los momentos felices y cansado terminó insinuándole, con cierto despecho, que a él no le había importado que ella fuera pobre y bizca.

Al día siguiente fue despachado, con cientos de otros judíos de la ciudad de Ulm, en un tren de carga, con vagones que tenían pintadas en sus puertas la estrella de David. Luego de cuatro días de viaje, en los que conoció por primera vez la sed y el hambre, llegó al campo de concentración de Auschwitz. A pesar de sus veintitrés años, fue puesto en la fila de los ancianos, los inválidos y los niños, ya que su constitución física era muy débil y desde la pubertad sufría de una tos crónica que nunca le permitió levantarse de la cama antes del mediodía.

Atravesó las primeras alambradas, acosado por los gritos de los soldados y los ladridos de los perros pastores alemanes, y de pronto vio un letrero sobre una tabla de madera que le llamó, sin saber por qué, la atención; éste decía: ¿Quod vitae sectabor iter? Lo extraño era que él no sabía latín, pero sintió un estremecimiento en todo su cuerpo y no pudo evitar un suspiro hondo y triste.

Todas las personas de su fila fueron llevadas a un gran galpón de techo rojo y una vez adentro les ordenaron desnudarse, entregar sus pertenencias, y recibir una barra de jabón y una toalla. Por los altavoces les indicaron que serían sometidos a un baño para desinfectarlos de los piojos y de otras alimañas. Mientras se dirigía a la ducha vio, sobre la puerta de entrada a los baños, otro escrito en pintura negra que resaltaba sobre la pared blanca: “Para la investigación de la verdad de las cosas es necesario el método”. Lo último que escuchó fue un extraño sonido proveniente de las duchas, cerró los párpados y se preparó para recibir el chorro de agua helada.

Abrió los ojos y sobresaltado se sentó en la cama. El frío era muy intenso, a pesar de que la estufa estaba encendida y alimentada con toda la reserva de carbón. Se sentía muy raro y sobrexcitado. No recordaba muy bien si había soñado o no, pero él tenía un presentimiento: nunca olvidaría este día, del 10 de noviembre de 1619, encerrado en un hotel a orillas del Danubio en la ciudad de Ulm, aguardando a que Maximiliano de Baviera diera las órdenes de movilización a la tropa.

Entonces volvió a soñar, o a despertar, y tuvo tres visiones. En la primera iba caminando por una calle y sintió que unos fantasmas lo acosaban, luego perdió la fuerza en el lado derecho de su cuerpo y debió seguir andando, a saltos, en su pie izquierdo. Después vio un colegio, con alambradas, y trató de entrar a su capilla. Pero un gran viento lo alejó y presintió la presencia de un genio maligno. En la segunda observó chispas de luz por todo el cuarto y se encomendó a Dios y a la virgen de Loreto.

En la tercera se encontró con un hombre que le regaló dos libros. Uno era una antología poética de clásicos. Abrió al azar una página y leyó: ¿Quod vitae sectabur iter? (¿Qué camino seguiré en la vida?), de inmediato recordó que estas palabras pertenecían al primer verso de un poema de Ausonio. El otro era una enciclopedia y supo, de manera instantánea, que había descubierto, por fin, los fundamentos de una ciencia admirable: el método para la reunión de todos los conocimientos humanos, la “luz de la razón” que explicaría todos los secretos de la naturaleza y del mundo.

El joven se levantó del lecho con el convencimiento de que Dios le había inspirado las visiones y de allí en adelante su vida estaría dedicada a desarrollar su obra, para beneficio de la humanidad. Sin embargo, tuvo una cuarta y última visión: sobre la mesa de estudio persistía la enciclopedia de su último sueño. La abrió y encontró una palabra que no conocía: “Auschwitz: la consecuencia cumbre del método racional aplicado sobre el mundo”. Entonces escuchó una gran carcajada y alguien, o algo, sopló en su cara.

René Descartes murió de una pulmonía, treinta y un años después de esa curiosa noche, siendo el filósofo preferido de la reina Cristina de Suecia. Siempre estuvo orgulloso de su obra y convencido que aquella vez tuvo el privilegio de recibir las revelaciones de la divinidad. En realidad, él nunca pudo recordar su cuarta visión, ni el soplo que recibió del gran enemigo de Dios. La ducha fue abierta y el gas venenoso mató al joven Hanz Fritsch. Eran las seis de la tarde del 10 de noviembre de 1941 y el frío hacía tiritar a los soldados del Reich.

Informe forense

No quiero pecar de presuntuoso, pero las nuevas técnicas genéticas nos permitirán aclarar la totalidad de los misterios criminales del pasado que han quedado, hasta ahora, en la impunidad. A manera de ejemplo, me voy a referir a las osamentas y los restos orgánicos encontrados en los tupidos bosques de Grimm. Hallamos siete esqueletos pequeños, con evidentes malformaciones en sus cráneos, los huesos largos y los cartílagos de las orejas. Al lado se encontraban semillas fosilizadas de manzana, con un alto contenido en plutonio. En un zapato de cristal, milagrosamente conservado entre la tierra, se logró aislar un fragmento de uña que perteneció, de acuerdo con su ADN, a un espécimen femenino, de raza caucásica, que debió ser la madre de los pequeños esqueletos, pues la mitad de los genes de ellos coincidían con los de ella.

Con estas evidencias creo que podemos hacer una reconstrucción muy fidedigna de lo que en realidad pasó. La madrastra supo que Blanca Nieves vivía escondida en mitad del bosque y que, tarde o temprano, el príncipe se amancebaría con ella y se dedicarían a tener hijos. Entonces, concibió su monstruosa venganza. Compró en el mercado negro una manzana con una alta carga de radiactividad producida por el plutonio y disfrazada de anciana se la llevó a la joven. La muy bruja estaba segura que Blanca Nieves se la comería, pues sabía que era una muerta de hambre. En efecto, eso sucedió y de ahí esos siete hijos, con una forma de enanismo congénito producido por la mutación cromosómica del plutonio trasmitido por la madre.

La versión posterior, de que los enanos no eran hijos de Blanca Nieves, sino sus amiguitos, se explica por las bárbaras costumbres de esas épocas: los padres de los niños especiales se avergonzaban de ellos y los negaban. De otro lado, la madrastra vivió feliz hasta sus últimos días. Pues, a escondidas, iba todos los días al bosque y observaba con regocijo lo pequeños, contrahechos y malgeniados que resultaron ser los muchachitos de su enemiga. El príncipe, luego de que nació el primer enano, abandonó a Blanca Nieves y parece que se encerró para siempre en su castillo. Lo que todavía no sabemos es la identidad del padre, o de los padres, de los otros seis.