Por Eddie Morales Piña
Recientemente he leído dos poemarios publicados en 2018 y 1019. Podría pensarse que son lecturas tardías de libros conservados y que esperaban que nuestra vista se desplegara por sus páginas. Sin embargo, no es así por cuanto hace poco los he recibido y he tenido el placer estético de descubrir dos poetas de excepción con diversas formas de aprehender el mundo.
Cuando usamos la palabra poemario para referirnos a una producción poético-lírica lo hacemos en el más estricto sentido del concepto. Es decir, es un texto cuyo continente y contenido apunta a una de las maneras con que nos enfrentamos a la realidad. En un libro vétero de Félix Vodicka y Oldrich Belic que se llama “El mundo de las letras” (1972) los autores manifestaban que había tres formas de apropiación del mundo: la práctica, la teórica y la poética. Sin duda que cuando leemos poesía -y el término debe entenderse en una significación amplia, en otras palabras, lo que se denomina literatura- entramos en un terreno distinto a lo práctico y a lo teórico. Más aún, cuando ingresamos al área de la discursividad lírica -lo que habitualmente llamamos poesía-, el lenguaje con que se construye la textualidad recurre a una retórica especial. Leer poesía no es fácil -dice el común de los lectores- y con esta frase se está aludiendo al hecho que la tematización del objeto lírico se plasma con recursos como las denominadas figuras poéticas, entre ellas la metáfora. Generalmente, el lenguaje denotativo se ve traspasado por el connotativo, incluso en lo que se ha nombrado como la poética de lo cotidiano y de la transparencia.
Los dos poemarios se titulan “En otras Palabras” (2018) de Pedro Murúa (Viña del Mar, 1971) y “El deseo junto al aire frío” (2019) de Juan Antonio Muñoz (Santiago, 1963); ambos han sido publicados por la Editorial Puerto de Escape de Valparaíso. Son dos poemarios que en sus diversas facturas apuntan a un mismo fenómeno: la poiesis, la creación poética. Estamos frente a dos voces poéticas con tonalidades distintas, pero que en sí mismas aúnan lo que hemos afirmado más arriba. En el proceso de lectura descubrimos a dos poetas que en sus poemarios nos hacen enfrentarnos al placer estético -o como diría Roland Barthes, al placer del texto.
El poemario de Pedro Murúa en su paratexto que es la portada nos muestra un Valparaíso capturado por la pintura de Thomas Somerscales en 1882. En esta imagen se visualizan tres espacios: el cielo con algunas nubes, el mar azulino de la bahía porteña y los cerros con sus caseríos. Simbólicamente, esta imagen nos remite al modo cómo se organizaron los textos poéticos al interior de la discursividad. En esta hay también tres momentos o segmentos escriturarios que logro conectar con la pintura. El título en letras altas y de color negro nos presenta un vocablo en mayúsculas: Palabras. No se nos desplegarán palabras, sino lo contrario, Palabra. Habitualmente, este concepto en singular remite al Logos por antonomasia. En consecuencia, el autor -o más bien, el hablante lírico- está llevando su creación a una presentación de la Palabra, es decir, el Logos o el Verbum, como el motor creacional del proceso escriturario. Pedro Murúa programa sus Palabras en torno a tres ejes que son los motivos, los espacios, los personajes y las tematizaciones líricas: Mujeres, Notas Musicales y Feroces avenidas. En cada uno de estos segmentos el hablante se nos revela como un sujeto inserto en medio de los tiempos de la posmodernidad, a pesar de que el amor presente en cada uno de ellos cruza los distintos devenires aunque se vista de rasgos poco románticos -en el sentido primario del término. El sujeto lírico es un personaje que tiene una voz poética “testimonial y lírica, a la vez”, como escribe Marcelo Novoa en un prólogo que -lúdicamente- titula “Permítame unas palabritas…” Efectivamente, es así, aunque no hay una contradicción en los términos de la frase. En realidad, ab initio la poesía ha sido testimonial. Cada uno de los ejes escriturarios contienen poemas de alta valía. El lenguaje tiende a la transparencia y se explaya como buscando la consonancia con el lector/a. El segmento tercero con un título para un poemario es paradigmáticamente el mejor, incluido el primer poema que se llama “Feroces avenidas inclusivas”: “Es feroz la calle,/ no trepida enfrentarte/ sobre todo los inviernos/ y sus gélidas mañanas./ La calle del mendigo/ que pide volver a ser”.
La portada del poemario de Juan Antonio Muñoz -es decir, el paratexto que siempre posee un sentido simbólico en relación al contenido- tiene un detalle de la pintura “El rapto de Psyche” (1895) de William-Adolphe Bouguereau. En la imagen, Cupido lleva a la hermosa Psyche por los aires aferrada a su cuerpo, mientras ella en su rostro denota dicha y felicidad con su amado, pues ha alcanzado la inmortalidad -ahí está el detalle de las alas de mariposa. El título está plasmado en letras caligráficas donde el núcleo de la frase es la palabra deseo. El complemento es una antinomia respecto a aquel. El deseo pareciera no corresponderse con el “aire frío”. El sujeto lírico, por tanto, juega con esa dicotomía en la construcción escrituraria. En este poemario la división no es ternaria sino que en torno al cinco. Podríamos decir que son -musicalmente- cinco movimientos. Este numeral también es simbólico desde la época medieval – la clave está en el poema “Himno a la Virgen”, una reescritura desacralizadora a partir de la pintura “Ecce Ancella Domini” de Ángel Gabriel Rossetti. Lo interesante del poemario de Juan Antonio Muñoz precisamente está en que el proceso de escritura encuentra un motivante en pinturas que se consignan en el interior del texto. El diálogo entre pintura -que es un tipo de escritura- y el logos es uno mérito indiscutible en esta obra. Del mismo modo, es un acierto el primer movimiento. Este gira en torno a un concepto filosófico- teológico de vieja raigambre no sólo en ambas disciplinas, sino en la poesía universal: el alma. “Alma mía,/ ¿cómo llego a ti dentro de mí?/ Descansa./ No respondas,/ ¿Te escucho o soy yo?/ Me escuchas”. Todo el primer movimiento nos trae por este leit motiv las reminiscencias de “Alma no me digas nada…” del poeta chileno Juan Guzmán Cruchaga. Otro de los aciertos escriturarios de esta obra de Muñoz es el uso del epigrama -varios excepcionales-. El aire frío del título está presente en uno de los poemas escritos sobre la base de esta escritura mínima. El deseo -el afán de poseer un bien amado- cruza el poemario, pero ineludiblemente se entremete “el tenebroso hálito del universo”. Por último, decir que la traducción al francés y al italiano de dos de los poemas es otro mérito escriturario. En este caso, la frase traduttore, traditore, no tiene cabida. Ambas versiones a las lenguas señaladas logran captar el temple de ánimo y el sentido primigenio de los poemas “Noche de Navidad” y “Canto nocturno”.
En síntesis, la lectura de estos dos poemarios publicados por Puerto de Escape nos ha llevado a conocer a Pedro Murúa y a Juan Antonio Muñoz, poetas chilenos de las últimas generaciones, que no dejarán al lector/a indiferente en sus escrituras poéticas.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…