por Diego Muñoz Valenzuela

La literatura fantástica en Chile pasó en pocas décadas de ser una rara avis a convertirse en un tronco poderoso, como nuestro alerce chileno, que parte en la carrera de la vida como una pequeña semilla hasta convertirse en un colosal gigante del territorio austral.

Si bien hay antecedentes previos, la literatura fantástica chilena inició su época más fructífera a partir de la década de 1950 y de la mano de la publicación de Los altísimos (1959) de Hugo Correa, incluido en numerosas antologías extranjeras y traducido a diversos idiomas, a quien se suman autores como Elena Aldunate y Antoine Montagne, seudónimo de Antonio Montero. A esta trilogía de autores, cuyo aporte es notable, los podemos denominar clásicos del género en Chile. A su periodo de actividad —la década de los 50 y 60— se le suele denominar la «época de oro» de la ciencia ficción nacional. Tuve el privilegio de conocerlos en persona, dialogar con ellos y constatar diferencias en sus aproximaciones al género, hecho que confirma el valor de su trabajo creativo.

Dejo constancia, de esta sencilla manera, que hay notables maestros que han hecho un camino antes, facilitando el tránsito hacia nuevos espacios narrativos, no superiores, solo diferentes, para seguir conformando la infinita galaxia de la buena literatura.

Posteriormente vino un largo silencio de la ciencia ficción, el cual contribuí a suspender con la publicación de Flores para un cyborg en 1997, así como para demostrar que la ciencia ficción podía entrar a las mejores lides literarias, dado que obtuvo en 1996 el premio Mejores Obras Literarias del Consejo del Libro. En esos años comenzó a desplegarse con osadía e imaginación una pléyade de notables autores que nutren las diversas categorías de la literatura fantástica chilena, entre ellas el terror, los viajes espaciales, la IA, el mundo distópico.

Pueden señalarse algunos hitos como la antología Años luz, mapa estelar de la ciencia ficción en Chile, antología del género preparada por Marcelo Novoa en 2006, la novela Ygdrasil (2005) de Jorge Baradit, y una serie de autores entre los cuales se encuentran Sergio Meier, Francisco Ortega, Mike Wilson, Sergio Amira, Luis Saavedra, Gabriel Mérida, Alicia Fenieux, Armando Rosselot, Dauno Tótoro, Pablo Castro, Fabián Cortés, Oscar Barrientos Bradasic y Max Valdés, entre otros. A estas alturas la lista es larga y heterogénea.

Hay que aclarar, de otra parte, algo que por obvio puede ser olvidado: la literatura es una sola. La subdivisión en géneros, subgéneros, temáticas es un artefacto —artificial per se— antinatural, artificioso y altamente subjetivo, sobre todo cuando pretende erigirse en mecanismo discriminador de alguna clase de pureza o límite fronterizo. El propio Hugo Correa, justamente en un homenaje que se le rindió en la Biblioteca Nacional, sostuvo este mismo planteamiento.

La literatura de ciencia ficción está sujeta, por ende, al mismo escrutinio y exigencia de toda la literatura: entretener al lector, hacerlo con belleza y generar una reflexión profunda sobre los eternos asuntos humanos. A propósito de un posible futuro humano, claro está.

En este territorio incursionan nuestros dos autores: Cecilia Aravena y Eduardo Contreras, a quienes los une su amor por la literatura y el que se profesan entre ellos como pareja. Ya han incursionado antes como pareja autora de un libro, con una novela dentro del género negro: La verdad secuestrada, publicada por la alianza Mago/Espora, en 2019. Esta es una novela escrita a dos manos; en cambio el libro que ahora nos ocupa es un volumen de cuentos cuya escritura pertenece a uno u otro; es decir no hay escritura conjunta declarada, con una sola excepción. Se habrán leído, criticado quizás duramente entre ellos, dejado de hablarse un día, reconciliado felizmente —esto no lo sabremos jamás—, pero cada cual es autor de lo suyo; es decir cada relato tiene su dueño único.

Sin embargo, hay un espíritu común o un hálito que conecta estas historias entre sí; no es una simple recolección de cuentos. Hay una columna vertebral que el lector dedicado encontrará con facilidad. Los cuentos entran de lleno, sin ambages, en la categoría de la ciencia ficción, abordando preferentemente el futuro cercano —cada día más próximo y cercano a naturalizarse— expresado en la relación con las máquinas inteligentes y los robots.

Hay que destacar que este es un campo de alto interés y que muchos autores en el mundo lo están explorando. No hablamos de una ciencia ficción que requiere escenarios tecnológicos enormemente avanzados, asimilables al concepto de magia inexplicable para el lector que se ubica en un tiempo muy anterior, como diría Arthur Clarke. Acá basta con proyectarse unos años o meses hacia el futuro —quizás ni siquiera eso— para ingresar a un mundo extraordinario, incierto y sorprendente.

Las tecnologías disponibles en la actualidad bastan para conformar extrañas combinaciones, si disponemos de la creatividad necesaria para combinarlas de manera original. En este ámbito los escritores chinos nacidos en los 80 han demostrado una soberbia maestría. El futuro cercano constituye un desafío enorme, pues coloca al ser humano en una coyuntura que afecta todo el sistema social donde ha sido criado. Ya las máquinas hoy detectan nuestras necesidades y gustos, analizan nuestro comportamiento, siguen los pasos de los habitantes de la ciudad, conocen a la perfección las capacidades de compra de cada uno, tienen a mano una historia pormenorizada de cada individuo, pueden reconocernos entre millones de transeúntes, escuchan lo que hablamos y lo comprenden para extraer conclusiones. Orwell se quedó corto.

Con técnica depurada en los muchos años consecutivos de participación en el taller del querido Poli Délano, la pareja adquirió habilidades que hacen de la lectura de sus cuentos un espacio grato donde se comparte reflexión y entretenimiento en sano equilibrio.

En el relato «El descubrimiento», de Cecilia, se nos propone una invención que permite rescatar los sonidos almacenados en los objetos: conversaciones que de otra manera se hubieran perdido para siempre ahora son accesibles. Y eso genera un enorme peligro para la confidencialidad que requieren los negocios sucios y criminales de los individuos que actúan en los subterráneos de la vida social. La creación científica pone en peligro severo a su inventor y los desafortunados usuarios enredados en una trama criminal, donde se mezclan lo policial y la ciencia ficción.

«Leonardo», de Eduardo, aborda en cambio el instante en el cual una máquina cibernética adquiere inteligencia autónoma —vale decir autoconciencia— y desata una secuencia de hechos que devienen de la pasión amorosa, las ambiciones desatadas y la investigación que impulsa el desarrollo tecnológico. ¿Se desatará o no el caos final, el surgimiento de la Gran Máquina que augure el fin de la humanidad? Debe usted leer, atento y gentil lector, esta historia para saberlo.

«Los visitantes», de Eduardo, es una curiosa fábula donde los lobos marinos adquieren de forma sorpresiva un comportamiento inteligente y extremadamente sociable, un fenómeno que se replica a escala planetaria. Raros e previsibles efectos de la transformación del ecosistema marino por efecto de la polución desatada por los seres humanos. Los hechos van tomando un rumbo que coloca la piel de gallina.

«Pacaritanpu, la posada del amanecer», de Eduardo, muestra las conexiones entre el pasado remoto y cómo se puede conectar con el futuro. ¿Estaremos condenados los humanos a repetir eternamente la misma historia fatal? Bellamente ingresamos al mágico mundo de Lima, Cusco, Ollantaytambo, cargado de historia y naturaleza, para encontrar las evidencias de un holocausto sumergido en el abismo del tiempo.

«Obras consagradas», de Cecilia, nos transporta al mundo de la literatura. Allí la memoria de los autores es protegida y no se mezquinan recursos a este efecto. Aquí nuevamente se desliza la trama negra y policial. Una intriga se apodera del mundo cibernético y se descubre un fraude monumental que desafía las posibilidades y fronteras de la ciencia.

«Los tonos del crepúsculo», de Cecilia. El mundo se ha transformado y decaído debido a las crecientes necesidades de protección del ambiente agresivo. Ya la vida al aire libre resulta imposible y letal. Las personas han dejado de tocarse y por supuesto de tener sexo: ¿cómo es el amor en este mundo? La felicidad reside por ejemplo en el consumo de drogas, único escape a la futilidad de una existencia diseñada hasta en sus más finos detalles.

«Después que murieron las abejas», de Cecilia, describe un mundo distópico, donde salir a la superficie representa un riesgo máximo. La tecnología les ha permitido sobrevivir en las entrañas de la tierra, sin conocer la experiencia del aire libre. Se requieren permisos especiales de circulación para ascender a la superficie, donde la nostalgia y un horroroso clima aguardan a los desafiantes aventureros.

«El accidente», aquí sí que hay cuatro manos, las de Cecilia y Eduardo; es la excepción. Parte con la enunciación de las tres leyes de la Robótica, homenaje a Isaac Asimov, el brillante escritor del género. Aquí se mezclan el policial con la ciencia ficción, como en la maestra novela asimoviana El sol desnudo, que ubico en una especial galería de honor. Un crimen, mejor dicho dos, deberán ser resueltos por un detective bastante poco convencional. Una historia muy bien construida para deleitar a sus lectores.

«A su imagen y semejanza», de Eduardo, explora la posibilidad de que nuestra existencia sea el resultado de un experimento a gran escala de una raza superior. Establece un paralelo entre una complicada relación amorosa entre dos personajes triviales, la cual será gravemente afectada por las decisiones de estos seres superiores.

«Cosas de mascotas», de Eduardo, invierte la relación amo mascota entre humanos y perros, con un sabor que recuerda a la inolvidable Ciudad de Clifford Simak. Se trata de una ciencia ficción que linda en los dominios de la filosofía y la sociología: divertida, curiosa y desafiante historia.

«Investigando humanos», de Eduardo, nos conduce a un mundo habitado por extraños y superiores seres que tratan de comprender —desde la limitación de su grandeza— la desaparecida civilización humana. Habrán de encontrar un parámetro inconcebible para ellos: el goce humano con la ficción, impensable en un mundo ordenado por la inteligencia suprema.

Como verán en este recorrido sinóptico, gracias a esta dupla de estupendos escritores, los esperan muchas historias interesantes, imaginativas, muy bien escritas, todas ellas al servicio de la buena y verdadera literatura: la reflexión sobre la infinita complejidad del ser humano, proyectada al futuro.

(Del Prólogo del libro. Disponible en www.espora.cl)

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