Montserrat Arre Marfull ha enviado un comentario sobre el libro Juan Valiente. De esclavo a Capitán con Pedro de Valdivia, de Kóte Carvajal y Gabriel Ibarra (Liberalia Ediciones, 2019 – novela gráfica, 114 págs.). Los invitamos a leer el comentario y el libro.

Licenciada y Magíster en Historia (UCH), Doctora en Ciencias Humanas y Estudios Comparatistas (UACH /U Lisboa). Ha investigado sobre la presencia africana en Chile hasta el siglo XIX, particularmente desde una mirada regional y desde la infancia esclava, además de introducirse en la investigación de estudios literarios sobre ficción histórica y géneros histórico-memorialísticos chilenos entre 1840-1940, analizando, particularmente, cuestiones raciales y de representaciones sociales.

Ha publicado en diversas revistas y libros académicos, de las áreas de Historia, Literatura y Estudios Culturales. Actualmente es investigadora postdoctoral ANID del Instituto de Estética de la Pontificia Universidad Católica de Chile, y participa de la agrupación de estudios y difusión histórica “Afro-Coquimbo: la historia después del olvido”.

La voz del otro

por Montserrat Arre Marfull

Juan Valiente. De esclavo a Capitán con Pedro de Valdivia, de Kóte Carvajal y Gabriel Ibarra (Liberalia Ediciones, 2019 – novela gráfica, 114 págs.)

Desde hace más de una década, pero sobre todo desde inicios del 2019, es que ha sido especialmente notoria la creciente visibilización pública de diálogos en torno a dos temas que se relacionan. A saber, la presencia (histórica y reciente) de personas afrodescendientes en Chile y el racismo antinegro de connotación global y local. Pero no es, quizás, hasta hace pocos meses que esta discusión se tornó, como se dice hoy en día, viral.

A partir de mi punto de vista como historiadora que ha dedicado ya casi 14 años a estudiar la presencia africana y sus descendientes en Chile, observo que, por una parte, la pandemia actual y la proliferación de las charlas, foros, seminarios, presentaciones de libros, entre otras actividades online, han permitido que la discusión se ponga en la palestra pública con mucha más fuerza, aunque llegue a un fragmento de la población chilena todavía menor.

Por otra parte, el debate por los escaños reservados para la Convención Constitucional que se dio a fines del 2020, y lamentablemente excluyó al Pueblo Tribal Afrodescendiente chileno, fue un espacio que movilizó a muchas personas en favor de la inclusión, y sus repercusiones llegaron a una cantidad mayor de la población, de los cuales muchos y muchas estaban aún ignorantes de la presencia histórica de descendientes de africanos en estos territorios y sólo tomaron conciencia de ella desde aquel momento.

Este proceso de visibilización mencionado inicia lentamente en la década de 1990, pero cristaliza hacia el año 2000 con dos hechos, como fueron la constitución de agrupaciones afrochilenas en Arica, que comenzaron a luchar por su integración como tales dentro del marco de la identidad nacional, sumado a la sistematización desde espacios académicos y otros relacionados con la cultura, de un campo denominado Estudios Afrodescendientes chilenos. Es desde ahí donde podríamos enmarcar el surgimiento de dos obras que remiten a un personaje casi nunca mencionado en la historiografía y literatura histórica nacional, y prácticamente desconocido de la época de la Conquista de Chile, como fue el africano Juan Valiente, que encontró la gloria y la muerte en Chile durante el siglo XVI.

Liberalia Ediciones, junto a Kóte Carvajal y Gabriel Ibarra dieron forma a la novela gráfica Juan Valiente. De esclavo a Capitán con Pedro de Valdivia, la cual fue publicada el segundo semestre de 2019. Con prólogo de la conocida historiadora Celia Cussen (UCH) fue inspirada en la novela del consagrado sociólogo y escritor español Enrique Gomáriz Moraga, titulada El osado negro Juan Valiente (Silex, 2016). Como es lo esperable de su género, la novela de Carvajal e Ibarra buscan contar esta historia en un formato mucho más accesible a un lector actual, privilegiando las herramientas de la visualidad por sobre la escritura.

Formalmente y estilísticamente esta novela gráfica es tremendamente atractiva y se deja leer amablemente. No cabe duda que, por su contenido y formato, la difusión de este trabajo debería ser una forma de llevar la historia de Valiente a diversos públicos, cuya vida es, sin duda, digna de novelarse: raptado en África, esclavizado en México, liberado a condición de un pago se le permitió marchar hacia el sur para participar en diversas expediciones de conquista, en busca de honor y de botín para comprar su libertad, llegando finalmente a Chile junto a Pedro de Valdivia, donde ascendió a la calidad de encomendero de indios.

Como historiadora y estudiosa de la escritura histórico-ficcional chilena, tengo, sin embargo, algunas observaciones que me parecen necesarias para reflexionar acerca de la manera en la cual exponemos ficcionalmente la compleja historia de Chile, y de América si se quiere, con sus complicadas relaciones entre tres grupos definidos como “indios”, “españoles” y “negros” desde el momento de la Conquista.

Las relaciones establecidas en este complejo proceso de encuentros, conquistas, esclavizaciones y resistencias no pueden, y no deben, establecerse dicotómicamente: conquistadores/conquistados, civilizados/salvajes, por mencionar algunos lugares comunes. Al introducirnos en la historia de Valiente, podemos percatarnos que, evidente, hay mucho más.

Creo que, en varios aspectos, la novela de Carvajal e Ibarra logró aquello: da un atisbo de la perplejidad que significa ser un esclavizado negro, que llega a ser conquistador de indios. Sin embargo, no profundiza en ella. Se focaliza solamente en la experiencia personal de este africano que, como objetivo vital, busca redimir su honor de guerrero, mancillado con su captura, y se codea con los grandes personajes de la Conquista de Chile, como son Pedro de Valdivia e Inés de Suárez.

Hay preguntas que quedan en esta obra aún sin responder, aunque, posiblemente, sean cuestiones sin solución definitiva: ¿Cómo entender que un hombre raptado por europeos en su tierra natal, se ponga a disposición de europeos en una tierra extraña y someta a otros? ¿Cómo conciliar, en esta particular historia, la esclavización de negros y la esclavización de indios? ¿Qué lugar, a fin de cuentas, ocupan los esclavos negros en toda esta historia?

Sin embargo, aunque tal vez estas sean difíciles preguntas que podríamos estar analizando mediante largos debates, hay algo que me llama la atención en cuanto al tratamiento en la novela de los momentos en que las huestes de Valdivia, y Valiente incluido, se enfrentan a la resistencia indígena. Aparece, en esos momentos, esta imagen dicotómica de civilizado/salvaje, en donde pareciera que el proceso de ocupación de tierras y apropiación de indios fuera un proceso naturalizado y hasta casi bien visto, y el indio, un enemigo “otro”, extraño y salvaje que debe ser vencido.

Por supuesto, Juan Valiente, con toda su carga de ser un liberto negro, no se cuestiona en ningún momento este proceso de conquista, y sólo está ocupado en recuperar su honor, lo que podría ser bastante natural dada sus condiciones y la circunstancia de “extraños” de los indígenas americanos, toda vez que podríamos pensar que él mismo está más familiarizado con la cultura española.

No es aquello a lo que apunto, necesariamente, sino a reflexionar cómo los autores exponen la figura de los indios, y la validez que le otorgan a su resistencia, cuando se califican, por ejemplo, de atrocidades las decapitaciones de españoles por parte de los indios, pero no al revés, o cuando en los pensamientos del encomendero africano se anota, una vez que están en Concepción, “yo creo que es cosa de tiempo para que los mapuche defiendan lo que consideran suyo” (p. 95), siendo que perfectamente podría haber pensado “para que defiendan lo que es suyo”, entregando una cuota de solidaridad al personaje africano para con los nativos (aunque, sabemos, aquello no tendría por qué haber sido así en realidad).

Y hablo de esta posible representación de una solidaridad, libertad creativa plausible, en cuanto sí se toman otras libertades (sobre las cuales hasta el momento no tengo mayores informaciones si fue así) como, por ejemplo, cuando se expone que a Valiente se le otorgó una merced de tierras y una encomienda de indios, pero trataba humanamente a sus encomendados y, además, él mismo trabajaba su tierra. En ese espacio vemos esta supuesta solidaridad entre personas sometidas que, imaginamos, existe en muchos contextos. ¿Tenía que tener Valiente, necesariamente, esta solidaridad de tipo paternalista?

Por último, quisiera comentar un punto que al inicio de la lectura me pareció algo chocante, y no comprendo a cabalidad cuáles fueron las decisiones de estilo en cuanto al lenguaje, más que pensar que simplemente obedeció al lugar común ya representado hasta el cansancio en novelas y, sobre todo, películas. Cuando nuestro protagonista recuerda los tiempos en que fue raptado y todo su tránsito en barco hasta América, aparecen referidos los pensamientos que tiene respecto de lo que está viviendo. Vamos descubriendo que era de un linaje guerrero, y que siente miedo en el viaje terrible hacia lo desconocido. Todo aquello nos lleva por ese espacio de la interioridad de personaje y nos entrega información contextual sobre el proceso de rapto y esclavización.

No obstante, lo chocante es la manera en cómo se expone el pensamiento de Valiente: “padre deber estar buscándome”, “no pasar muchas lunas hasta dar por vencido”, “no puede arriesgar vida cruzando el gran lago por mí”, “raptar jóvenes de aldeas ser normal”, “yo, Sangor, futuro líder de aldea”, “deber aceptar que estar solo, viajando hacia oscuridad”, y así sigue. ¿Por qué Sangor (futuro Juan Valiente) no puede pensar en un correcto lenguaje? ¿Por qué se expone su pensamiento cómo se ha expuesto tantas veces en películas norteamericanas el habla de los indios, exponiendo con ello una incapacidad o carencia comunicativa?

En concreto, no sabemos cómo hablaban portugueses, castellanos, andaluces, senegaleses (o jolofos), mapuche, aimaras o quechuas del siglo XVI, sin embargo, sólo es el africano esclavizado a quien se lo diferencia con esta marca de “salvajismo”, como si en su propio idioma hubiera sido incapaz de hablar bien. Creo que ese es un aspecto esencial para reflexionar en cuanto a evaluar cómo es que representamos la voz de un “otro” en este tipo de soportes que serán de difusión masiva.