por Antonio Rojas Gómez

Nuestro país tuvo, a mediados del siglo pasado, una exitosa colección policiaca, que bajo el título “La Linterna” circulaba la empresa editora Zig-Zag. En aquellos años, 40 y 50 del siglo pasado, la literatura policial no era bien vista por la academia, que la consideraba mera entretención o pasatiempo. Sin embargo, en Argentina, dos tremendos autores, que el tiempo iba a consagrar, levantaron también una colección de libros policiales que iba a gozar de más prestigio que nuestra modesta La Linterna. Se trata de “El séptimo círculo”, nombre que alude al infierno de Dante, y que echaron a caminar Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares en 1945.

En los tiempos actuales la academia reconoce la importancia de la novela negra, que ha venido a ocupar el lugar que antaño tuvo la literatura social. Los casos policiacos, por no hablar francamente de la maldad, están a la orden del día en el siglo XXI, y se vinculan directamente con la crisis generalizada que afecta no solo a nuestro país, sino a Latinoamérica y al planeta entero. El ser humano busca hoy darle un vuelco al mundo para hacerlo mejor y recuperarlo como un lugar en que valga la pena vivir.

Y eso es lo que plantean los libros de “La nueva oscuridad”. De los seis títulos publicados hasta el momento, cinco son de autores chilenos y uno del argentino Néstor Ponce, titulado Hay amores que matan. El libro comienza cuando un viejo profesor visita al comisario Barrionuevo, en Buenos Aires, para solicitarle que investigue la muerte del padre de un amigo que fue su compañero de estudios en la universidad.

“El policía titubeó y marcó un instante de reflexión e hizo un rápido cálculo mental. Si el compañero de estudios de Juan Manuel de Armando tenía su misma edad, es decir sesenta largos, por no decir setenta entrados, el abuelo rondaría, en el momento de morir, o sea actualmente, los ciento veinticinco años. Debería ser un despojo que andaba en silla de ruedas, con las nalgas envueltas en pañales especiales y que hablaría por comunicación óptica. Sería un sujeto digno de estudios arqueológicos de carbono 14 de la Universidad de Berkeley”. (Pág. 10)

Pero no es así. Porque el profesor De Armando explica luego:

“Fue un delito cometido a finales del siglo XIX, comisario… El abuelo del padre de mi amigo murió hace más de cien años”. (Pág, 11)

Y a pesar del tiempo transcurrido, Barrionuevo asume la investigación y lo que descubre realmente vale la pena. Y no es tan distinto de lo que sucede ahora…

Buen aporte del argentino Néstor Ponce.

Y bueno, también, es el que hace el joven autor chileno Julián Avaria-Eyzaguirre. Su novela se titula El dedo en la llaga y narra el asesinato de un muchacho universitario, que para reunir dinero y financiar su postgrado en Europa, se va a trabajar como pinche de cocina a “un campamento base con tiendas de campaña, una cocina-comedor, duchas y baños para uso de científicos, principalmente geólogos y vulcanólogos, además de algunos botánicos y zoólogos para estudiar el impacto ambiental que conllevaría la eventual construcción de una geotérmica”. (Pág. 14)

La acción ocurre en el sur de Chile, en un lugar despoblado, a cincuenta minutos en helicóptero desde Puerto Natales. La víctima, el joven Leonardo, fue violado antes de ser asesinado. Un caso truculento, que está narrado con agilidad, en capítulos breves que nos van mostrando la rudeza de la vida en una región desolada, en donde el joven estudiante bien intencionado estaba absolutamente fuera de lugar.

El tercer libro de esta segunda entrega de La otra oscuridad es una novela con dos autores, Eduardo Contreras Villablanca y Cecilia Aravena Zúñiga, titulada Estación Yungay. Es un poco más larga, llega a 128 páginas. Las otras alcanzan a 80 y 97. Y es, también, la que tiene un mayor desarrollo argumental y trabajo de personajes. Transcurre en Santiago, en los años 90 durante la transición de la dictadura a la democracia protegida que, de acuerdo con lo narrado, harto poco tuvo de democracia.

La anécdota se refiere a un tipo que iba en bicicleta, de noche, sin luces y con ropa oscura, y es atropellado por un automóvil conducido por un mecánico, que lo sacó sin permiso del propietario. El mecánico traslada a la víctima hasta su propia casa y procura darle los primeros auxilios. Pero cuando el ciclista recupera el conocimiento, no sabe quién es ni cómo se llama, ni dónde vive. Amnesia. Se establece una relación entre el victimario y su víctima, y la vida de ambos sufre cambios, que alcanzan también al vecindario de la Estación Yungay.

Pero en el trasfondo de los hechos anecdóticos está el proceso socio político que vive el país, los acuerdos que los detentores del poder económico alcanzan con los políticos, a espaldas de la ciudadanía, y las dificultades para avanzar hacia una sociedad libre de las sombras dictatoriales.

En resumen, los tres nuevos títulos cumplen el objetivo de la colección, cual es que “el crimen en sus diversas formas sirva de vehículo para dar una imagen de nuestra sociedad, sobre todo de sus trasgresiones y trasgresores, aquella zona oscura que no es cuestión de ampolletas sino de las distintas grafías con las cuales las patologías sociales y psíquicas se manifiestan”.

Recordemos que los tres primeros libros de la serie fueron Teresa la tigresa, caperuza de la droga, de Eduardo Soto Díaz, Femicidios a la carta, de Bartolomé Leal, y Caso Coelemu, de Raúl Bustos Ruiz.

En esta época de pandemia, los libros se pueden adquirir en el sitio web
http://www.espora.cl

Una colección, como decíamos al comienzo, necesaria para conocer la actual narrativa policial chilena y latinoamericana.

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