Cómo salvar la democracia

Autor: Carlos Araneda Espinoza
Capitel Ediciones, octubre 2020, 171 pp.

por Josefina Muñoz Valenzuela

Primero, quiero decir que comentar este libro es una de las cosas buenas de este año tan duro, ingrato y desolador. Segundo, con Carlos fuimos compañeros de oficina, compartiendo cafés y conversaciones, y esto último es algo que nos hace mucha falta como sociedad, porque de las conversaciones surge el mejor conocimiento, las buenas amistades, las ideas enriquecidas, la comprensión de un mundo que se ha hecho cada vez más inhóspito y deshumanizado.

Carlos Araneda es profesor de Historia, magíster en Educación, trabajó muchos años en establecimientos educacionales y en el Ministerio de Educación. En los últimos años abordó en profundidad el tema de formación ciudadana, tantos años descuidada en nuestras aulas.

Vivió la dictadura y los años posteriores fueron erosionando las esperanzas de muchos de nosotros depositadas en el cambio político. No es el momento de analizar las razones, la pérdida de ideales, los acomodos de todo tipo, pero tengo el convencimiento de que toda dictadura ejerce e instala en la sociedad desvalores muy difíciles de eliminar, más aún porque la que tuvimos en Chile tenía como objetivo central dejar instalado un modelo neoliberal sin regulaciones, avalado por una Constitución que convirtió los derechos en “libertades” pagadas.

Así, Cómo salvar la democracia no es un libro más. Es un libro nacido de mirar la realidad social a la que hemos ido siendo conducidos, cada vez más alejados de los sueños y las utopías por las que luchamos. Tiene el mérito de haber sido escrito por un ciudadano, profesional, habitante del país, pero sin título de especialista, que recurre a la palabra y a las ideas, a la reflexión contra la inmovilidad y la desilusión. Y tiene mucho que decir, especialmente porque no es parte de ese modelo que repica permanentemente que solo los especialistas pueden hablar con propiedad y solo debemos escucharlos y creerles a ellos.

Esa creencia (falsa) permitió -entre otros muchos abusos- que nuestro país estuviera lleno de “zonas de sacrificio”, porque mientras durante décadas los ciudadanos del lugar decían a viva voz que eran tóxicos, generadores de graves enfermedades, inadecuados para la vida, los “especialistas” al servicio del modelo guardaban silencio y restaban gravedad al problema.

Dejemos hablar al autor: “Parodiando a Hanna Arendt, en estas páginas propongo algo muy sencillo en el marco de la construcción de una nueva democracia, nada más y nada menos que pensar en lo que hacemos. Pensar en nuestras actividades como ciudadanos, trabajadores, estudiantes, dueñas de casa, vecinos, legisladores, empresarios, intelectuales, autoridades de gobierno, alcaldes, constituye un ejercicio fundamental de nuestra condición humana, crucial para generar cualquier cambio o mejoramiento de nuestras vidas en sociedad. Creo que la novedad de este libro radica en la propuesta de pensar la democracia no desde la academia, sino desde la institución laboral, vecinal, estudiantil o sindical en que estamos participando y viviendo; todos podemos aportar a mejorar nuestra democracia, porque desde lo que hacemos y sentimos tenemos una percepción de lo que habría que cambiar”. (p. 17-18).

Estas palabras definen el libro de manera profunda y, sobre todo, reivindican el derecho a pensar, proponer, hacer, que tiene cada ser humano, independiente de su situación económica, cultural y social.

Los diez capítulos del libro están bien escritos y fluyen con claridad. Aborda en ellos la relación de la democracia con el país, la familia, escuela, empresa privada, organizaciones sociales, parlamento, fuerzas armadas, sindicatos, gobierno y partidos políticos. Cada uno muestra variados ángulos del tema al que se abocan, entregando datos, comentarios, análisis agudos y certeros siempre revestidos de consideraciones éticas.

Las Conclusiones son breves, ocho páginas, pero constituyen un justo cierre que deja ideas para seguir pensando. El libro es una clara invitación -que comparto a plenitud- a tomar la palabra, a construir y reconstruir ideas, a denunciar aquello que necesita ser cambiado, a luchar por lo que creemos que es un requisito para una sociedad mejor, solidaria, ética, humana, con derechos humanos de verdad respetados, porque si bien prácticamente todas las naciones los han suscrito, el modelo económico neoliberal o liberal que se ha impuesto en el planeta, no los respeta en absoluto, partiendo por las indignas condiciones de trabajo que vive un alto número de trabajadoras y trabajadores.

Una cita del cierre del libro: “Las últimas palabras siempre son las más difíciles, pero en esta ocasión nacen con mucha fuerza y convicción. Si no transitamos hacia una sociedad más ética y solidaria, se corren serios riesgos de que se derrumbe todo lo construido y, en esta tarea están comprometidos absolutamente todos los ciudadanos, porque hemos sido afectados por eso que dice tan bien Francisco de Quevedo en su poema “Poderoso caballero es don dinero”.

Nos hace falta pensar en la democracia y este libro estimula los pensamientos y los propios contrapuntos, porque ningún libro exige estar de acuerdo con todas sus propuestas. Los méritos principales son mostrar temas interesantes y ángulos particulares que, a menudo, descubrimos en sus ideas y palabras.

Quiero terminar señalando la importancia de la escritura y creación ciudadana tanto en el campo del libro como en las artes en su conjunto. La cultura es creación de las sociedades humanas: hombres, mujeres, niños, jóvenes, ancianos, sin excepción.

Debería haber editoriales e instituciones que acojan la producción de los habitantes de un país. Cada habitante de cualquier condición y formación, tendrá siempre mucho que decir, hacer y crear sobre lo que le parece importante, sobre las necesidades de la vida cotidiana que observa en sí mismo o en otros, sobre sus deberes y derechos, sobre sus estudios o trabajos, sobre lo que hace o querría hacer, sobre sentirse o no incluido y respetado en sus diferencias. Sindicatos y gremios deberían recordar sus antiguas raíces, cuando imprimían diarios, tenían escuelas de formación y escribían sobre sus condiciones de vida. El mundo de las ideas debe ser ancho y propio.

Por esa razón es imperioso que haya espacios que acojan las ideas y anhelos ciudadanos, que permitan ver y verse de manera democrática, que permitan practicar las artes y darlas a conocer, para trabajar juntos por un mundo mejor, para generar políticas públicas que respondan y acojan de manera efectiva tanto nuevas propuestas como necesidades sentidas de la comunidad.