Marcelo Moraga Catalán

Fabulista y cuentista oral, en proceso de edición de su primer libro de cuentos breves y microcuentos, y otro de fábula infantil. Sociólogo y docente universitario, envía dos microcuentos para Letras de Chile.

Sermón en el Parque Ecuador

Ocurrió durante una mañana de paseo reposado, luego de otra intensa jornada de deambular por los senderos colindantes al parque.

Caminé silente, disfrutando del aire fresco que ofrece el ascenso hacia el histórico mirador alemán del Cerro Caracol. De la nada, sin que nadie más estuviese por la calle, una luz arrolladora cruzó por mi flanco izquierdo, como esas que proyectan los faros para orientar a los barcos que vienen desde alta mar.

“¡Casi me mató!” – pensé, asustado.

A poco de andar el auto se estacionó. Me escondí a un lado de la calle, entre los arbustos que rodean la vereda, y caminé raudo hasta el vehículo sin que nadie me viera. Justo cuando me disponía a llamarle la atención al chofer, escuché una conversación entre él y su copiloto; una mujer que parecía estar despertando.

– ¡Atropellé a un tipo, por la mierda! –gritó el conductor.
– ¿A quién? –respondió, exaltada, su acompañante.

Apenas los escuché, di un paso más para acercarme y encararlo por su imprudencia, y para aclararle que no me había hecho daño. Dirigía mi mano hacia su ventana, cuando -de sorpresa- mi señora me reprendió en frente de todos:

– ¿Cuándo chucha vas a aceptar que somos fantasmas?

Avenimiento

La audiencia preparatoria de la causa R657-1 del Tribunal del Trabajo tuvo de todo menos paz. A pesar de los intentos del juez Calderón por lograr un proceso diligente, no hubo punto de acceso a una negociación basada en el sentido común. Exceso de lenguaje jurídico y continuas interrupciones entre los abogados marcaron el encuentro. Es que cuando hay necesidades urgentes, las ansias por buen acuerdo importan más que el sacrificado camino hacia un buen juicio.

Al salir de la sala, las partes se miraron con atención y se saludaron con cortesía: “va a ser difícil facilitar un acuerdo si el joven no se baja varias lucas” -dijo el abogado del demandado, a lo cual el mismo demandante -mirando a su ex empleador- respondió: “devuélvame a la oficina, hoy”. Ante el asombro e incomodidad de los leguleyos, demandado y demandante esbozaron una sonrisa cómplice y, con afecto, se dieron la mano.

Y es que, a veces, abrazar ideales políticos comunes, participar de una misma comunidad religiosa, o bien mantener con vida relaciones extramaritales en el trabajo valen mucho más que un par de millones.