Alejandro Barrón

Alejandro Barrón (Tepic, México, 1987). Estudió Comunicación en su ciudad natal. Ha publicado relatos y microrrelatos en periódicos, bitácoras electrónicas y revistas de México, Chile, Perú y España. Reside actualmente en Donostia-San Sebastián.
Los invitamos a leer siete inquietantes microcuentos que envió a Letras de Chile.

De teorías y máquinas inútiles
Alejandro Barrón

Teoría sobre los que no se hablan

Se dice que no hablan porque de pronto les comieron la lengua los ratones. Pero los ratones tienen otro tipo de dieta, a algunos hasta se los podría considerar como gourmets; comiendo ensaladas con Camembert y dos copitas de Tinto del año. Los ratones tienen cosas más importantes que andar vigilando la lengua de los demás. Estos -según me han contado las malas lenguas-, se encuentran ahora mismo haciendo pruebas para enviar la primera colonia de ratones a la luna. Las lenguas humanas, como se verá, están muy devaluadas. Desde que los ratones se enteraron de las cantidades infinitas de queso que pueden encontrar en la luna, incluso se olvidaron de mendigar los dientes de todos los niños del planeta. Muchos padres están a disgusto.

Teoría sobre las personas que se golpean contra la pared

Mi padre se golpeó contra la pared cuando uno de sus hijos murió arrollado por un coche. Contra esa misma pared mi madre estrelló un pastel de cumpleaños, tres días después, a falta de niño al cual celebrar. Antes de morir de un paro cardiorrespiratorio, mi abuelo se golpeó contra la pared de una casa que no era la suya, con todo y camioneta. A mi hermano mayor un grupo de narcos lo pusieron contra la pared, y justo antes de que le sembraran una bala en la cabeza, les salió otro jale. Yo mismo me he golpeado contra la pared, pero solo una vez: cuando dejé ir al amor de mi vida. Dicen que las paredes oyen, pero, ¿y si las paredes hablaran? La de historias que contarían, la de buenos libros que se escribirían. Pero estas sólo tienen oídos. Nunca Dios había sido tan cruel con alguna de sus miles de creaciones, como lo ha sido con las paredes, que solo escuchan, pero no pueden abrazar a todo aquel desgraciado que se golpea contra ellas.

Teoría sobre las sirenas

I
Las sirenas son unas señoras que cuando eran niñas, su padre les dijo que, si no salían ya del agua, les crecería cola de pescado y andarían errando por toda la eternidad a través de los siete mares, comiendo carne de niños arrastrados por las olas y apareándose con tiburones; seduciendo marinos y jugando a los dados con el diablo.

II
Las sirenas son unas señoras que cuando eran niñas, sabiendo lo que era realmente bueno, decidieron no salir del mar jamás. Se burlan de cómo las mira el mundo y sobre todo, se cagan en esas cosas que escriben sobre ellas los poetas.

Teoría sobre los valientes

Los valientes hoy en día son como los cometas: a sazón de uno cada cien años. Dicen que cuando veas pasar frente a ti a un valiente, como las estrellas fugaces, hay que pedir un deseo. Yo deseo que el valiente pueda esquivar las balas, los golpes y las calumnias, y que llegue con bien a casa. Deseo que sea ejemplo digno para sus hijos y no el póstumo centro de mesa de la plaza principal de alguna ciudad olvidada. Hubo una vez un hombre que no sabía que pertenecía a recia estirpe de los valientes, hasta que se topó de frente a un loco que cargaba con una pistola en el andén del metro Balderas. Lamento decepcionar a todos los lectores, pero el cielo no está cubierto por memoria amada de nuestros muertos, sino por el fuego inextinguible de todos los valientes cuya ardiente llama ilumina, guía por las noches hacia puerto seguro a todos aquellos que, aun con miedo, no abandonan el camino a casa.

Inventario de máquinas inútiles I

María Luisa tiene un aparato -no sé de dónde lo sacó o quién se lo vendió- que le recuerda en días muy puntuales, cosas muy tristes.

Esta mañana el aparato se activó y liberó un mecanismo que desplegaba una pequeña pista hecha de espejo y podía verse una diminuta bailarina de ballet yendo de un lado a otro, movida por imanes. De hecho, esta máquina-recordatorio de asuntos muy tristes resultaba semejante a las cajas de música que a su vez eran alhajeros. El caso es que la bailarina se movía de un lado a otro, mientras una voz mecánica recitaba solemnemente el asunto muy triste que venía a cuento este día.

La voz decía: «Hoy, 17 de diciembre, tu hermana María Elena intentó arrollarte con el coche de tu madre, en un arranque de ira ante el hecho de haberse enamorado del mismo hombre. El haberse enamorado del mismo hombre no era el problema en sí, sino el que este sintiese predilección por ti y no por ella. Estuviste doce días en el hospital. María Elena lleva veinte años, siete meses, dos semanas, cinco días, cuatro horas y catorce minutos recluida en un psiquiátrico».

María Luisa suelta una lágrima que rueda lastimosa y fatigada, oscura por el maquillaje corrido, mientras enciende su segundo cigarrillo.

La miro y protesto:
– ¿Qué haces con ese cacharro que solo te trae desdicha? Pero ella me hace una señal para que me calle.

El aparato continúa con su recital.

Inventario de máquinas inútiles II

Me levanto cada mañana a eso de las siete y treinta. No es una hora en la que quisiera levantarme en realidad, pero es la que programó María en el despertador que me dejó tras su partida.

Pongo el café, aunque yo, ciertamente, no bebo café, nunca lo he bebido, y a estas alturas me parece algo tarde para entrar en temas. Radio María se ha encendido y escucho su voz, la escucho contándome anécdotas, dándome instrucciones de cómo llevar esta casa, que sin ella me parece que cada día se está despintado, se está derrumbando, como yo.

-Recuerda, -escucho decir al aparato, -no dejes que se amontonen los platos y las tazas. Mientras lavas escucha la siguiente canción…-. Y viene entonces aquella pieza de los tiempos en que la conocí.

Qué duro, pienso mientras lloro en silencio sentado en la mesa de la cocina.

-Arriba ese ánimo, venga, arriba ese ánimo, no pasa nada… Aquí estoy contigo- dice el aparato.

He roto los vasos, las tazas, los platos, no me interesa nada. No me levanto a las siete treinta, lo intenté, pero no puedo. Me he cortado varias veces con los restos de lo roto. El llanto no cesa, como no cesa ese aparato de emitir su voz venida de ultratumba, que a diario me da los buenos días, y las buenas noches.

-Fue una pésima idea, -le digo a la Radio María, -horrible y pésima idea, una broma de mal gusto que no sé cómo apagar… Yo, es que no quiero un aparato con tu voz… Yo quiero tu voz salida de ti…-, digo nuevamente llorando.

Pero en el aparato solo se escucha la música de Shostákovich (su preferida) mientras su voz extinta no se cansa de decir: -Siempre estaré contigo, arriba ese ánimo, venga…

Cuatro tazas con café frío, de días pasados.

Y las que faltan.

Estos son tiempos muy malos

-Estos son tiempos muy malos para ser inmortal, -dijo el coronel mientras cubría la cabeza del condenado con una capucha negra y afianzaba el nudo de la soga en su cuello. -Muy malos…
Dada la señal, un par de soldados tiraron de la soga y el cuerpo del condenado quedó suspendido a medio metro del suelo. Por los estertores y la desesperación, el condenado se asemejaba a una lombriz cuando era descubierta y expuesta al sol. Los presentes reían, cantaban y bebían cerveza caliente. Un par de minutos después el cuerpo dejó de moverse. La tarde transcurrió tranquilamente, el coronel y sus soldados bebieron hasta el hartazgo. Aquel bosque estaba limpio, el enemigo había muerto o escapado, la victoria era inminente.
Al día siguiente descolgaron el cuerpo y lo arrojaron a una fosa. Mientras calentaban un poco de sopa en la fogata del día anterior, escucharon el clamor del ahogamiento, la tos estridente y las bocanadas profundas. El coronel se acercó a la fosa y tomando al revivido por el cuello, lo llevó a un descampado. El condenado permanecía con la capucha puesta mientras el militar le apuntaba con su rifle a cualquier parte del cuerpo, realizando disparos cada diez segundos.
El condenado revivido recordó todas y cada una de las guerras en las que había sido acuchillado, fusilado, ahogado, asfixiado, reventado a golpes, emperrado, lapidado y desmembrado. También recordó -con gran amargura- aquella ocasión, como si hubiese sido ayer, en la que aquel nazareno le pidió un poco de agua y se la negó. La peor decisión de su vida. La peor decisión de su lamentable, exasperante, desesperanzada y larga vida.