por Omar López

INDIFERENCIA

Ese mundo tuyo

es una calle infinita y solitaria

Una postal del miedo

para vivir en una jaula

De repente te visita

una que otra araña.

No es mala idea partir con un poema encontrado en un archivo de cientos de ellos, dormidos o borrados en la memoria del tiempo. La poesía nace a partir de la admiración que siempre he sentido por la gente solitaria. Ya escribí el año pasado algo sobre el mismo tema. Debe ser porque para mí la soledad es eternamente una compañía de misteriosa reputación. Hay algo que me resulta muy difícil comprender en los ermitaños citadinos, los personajes que están en constante diálogo interior y educan su rutina como medio y fin de toda su existencia. Están los que alguna vez vivieron emparejados y luego de uno o varios intentos de socializar sus expectativas y emociones, han asumido el costo del fracaso y habitan las ruinas del desencanto. Están los que perdieron su amor por fatalidades de la vida y la muerte firmó su invitación. Están los que prisioneros de la timidez, los complejos, los temores y los prejuicios decidieron construir un cómodo palacio de invierno y frente a cualquier asomo de juguetona primavera, cerraron cortinas y demolieron puentes antes que sentir la húmeda tentación de las caricias.

Los años. El tiempo. Ese reloj implacable de la piel transformando su mapa con lunares, arrugas y sombras donde antes había lozanía es una señal muchas veces de ingrato arrepentimiento y cierta añoranza de nacer de nuevo. Pero las cartas ya están echadas y de ahí nace la fuerza de la gente solitaria para recrear y establecer una oportuna dignidad, casi al borde del orgullo o la soberbia. Bueno, por lo mismo están las mascotas o los ritos íntimos o los objetos sagrados o las sentencias en piedra. En todo caso, nada hay de censurable o actitud compasiva por ellos, todo lo contrario, es un mundo de alucinante libertad de prisionero.

Por otra parte, los emparejados tenemos sí bastante paciencia. De las más duras y de las más perseverantes: vivir en compañía es precisamente, eso. Y cualquier convivencia significa aceptación del otro como un otro muy distinto a uno. Lo que cuesta entender, es respetar y comprender esa identidad más allá de la madurez afectiva y compatibilizar nuestras conductas con un ejercicio de la propia libertad. No es fácil y tampoco tan terrible si cada individuo sabe tallar su estilo y su espacio cotidiano.

Al final, debemos concluir que, si las parejas se pelean con su presente, los solitarios lo hacen con su pasado. ¿El futuro?… como siempre, escrito en el agua.